Brumas del pasado. Margarita Hans Palmero
que le llega casi a los hombros y tan negro como la noche, salvo en sus sienes, donde aparece plateado. Sus ojos… son de un color grisáceo. Me sonríe y sin pretenderlo, me llevo la mano a la boca del estómago. Casi escucho mi corazón golpear contra mi pecho. Siento algo… inexplicable. Es como si acabase de encontrar… ¿de encontrarme? Todo se detiene tan solo un instante en que el olor a rosas regresa y los ojos de ese hombre es todo lo que existe en mi mundo. No puedo dejar de mirarle a los ojos, con tal intensidad, que temo sentir vértigo. La algarabía de antes queda silenciada y tan solo se escucha un ligero sonido tenue y armonioso. Una música celestial. ¿Arpa? ¿Violín?
Una sensación realmente agradable y de bienestar se instaura en mí y el extraño susurra levemente en mi oído… “lira”.
¿Lira?
–Ha llegado el momento –me susurra con esa voz que mece mis sentidos.
–Lo siento, iba distraída –le digo aturdida, intentando comprender qué efectos me provoca y el significado de sus palabras.
Él no contesta, solo sonríe y después me suelta. ¿Por qué me suelta? Es como si de nuevo pudiese perderme.
Siento algo en mi cabello, como una suave caricia. De pronto, es como si el ruido volviese y soy consciente de donde estoy. Desvío la mirada un segundo para ver si veo a Maia, que ya ha llegado donde está Selena. Y es como si una fuerza invisible me rodease y me hiciese girar de pronto. El extraño… me vuelvo hacia él de nuevo… pero no hay nadie.
Durante un instante, siento que estoy fuera de lugar, que no pertenezco a este sitio. Busco con la mirada esos ojos que me han abandonado, que me han dejado de nuevo…
El gentío, los disfraces, los ruidos, yo solo busco una explanada bajo un gran roble gigantesco con hojas… ¿azules?
¿Cómo es posible sentir esto que estoy sintiendo? ¿He perdido la razón? Es como si todo se hubiese detenido. Como si solo yo tuviese movimiento y busco con desesperación si él también se mueve. Si está cerca. Tiene que estar por aquí. ¿Quién será? ¿Por qué me ha mirado así? Tengo la sensación de conocerle. Sus ojos, conozco esos ojos. Estoy segura de ello. Esos ojos que se han ido sin más.
Miro a Inés y Carmela que me miran embobadas, mientras yo solo puedo sentir un vacío inmenso, como si me hubiesen arrebatado una parte de mí misma.
–¡¿Qué?!
Inés se acerca a mí y coge algo de mi pelo. Luego me lo da. Yo la miro interrogativamente y ella asiente. Deduzco que ese hombre misterioso la ha puesto ahí. ¿Pero cómo? No he notado nada. ¿Cómo no he podido notar cómo alguien me enganchaba en el pelo una hermosa rosa roja con casi veinte centímetros de tallo?
Un escalofrío me recorre, pero no es algo desagradable, al contrario, por primera vez desde hace mucho tiempo noto algo “especial”, cálido. Ahora soy yo la que observa a su alrededor y todo parece más hermoso. Los colores, e incluso olores, son más intensos, más vivos, más reales, y el viento... ¿Puede susurrar el viento?
– 8 –
Pienso en tirar la flor, pero no puedo. Es como si me hubiese quedado pegado a ella de por vida. Es como si teniéndola entre mis manos, nada pudiese dañarme, ni siquiera las burlas de Inés y Carmela, o el enfado de Selena al ver a Maia acercarse y a mí observarla.
Peter se marchó al sentirse observado y eso no nos ha ayudado mucho tampoco.
Y yo me siento triste. Echo de menos a Fernando y no quiero que ningún desconocido me regale una rosa, quiero que mi marido venga y pasee conmigo y nuestras hijas. Así que me llevaré esta rosa y pondré a Fernando muy celoso.
–¡Vamos a comer! –en los últimos años lo soluciono todo comiendo–. Tengo hambre.
–¿Podemos irnos ya, mamá? –me pregunta Selena.
¿Ya? ¡Qué pena! No me ha dado tiempo a comprar velas. Y me hubiese gustado comprar algún colgante o pulsera para las niñas.
–¿Mamá? ¿Tía? –Escucho la voz de mi sobrino tras nosotras.
–¿José? No sabía qué ibas a venir. ¿Tú en un mercado medieval? Se alegra Carmela.
–Ya ves. Hola, Inés. ¡Hola, tía! Las tres mosqueteras, ¿eh? Y vosotras qué, ¿os lo pasáis bien? –les pregunta a mis hijas.
–Estupendamente –contesta irónica Selena.
–Pues yo estoy bien –dice Maia–. ¡Hola, primo!
–¡Hola, enana!
Mi sobrino José es el mayor de los tres hijos de Ángel y Carmela. Un joven de veinticinco años, encantador y poseedor de un sentido del humor extraordinario. Veinticinco años, pues sí que pasa rápido el tiempo. Tengo dos sobrinos más, Julián, de veintidós, y María, de dieciocho. María es mi salvadora en más de una ocasión con Selena.
–¿Queréis venir conmigo? –les pregunta José.
–¿A dónde? –pregunta Maia.
–A casa. El nuevo novio de María, ya sabes, ese chico que ha venido hace poco, el que tiene una madre extranjera, nos invita a todos a pizza esta noche. Vamos a ver una peli. Algo juvenil, que papá está en casa –añade con tono tranquilizador mirándonos a Carmela y a mí–. Nos ha dado permiso para celebrar una mini fiesta improvisada en el garaje. Por cierto, el novio de mi hermana va a traer a su hermano, creo que está en tu clase prima. ¿Peter se llama?
Selena se ha puesto nerviosa de pura expectación, mientras, Maia va a protestar, lo sé, lo noto en su mirada. Así que ataco. Creo que le debo una a mi hija mayor.
–Y tú podrías terminar los deberes, Maia, y comer pizza en lugar de pollo. Yo aceptaría. ¿Verdad, José?
Mi sobrino sonríe. Está claro que la invitación no es atractiva para Maia, pero aun así la convence.
–A mi hermano le encantará ayudarte, ya sabes que quiere ser profe de mayor –le dice guiñándole un ojo.
–¿Qué dices tú, Selena? –pregunta Carmela.
–Me parece bien.
Cómo no le va a parecer bien, si Peter entra en el lote. Mi sobrino se acerca a mí y me aparta un poco del grupo.
–Pasadlo bien tía. Te mereces salir de vez en cuando, y ya de paso, ayuda a mi madre. Sé que le pasa algo. No quiere contármelo, pero está triste.
–Eres un buen hijo. Solo está con la crisis de los cuarenta algo atrasada –bromeo quitándole importancia. Al parecer, sí que han notado algo mis sobrinos, al menos José.
–Sí, claro –responde para nada convencido–. Anda tía, dame un beso y no te preocupes por las primas. Recógelas cuando quieras, no hay prisa. Es más, déjalas a dormir si quieres.
–Eres un encanto, sobrino.
–Emborracha a mi madre esta noche, anda, a ver si la escucho reírse un poco. ¡Venga chicas! ¡Vamos a disfrutar de una peli y pizza!
Selena se acerca a mí y me da un beso en la mejilla.
–Gracias, mamá. Esto es un poco rollo.
–Tranquila, mi vida. Pásalo bien con los primos.
Es la primera vez en toda la noche que he visto sonreír a Selena de veras. Mi niñita está ilusionada con un chico. ¿Cómo es posible? Se hace mayor y ni siquiera me ha avisado de que tenía pensado crecer tan rápido.
Un zumbido persistente hace vibrar mi móvil y durante un instante lo miro. Igual es Fernando que ha cambiado de opinión. Tomo el móvil casi con necesidad y veo un mensaje de número desconocido. “Él no está trabajando. Una mujer como tú no merece que