Brumas del pasado. Margarita Hans Palmero

Brumas del pasado - Margarita Hans Palmero


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mujer de larga cabellera, con ojos hipnotizadores, sinuosas curvas y un pañuelo morado en la cabeza junto a millones de pulseras doradas en sus brazos.

      –¿Hay alguien ahí? –pregunta Inés.

      El suelo está alfombrado, así que pensamos que la propietaria del lugar no nos ha escuchado. Carmela está nerviosa y no deja de dar pequeños saltitos de un pie al otro.

      –¿Tres jóvenes en busca de fortuna? –escuchamos una voz con un ligero acento extranjero.

      Un ruido suena y tras una cortina de piedrecitas, que ni siquiera habíamos visto, sale una mujer, pero no es precisamente como yo la había imaginado. Se trata de una anciana. Es la mujer con la cara más amable que he visto en mi vida. Sus ojos son claros y transmiten paz. Viste de negro, totalmente. Incluso su pelo, blanco, está cubierto por una especie de gasa negra. No puedo evitar observar que lleva un delantal. También negro. Al igual que sus gruesas medias y sus zapatos. Debe estar pasando calor. Pero ella no muestra incomodidad alguna.

      –¿Quién será la primera? –nos pregunta con una voz dulce.

      –¡Yo! –nos dice Inés.

      –Señora, no quiero ser imprudente, pero si lo ve conveniente, las demás podemos esperar fuera. Solo va a decirle lo bueno que vea, ¿verdad?

      Ella sonríe y mira mi colgante de estrella. Luego me mira a los ojos.

      –Que os quedéis o no depende de vosotras. Sois amigas, ¿verdad?

      –Sí.

      –Podéis quedaros, entonces.

      Inés se sienta nerviosa, pero expectante. La anciana le pregunta.

      –¿Cartas, runas, lectura de manos?

      –No sé. Cartas.

      Ella sonríe y saca una baraja de cartas. Enciende una vela de color amarillento, que huele a vainilla. La baraja es preciosa. Tiene los bordes dorados y un reverso morado. Las mezcla una y otra vez y termina colocándolas en una hilera.

      –Elige tres de ellas. Tómate tu tiempo si lo deseas. Piensa en lo que quieres saber y te diré lo que perciba.

      Inés elige tres cartas al azar. Su mano tiembla al cogerlas. La anciana las pone boca arriba y las observa. Creo que a mi amiga le va a dar algo.

      –El Colgado…, la Templanza… y la Emperatriz.

      Entre carta y carta se toma su tiempo, y el suspense se puede palpar en el ambiente. Incluso mi cuñada contiene la respiración.

      –Veo que la vida te pone en este momento a prueba. Hay algo que deseas mucho. Tienes un buen matrimonio y paciencia en la vida, aunque comienzas a desesperar. Te esperan sorpresas. Y esta carta –dice señalando a la Emperatriz– puede significar fecundidad. Vas a ser madre.

      Inés no dice nada. Solo llora.

      –Gracias –susurra.

      –No me las des. Eres tú misma la que has de labrar tu futuro y tu destino. Las cartas solo te muestran una parte del camino. Ello no quiere decir que sea fácil, ni tampoco, que no tengas que realizar tu parte del trabajo.

      –De nuevo, gracias.

      Inés se levanta y la anciana mira a Carmela. Esta se levanta y se sienta algo reticente en la mesa.

      –Esto es voluntario. Noto mucho escepticismo en ti. ¿Estás segura de continuar?

      Carmela asiente. También está nerviosa, no deja de entrecruzar las manos, y la anciana repite la operación anterior tras haber barajado muy bien las cartas.

      –La Sacerdotisa Invertida…, la Fuerza… y los Enamorados. Sientes rencor por dentro, dudas, obsesión, pero vencerás a la bestia.

      –No estoy segura de entender.

      –Entenderás –responde la anciana mirándola a los ojos.

      –Gracias –responde Carmela un poco dubitativa, separándose de la mesa.

      No estoy convencida de que Carmela haya aclarado lo que quería, pero supongo que esto de las cartas no es como poner la tele y ver una película. Hay directrices, pero son interpretables de diversas formas. Una cosa sí me ha gustado. Le ha dicho que vencerá a la bestia. Quien quiera que sea.

      Mi turno. Es curioso. Yo no estoy nerviosa. Al fin y al cabo, lo tengo todo. Solo puedo esperar cosas buenas, sobre todo ahora, con mi estrella de la suerte. Tomo asiento y la anciana me mira y observa de nuevo mi amuleto, al igual que la rosa que llevo enganchada ahora en mi pelo. Se concentra mucho, como si al hacerlo, entrase en una especie de trance más profundo.

      –El Diablo…, la Muerte… y la Rueda de la Fortuna.

      La anciana dice esto y se queda en silencio. ¿El Diablo? ¿La Muerte? Estoy temblando. Miro a la anciana impaciente por escuchar lo que me tiene que decir. Ella se mantiene serena. Levanta su rostro hacia el mío.

      –Engaños, cambios, pérdidas…

      Yo ya no puedo dejar de temblar. La angustia crece en mí a pasos agigantados. Creí que solo iba a contarnos lo bueno. Mi vida es buena, esto no puede ser cierto…

      –Y la Rueda de la Fortuna. Si escuchas a la madre y sigues a la luna, el orden, el universo, el cosmos se abrirá a ti y juntos seréis uno fuerte e invencible. Ya fuiste luchadora antes, hace muchos años, en otra tierra…, donde naciste hermosa y fuerte. No te niegues a ti misma, y los demás no podrán negarte. Sigue tu estrella aunque tengas que ir lejos, muy lejos.

      ¿Qué? ¿Qué está pasando? Me he quedado sin habla. Tengo frío y una sensación curiosa. Vértigo, incluso náuseas. Engaños, pérdida… ¿ese mensaje?

      –Esa carta, la Muerte. ¿Va a morir alguien?

      –Esta carta supone cambios, no una muerte como tal. Escucha a tu corazón, sigue tu instinto y recuerda, ayuda a la luna y escucha a la madre.

      –Gra… gracias. ¿Cuánto le debemos, señora?

      –Nada.

      –¿Nada?

      –Solo intento ayudar a las almas perdidas. Mi recompensa es su felicidad. –me dice cariñosamente.

      No entiendo nada. ¿Qué habrá querido decir con eso? Tal y como pronuncia esas palabras, la anciana suspira, dice que está muy cansada y que debemos marcharnos. Así que nos marchamos. Inés, contenta. Carmela, igual que entró, y yo, angustiada.

      Juntas nos dirigimos en silencio a la posada y nos tomamos una jarrita de vino con unas tapitas de queso, cada una sumida en los pensamientos provocados por las palabras de la anciana. “Si escuchas a la madre y sigues a la luna, el orden, el universo, el cosmos se abrirá a ti y juntos seréis uno fuerte e invencible”. ¿Qué significa?

      Lo que iba a ser una tarde animada con mis amigas, se ha convertido en toda una velada de misteriosos encuentros. El hombre de la rosa, la joven de las flores, la anciana del Oráculo de Delfos, el mensaje de texto advirtiéndome sobre Fernando… De repente, la ansiedad empieza a apoderarse de mí.

      –Chicas, yo he de volver al Oráculo de Delfos. Necesito aclarar lo que me ha dicho esa anciana.

      –A mí me ha dicho que seré madre –susurra Inés.

      –A mí me ha dejado igual –comenta Carmela.

      –Yo necesito volver –les repito.

      Mis amigas parecen notar mi nerviosismo y asienten. Las tres nos levantamos, y casi en una especie de levitación llegamos al lugar de antes, pero la carpa no está.

      Un agente de seguridad de la zona se acerca a nosotras al ver nuestra incertidumbre.

      –¿Puedo


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