Brumas del pasado. Margarita Hans Palmero
los primos? ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Puedo? –pregunta Maia.
Durante un instante la miro casi sin reconocer a mi propia hija. Trago saliva y respiro. Seguro que todo es un malentendido.
–Puedes tesoro. Dame un beso y pórtate bien –le digo intentando parecer normal.
–Hasta mañana, entonces –nos dice José despidiéndose de nosotras.
–¡Bueno chicas! ¡Vamos ahora a ver esos perfumes! Seguro que hay alguno afrodisiaco –nos dice Inés entre risas.
Juntas nos acercamos al tenderete de los perfumes y jabones. Mmm, cómo huele aquí. Qué maravilla. Justo al lado, hay una carpa con accesorios y complementos. Voy a comprar unas pulseras a mis hijas. Pero antes tomo el teléfono y marco el número de Fernando, porque para qué mentirme a mí misma. Ese mensaje me ha dejado mal cuerpo.
–¿Sí? –Se escucha mucho ruido.
–Fernando, perdona que te llame, es que las niñas se van a pasar la noche con Carmela, solo quería decírtelo. Se escucha mucho ruido, ¿no?
–Sí, Helena. Estamos probando las rotativas. Espera un segundo… ¡Joaquín para las máquinas un momento! Perdona, Helena, es que tengo mucho jaleo, lo siento.
–No, no, tranquilo. No llegues tarde, ¿vale? Recuerda que tendremos la casa para nosotros solos –añado imprimiendo a mi voz un tono seductor.
–Haré lo que pueda. Diviértete.
Está trabajando. ¿Pero qué me pasa? ¿Paranoia? ¡Venga, a divertirse! Ahora sí, me voy con una gran sonrisa para el puesto de complementos.
–Hola –me dirijo a la dependienta.
–Hola, señora ¿en qué puedo ayudarla?
–Pues, no sé. Quería comprar unas pulseras. Éstas de aquí son muy bonitas. ¿Son piedras?
–Así es. Son piedras con propiedades. Éstas de cuarzo rosa, son un amuleto para el amor. Éstas de ámbar, dan suerte y protección, y éstas de granate dan fuerza y energía sexual.
–¿Alguien ha dicho energía sexual? Yo quiero dos de ésas –interviene Inés.
–Yo quiero dos de ámbar –le digo yo.
–Venga chicas, ¿no creeréis en eso de las propiedades? –nos inquiere Carmela.
–¿Y por qué no? –le rebate Inés.
–Oh, chicas. Compremos las pulseras y vayamos a la posada. Invito a la primera ronda.
–¡Hecho! –contestan las dos a la vez.
Mientras la dependienta está metiendo las pulseras en unos simpáticos saquitos de tela, algo llama mi atención. Es uno de los colgantes que hay en el tenderete. Casi es imperceptible desde donde nosotras estamos, pero la brisa de la noche lo ha puesto en movimiento y ha lanzado un pequeño brillo plateado.
No puedo apartar los ojos de él y la muchacha me informa.
–¿Le gusta? Es un amuleto de la suerte –me dice.
–Oh, por favor –farfulla Carmela.
Pero yo no las escucho a ninguna. Me siento muy atraída por ese amuleto y lo acaricio. Cuando me doy cuenta lo tengo en la mano. Se trata de una pequeña estrella de mar. Está sujeta con un cordón de cuero y yo acaricio mi cuello desnudo, como si me faltase algo.
–¿Eso? Hay otros más bonitos, mira ese de ahí –me dice Carmela señalando un hermoso aro con inscripciones.
–Este –nos explica la muchacha señalando el que le ha gustado a mi cuñada– es un amuleto griego del siglo III a. de C. Es una especie de tabla de predicción de la fortuna.
–¡Oh, venga ya! –vuelve a exclamar Carmela.
Yo sigo con mi pequeña estrella en la mano, al mismo tiempo que vuelvo a sentir ese pequeño regocijo en la boca de mi estómago, como cuando tropecé antes con aquel desconocido. Es como si no fuese la primera vez que esta estrella estuviese en mis manos.
–Quiero este –le digo segura.
–Buena elección sin duda. Casualmente, también es un amuleto griego. Es una estrella de mar. Dice la leyenda que un joven pescador de Creta penaba de amor por una chica que era pretendida por otro hombre rico. La chica dudaba, porque el pescador era dulce y amoroso, pero no podía darle la seguridad que le daría el otro pretendiente. El pescador pidió ayuda a Poseidón, el rey del mar. Este, se apiadó del muchacho y apagó las estrellas del cielo e hizo que cayesen al fondo del mar en forma de estrellitas como ésta. Poseidón se las regaló al pescador y él, a su vez, se las entregó a la chica que las aceptó encantada, al igual que también aceptó al pescador. Por todo ello, la leyenda dice que las estrellas de mar son un regalo de los dioses.
–Qué historia más bonita – suspira Inés.
–Sí. La estrella de mar tiene cinco brazos, como las cinco puntas de un pentagrama, uno natural otorgado por la naturaleza. Por ello, te otorgará suerte en lo que te propongas, será tu tótem para iniciar cualquier nuevo proyecto en tu vida. Aunque esta tiene una punta un poquito más corta. Puedo cambiarlo por otro si quiere.
–No, es perfecto, gracias –le digo como en trance.
–Oh, ya está bien. Yo la pagaré. Considéralo un regalo de parte de tu cuñada, para que el proyecto del gimnasio te vaya bien –me dice Carmela.
–¿Quieres tú otra? –le pregunto suave.
–No. Es tu amuleto. Te ha seducido nada más verlo.
Y así ha sido. Lo anudo a mi cuello y me siento bien. No puedo dejar de tocarlo. Es algo rugoso y me encanta su tacto.
–Oh, Helena. Se te ve radiante –me dice Inés.
De nuevo el olor a rosas. Y la joven. Ahí está.
–¡Eh, espera! ¡Quiero comprarte flores! –le grito a la vez que me dirijo hacia ella.
Mis amigas me miran como si me hubiese vuelto loca, pero yo las ignoro y sigo a la muchacha, sin saber bien por qué. Casi la he alcanzado cuando gira y no está. ¿Dónde se ha metido? Carmela e Inés me siguen de cerca.
–Helena, esta noche estás de lo más rara. Créeme –me dice Carmela.
Pero no les hago caso. Sigo buscando a la chica casi con desesperación. Necesito hablar con ella.
–Chicas, mirad –de repente, la exclamación de Inés capta mi atención, haciendo que olvide por un instante a la joven.
Ante nosotras hay una carpa morada. La parte de arriba está llena de estrellas y tiene un gran letrero en la entrada. “Oráculo de Delfos”.
–¡Vamos a entrar! –nos dice Inés entusiasmada.
–Inés, por el nombre debe ser algo de adivinación. Venga ya, ¿no querrás entrar ahí de verdad?
–Sí, por favor. Helena, tú has tenido tu momento con la estrella esa y yo quiero entrar aquí. Por favor.
Carmela y yo nos miramos. No creo que sea una buena idea. Estoy segura de que quiere preguntar acerca de su maternidad, pero el rostro de Inés nos está suplicando apoyo.
–¡Qué diablos! ¡Venga! ¡Las tres para dentro! –suelta Carmela.
Echo otro vistazo a mi alrededor. Al no encontrar a la chica, finalmente desisto de buscarla, por lo que asiento, aceptando, y entramos.
Realmente, parece que hemos hecho un viaje en el tiempo y estamos en la Edad Media. Qué bien conseguido está todo. Es alucinante. Se me han puesto los vellos de punta. Rara combinación de colores, eso sí. Las paredes son oscuras, tonos rojizos, pero en el centro