Brumas del pasado. Margarita Hans Palmero

Brumas del pasado - Margarita Hans Palmero


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Quiero decir, yo veo cómo os miráis y él te quiere.

      –Lo sé. Pero también sé que me oculta algo.

      De pronto empieza a sonreír y me doy cuenta de que su mente está a años luz.

      –Cuando Ángel y yo nos conocimos, yo ya había tenido un novio antes. ¿Recuerdas? Andrés se llamaba. Tuve mala suerte con él. Era algo violento.

      –Jamás me contaste nada de eso.

      –Quedó en el pasado. Ángel me conoció un día que yo corría con un ojo poniéndose morado por la calle. No dijo nada. Nos conocíamos del instituto, pero nunca habíamos tenido contacto. Se quitó su chaqueta, me la colocó por encima y me llevó a casa. Al día siguiente, mi ex novio desde la noche anterior, no asistió a clases. Al cabo de tres días se presentó con el rostro lleno de moratones. Alegó que había tenido un accidente, pero yo había visto los nudillos de Ángel.

      –Eso sí lo recuerdo. Te pregunté qué le había pasado a Andrés y me dijiste que ni lo sabías ni te importaba.

      Es curioso. Había olvidado todo aquello. Ya estamos llegando al taller y no quiero detener esta conversación, pero tampoco puedo entretenerme mucho o llegaré tarde a recoger a mi hija. Carmela no se da cuenta y sigue con su historia. Parece que he abierto la caja de Pandora.

      –Empecé a salir con Ángel y descubrí lo que es enamorarse y el verdadero deseo. La pasión en mayúsculas. ¿Sabes lo que es temblar como una gelatina solo de pensar en él? O mejor aún, mojarse las bragas solo de ver cómo me comía con los ojos…

      –Tampoco hace falta entrar en detalles... hay algunos detalles que prefiero no saberlos.

      Mi cuñada sonríe.

      –Ay, Helena, tú como siempre. Si no fuese por tus dos hijas, hay veces que pensaría que eres virgen. Hasta te has puesto colorada –me dice tiernamente.

      –No es eso, es que es algo muy íntimo.

      –Con Ángel todo era intenso. Y muy frecuente. Ambos disfrutamos del sexo. Y lo seguimos haciendo. Sí es cierto que con el tiempo la frecuencia disminuye, pero la calidad… nos conocemos mejor y eso se nota.

      –Sí, en eso te doy la razón.

      Mejor le sigo la corriente, porque si mi cuñada supiese la frecuencia con la que Fernando y yo hacemos el amor… o tal vez deba decírselo. Así se quedará más tranquila.

      –Hasta haciendo el amor está diferente.

      El taller ya aparece ante nuestros ojos. Me gustaría entrar y saludar a Fernando, pero he venido muy despacio todo el camino para darle tiempo a Carmela a hablar y se me ha hecho muy tarde.

      –Carmela, sé que tu marido está loco por ti. Te contará lo que le pasa, ya lo verás.

      –Eso espero, Helena. Porque yo ya tengo una ligera sospecha.

      –¿Sospecha? Explícate –le pregunto mientras aparco frente a la puerta del taller y veo a Ángel a través de la gran puerta corredera.

      Él también me ha visto a mí y levanta una gran mano cubierta de grasa al aire a modo de saludo. Una gran mano, sí. Mi cuñado es un tío “grande”. Debe medir un metro noventa y algo y no está delgado. Hace un amago de sonrisa, pero no le sale bien. Ahora soy yo la que, después de la conversación, me quedo un poco pasmada. Además, al contrario que otras veces, no ha salido fuera del taller. Como si eludiese mi mirada.

      Miro a Carmela y me doy cuenta de que su mirada, fija en él, se humedece y me mira a mí. Le tiembla un poco la voz al hablar.

      –Helena, creo que Ángel tiene una amante.

      – 7 –

      Menudo espectáculo nos esperaba cuando llegamos a la Plaza Mayor. Multitud de colores, olores, sensaciones, sentidos a flor de piel. El tiempo ha retrocedido varios siglos y aquí, mis amigas, mis hijas y yo, empezamos nuestra aventura nocturna.

      Fernando no ha llegado a tiempo. Reconozco que me ha molestado. Me gusta ir con mis hijas, pero lo admito, me hubiera gustado haber venido esta noche sola con las chicas. Una noche de chicas. Sin horarios de regreso. Curiosear el lugar, pasear, hacer compras, bromas de adultos y sentarnos en uno de estos tenderetes improvisados y magníficos a degustar estas exóticas viandas. Y quizás, a partir de alguna hora determinada, Carmela y yo podríamos regresar juntas y continuar nuestra conversación.

      Ninguna de mis dos hijas ha manifestado un gran interés en venir al mercado medieval. Si bien Maia dice que resulta curioso y muestra el interés propio de una niña, en el caso de Selena, su bello rostro muestra tal incomodidad y escepticismo que me agota el entusiasmo.

      Miro alrededor e intento captar todos los detalles, hasta los más pequeños. La Plaza Mayor se ha transformado de forma espectacular. Es un lugar muy amplio, con mucho espacio y muchas posibilidades. Se trata de una plaza de origen románico, con una protagonista indudable: la pequeña catedral que se levanta como un gigante de piedra, contrastando con el cielo. El espacio se cierra, por así decirlo, con una especie de claustro como el de los monasterios románicos, incluyendo en el centro de la plaza una gran fuente.

      La piedra es, sin lugar a dudas, la protagonista, ella y el agua que surge con fuerza de los cuatro caños que tiene la fuente circular. Ya es de noche y la luna también quiere ser importante, así que esta noche luce hermosa y llena, en el negro cielo, con su séquito de estrellas. Toda la plaza está repleta de carpas de colores colocadas para la ocasión. Multitud de carpas cuadradas y redondas de intensos colores, con techos acabados en punta y doble colorido alternando burdeos y ocre. Estandartes, guirnaldas, banderillas… Olor a asado y algo más, una especie de esencia de flores, incienso, plantas aromáticas…

      En una sección de la plaza han colocado carpas a modo de tiendas. En ellas se pueden observar cómo distintos objetos curiosos se mezclan con los habituales, todos expuestos a la venta.

      Por otra parte, se distinguen una serie de carpas más grandes que actúan como improvisados bares. En estos han colocado toneles a modo de mesas y grandes candelabros y jarras de barro llenan el lugar.

      Me muero de curiosidad por entrar ya y ver qué hay más al fondo, cuando de repente veo marchar a un grupo de caballeros con sus cotas de malla y sus cascos. Pobres, estos deben estar pasando bastante calor.

      –¡Qué maravilla! ¿Verdad chicas? –les pregunto a mis hijas con evidente intención de animarlas–. Por algún motivo, me siento viva de pronto, entusiasta, con ganas de explorar todo.

      –No está mal –contesta Selena en un tono que me hace ver cómo mis ganas de explorar todo se van llorando de aquí.

      –Mami, no he terminado todos los deberes –me aclara Maia.

      ¡Viva el espíritu aventurero de mis hijas!

      Carmela me mira y en sus ojos puedo leer con claridad “Fernando se ha vuelto a salir con la suya”. Inés, sin embargo, mira para todos lados alucinada, y creo que es ajena al poco entusiasmo de mis hijas.

      Una brisa fresca sopla y noto una pequeña caricia en el brazo, como un leve roce del viento y percibo un dulce aroma a rosas. La brisa aumenta y me siento positiva de nuevo. A mis ojos, todo alcanza una nueva dimensión. Me giro y veo a una joven disfrazada de la época, con su larga cabellera cobriza y rizada ondeando al viento. Ella parece intuir mi mirada y se vuelve hacia mí, sonriendo. En su brazo derecho lleva un canasto de mimbre repleto de flores. De pronto, es como si el tiempo se detuviese. El olor a rosas se intensifica y en el ambiente hay algo que no puedo describir. Me siento… acalorada. Es como si toda yo quisiese danzar como la actriz que acabo de ver con su cesto de flores. Elevar los brazos y girar y girar, cosa imposible en alguien tan aburridísima como yo. Me quedo como hipnotizada y Maia me saca de mi ensoñación.

      –Mamá, podríamos comprar alguna


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