Brumas del pasado. Margarita Hans Palmero

Brumas del pasado - Margarita Hans Palmero


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sabes, el aquí y el ahora. Fernando, te necesito –ahora mi tono es serio–. Quiero pasar todo un día entero contigo, por favor.

      –Y lo haremos cariño. Pero hoy no. Te prometo que cuando termine el plan de viabilidad, me tomaré unos días y nos iremos donde quieras –me dice sonriendo.

      Es en este momento cuando ve la pequeña estrellita que cuelga de mi cuello.

      –¿También un regalo de un desconocido?

      –No. Me lo ha regalado Carmela.

      –Muy bonito. Aunque tienes colgantes más hermosos que ése.

      –Gracias. Pero me gusta este –respondo llevándome una mano al colgante en un gesto inconsciente. Sin poder evitarlo, noto cómo mi voz está impregnada de tristeza y siento unos deseos inmensos de volver a llorar de nuevo. ¿Pero qué mierda me pasa?

      –Anímate, Helena. Mi Helena de Troya, con ganas de guerra un sábado por la mañana –me dice conciliador.

      –Sí. Helena de Troya. Anda vete, no te preocupes, me entretendré haciendo un caballo de madera.

      Me sonríe, y me da un beso en la frente. ¡¡En la frente!!

      Él sube a ducharse y yo estoy segura de que me espera otro sábado de limpieza más. O tal vez no. Iré a por mis hijas y haremos algo especial hoy. No tengo ganas de limpiar. Y ni siquiera espero que Fernando termine de arreglarse. ¡Qué diantres! ¡Estoy furiosa con él ahora mismo! Siempre trabajando. Puedo entender que lo hiciese cuando las niñas eran más pequeñas y las cosas no nos iban demasiado bien económicamente. Pero ahora, creo que nos hace falta tener más momentos juntos.

      Levanto el auricular. ¿Estará Carmela levantada? Ángel coge el teléfono.

      –Hola, Helena ¿qué tal? –La voz al otro lado suena normal, como cada vez que hemos hablado, y me descubro buscando indicios de algún cambio en ella. ¿Culpabilidad, quizás? ¿Vergüenza? Creo que la conversación con Carmela está haciendo mella en mí.

      –Hola cuñado –intento sonar como siempre, aunque creo que se nota un poco mi nerviosismo. Ojalá hubiera cogido el teléfono mi cuñada–. ¿Y las niñas? ¿Dan la lata? ¿Se han levantado ya?

      –No dan la lata y sí, ya se han levantado. Creo que van para tu casa con Carmela.

      –¿Descansas hoy?

      –No. Aunque pienso volver para el mediodía y llevar a Carmela a almorzar.

      –Me parece fantástico –en verdad me lo parece. Parece que después de todo sí van a ser imaginaciones de Carmela–. Pasadlo bien.

      –Oye, Helena, ¿y Fernando? ¿Duerme?

      –No. Se está preparando para ir a trabajar. Por lo del proyecto ese de viabilidad.

      –Ah, sí. Lo quieren pronto.

      –Por cierto, Ángel, podríais venir a cenar una noche de éstas. Tengo ganas de que tengamos una de esas cenas familiares en las que todos nos reímos tanto.

      –Claro. ¿Estás bien? Te noto preocupada.

      –No. Estoy bien. Es que tu mujer me ha apuntado a un gimnasio y estoy traumatizada –disimulo.

      Se escucha una carcajada al otro lado de la línea.

      –No dejes que su entusiasmo te arrastre.

      –Lo intentaré, cuñado. ¡Ah! ¡Ya están aquí! Nos vemos pronto –me despido y cuelgo el teléfono.

      Carmela y Fernando se cruzan en la entrada. Ella llega, él se va. Las niñas le dan un beso a su padre, enérgico, con ganas. Vienen contentas.

      –Hola, chicas –las saludo.

      –¡Hola, mamá! ¡Fue genial! ¿Podemos ir más veces? –me pregunta Selena.

      –Supongo que eso dependerá de tu tía –le contesto sonriendo.

      –Tienes mala cara, mamá –me dice Maia.

      –¡Qué va! Es que no he dormido bien, pero tú, por el contrario, estás fantástica.

      Parece convencerle la respuesta, porque acto seguido las dos niñas corren al interior, pero Carmela se me acerca preocupada. A ella no he podido engañarla.

      –Es verdad que se te ve fatal, ¿qué pasa?

      –Fernando. No deja de trabajar. Y hoy cuando ha visto la rosa, se ha burlado de mí –confieso.

      –Venga ya, Helena. Sabes cómo son esos dos para el trabajo.

      –¿Y Ángel? ¿Has hablado con él? Siéntate, toma un café conmigo. El mío me lo han quitado. No puedo creer que lo que me comentaste ayer pase de verdad. Él te quiere Carmela.

      –Está muy raro, Helena. Pero hoy no vamos a hablar de él. Vamos a hablar de ti. ¿Has llorado?

      –No.

      –Mientes mal. Y eso no te lleva a nada bueno cuñada. Soy como un endemoniado acosador asqueroso. No te dejaré en paz hasta que me digas qué te pasa.

      El bullicio de las niñas se escucha con fuerza.

      –¿Te quedas un poquito conmigo?

      –Intenta echarme de aquí –responde retadora.

      Tan solo un instante después, ambas nos sentamos en los taburetes de la cocina, a solas.

      No sé cómo decirle lo que me pasa a Carmela. No voy a decirle nada de Fernando y su falta de “ganas de mí”. Pero quizás sí le hable de mis pesadillas y de esta sensación extraña que tengo últimamente.

      Justo cuando voy a abrir la boca, mi móvil lanza un pitido, provocando que dé un saltito. Tengo que cambiar ese sonido. De nuevo, un mensaje.

      –Un segundo, Carmela.

      –Tengo todo el tiempo del mundo.

      Lo miro y veo que es un mensaje de Fernando. Mi corazón da un vuelco. Me parece un poco extraño porque es muy breve y, además, él jamás me envía mensajes. Pero eso no me importa. “Estoy solo. Ven y salimos a comer”.

      La alegría debe haberme entrado por el cuerpo porque miro a Carmela con una intensidad que hasta ella se sorprende.

      –Fernando quiere que vaya a comer con él. Y me apetece un montón. Quiero ponerme guapa.

      –Lo capto. Ya me contarás qué demonios te pasa. Ahora, ¿te apetece venir de compras?

      –¿De compras? –pregunto sorprendida. No teníamos planeado hacer nada para esta mañana y la casa está un tanto desordenada.

      –¿Por qué no? Cómprate algo bonito y dale una sorpresa. Preséntate en esa comida como si fueses a una fiesta. Vuélvelo loco. Cómprate un tanga indecente.

      –Estás como una cabra... pero... –me hago un poco la difícil–, pero la verdad es que me ha convencido.

      –¡Ajá! ¡Te ha gustado el plan! ¡Nos vamos de compras!

      –Voy al trabajo, quizás no sea conveniente pasarme mucho, aunque me ha dicho que está solo.

      –Veo la lujuria en tu mirada cuñada. ¡Vamos!

      Una idea empieza a germinar en mi mente.

      –Carmela, la estrella, el cambio. ¡No tiene por qué ser nada negativo, puede ser bueno! –De repente me siento mucho más animada–. Quizás lleves razón. Puedo comprarme algo sexy y sorprenderlo. Tal vez reviva la chispa. No sé. ¡Me parece buena idea! Aunque las niñas…

      –No seas boba. Ángel y yo vamos a comer hoy juntos y tus sobrinos han quedado para ir al centro comercial a comprar discos. Las chicas pueden acompañarlos. Me


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