Brumas del pasado. Margarita Hans Palmero

Brumas del pasado - Margarita Hans Palmero


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mostraros algo. Mirad al frente, ¿qué veis?

      –La plaza del pueblo llena de guirnaldas –me contesta Selena de mal humor.

      Me acerco a mi hija mayor y tomo su rostro en mis manos mientras le sonrío con dulzura.

      –Respuesta equivocada, mi cielo. No son guirnaldas normales, son guirnaldas mágicas. Cerrad los ojos.

      –¡Mamá! –protesta Selena–. ¡Ya no soy una niña! ¡Me estás avergonzando!

      –Cerrad los ojos y prestadme atención y os prometo llevaros al concierto ese que tanto nombráis.

      ¡Ah, palabras mágicas! Sonriente, observo cómo mis dos hijas han cerrado los ojos de forma rápida y efectiva. Maia en concreto parece que no puede apretar más las pestañas.

      –Cuando cuente hasta tres abriréis bien los ojos y volveréis a mirar. Y esta vez, quiero que soñéis.

      Tras la cuenta atrás, ambas abren los ojos y miran alrededor. Antes de que les dé tiempo a hablar, yo comienzo a susurrarles.

      –¿Qué veis ahora?

      –Mucha luz –dice Maia–. Hay colores vivos por todos lados.

      –Y huele bien –añade Selena–. Me está entrando hambre.

      –Es bonito –continúa Maia–. ¡Hay libros!

      Ahora suena en verdad entusiasmada.

      –¡Y pociones! –Añade Selena.

      –¿Podemos ir, mamá? ¿Podemos? –pregunta Maia.

      –Por supuesto, gráciles damiselas. Pero quiero que tengáis claro que nos reuniremos en la fuente mágica dentro de media hora.

      –¡Chachi! –grita Maia.

      Ambas salen corriendo y es entonces cuando me percato de la cara de asombro de Carmela e Inés.

      –¿Qué ha ocurrido aquí, Houdini? ¿Qué has hecho con mi amiga? –pregunta Carmela.

      –Oh, es un viejo juego que practicamos de vez en cuando. Se trata de cerrar los ojos y, por un instante, intentar ver a través de los ojos de los demás. Intentar cambiar a lo positivo e imaginar justo lo que queremos ver. A veces, nos sale tan bien, que realmente ese “algo” aparece, como esta noche, con los libros y las pociones.

      –Eres una madraza –me dice Inés.

      –Soy una superviviente de los agobios de la adolescencia y las inquietudes de la niñez –le sonrío yo.

      –Pues te ha salido genial. Anda, vamos a dar una vuelta, estoy muy intrigada con todo esto –me dice Inés.

      Divertidas pasamos entre un grupo que escucha a un juglar, mientras una serie de doncellas ataviadas con sus ropas de época y delantales de colores diversos pasean entre la gente ofreciéndoles distintos productos para que puedan probar. Tipos de chacina, queso, incluso una pequeña cata de algunos tipos de licor.

      Recuerdo a la joven de las flores. Espero volver a verla y así poder comprarle un ramillete o algún tipo de perfume si es que los lleva. Aún tengo impregnado el exquisito aroma a rosas que dejó tras ella al pasar junto a nosotras

      Una joven hada risueña se planta ante nosotras y nos ofrece un folleto. Nos invita a participar en las artes de cetrería y observar en primera fila las batallas entre caballeros. El mercado medieval se va a llevar a cabo durante todo el fin de semana, y mañana sábado, comenzará la jornada con un torneo. Finalizará el domingo con unos espectaculares juegos artificiales.

      Un grito llama mi atención y al girarme veo que se trata de un pequeño que se lo está pasando en grande en una colchoneta con forma de castillo que han preparado en otra sección de la plaza, donde también hay jóvenes pintando las caras a los chiquillos y colocándoles hadas a unos y verrugas a otros.

      –Mira Inés, un puesto de jabones y perfumes –exclama Carmela.

      Inés es la “coqueta” del grupo. No puede resistirse a los perfumes. Yo por mi parte, voy a ir encantada. Justo al lado hay un tenderete de velas, especias y plantas aromáticas.

      De repente suena el teléfono. Se trata de Fernando. Perfecto, así podrá venir y pasaremos un rato todos juntos.

      –¡Hola, Fernando! –respondo animada.

      –Hola, Helena, solo quería decirte que voy a llegar más tarde de lo que creía. Esto se ha complicado un poco.

      –Fernando, ¿sabes qué hora es?

      –Pues sobre las siete o así supongo, a ver… ¡Cielos, Helena! ¡Lo siento! ¡Ya son las diez!

      –¿Dónde estás?

      –Sigo aquí con los chicos. La reunión ha ido bien, tanto que quieren un plan de viabilidad para ampliar la empresa. Acabo de pedir pizzas para cenar aquí. Lo siento, Helena, de veras. Por cierto, ¿qué es todo ese ruido? ¿Música celta?

      –Sí. Estoy en el mercado medieval.

      –¿Con las niñas?

      –Pues claro, con ellas, con Carmela y con Inés. ¿Está Ángel contigo?

      –No. ¿Por qué?

      –Por nada, curiosidad –intento disimular–. Por un momento me ilusioné con que pudieseis venir y pasar una noche todos juntos.

      –Cuando todo este nuevo plan acabe te compensaré, te lo prometo.

      –No te preocupes Fernando. No trabajes hasta muy tarde.

      –Pásalo bien.

      Fin de la conversación. ¿Y por qué le he preguntado por Ángel? Supongo que porque por mucho que haya intentado convencer a Carmela de que sus suposiciones referentes a que él esté viviendo una aventura son totalmente infundadas, ha sembrado la duda en una parte de mí.

      Levanto la mirada y observo que mi cuñada me mira atenta. Parece que ha leído mi pensamiento. Me siento fatal. Así que me voy para ella, la cojo del brazo y le hago una proposición indecente.

      –¿Qué tal si hacemos unas compras y luego nos sentamos a esperar a las niñas en la posada que hay junto a la fuente? Si estamos en la Edad Media, hoy todas bebemos vino. ¿Qué os parece?

      Carmela me mira. Me sonríe con los labios, pero su sonrisa no llega a sus ojos.

      –Bien. Estoy de acuerdo.

      –¡Mamá, mamá! –una sonriente Maia viene hacia mí con tres libros bajo el brazo y al verla, no puedo evitar sonreír. Ha heredado mi amor por la lectura–. ¿Puedo ir con Selena a pintarnos las caras? Ella está allí, hablando con aquél chico –añade señalando a su hermana.

      Una especie de pellizco se me coge en el estómago. En efecto, allí está, hablando con un muchacho pelirrojo. Él le muestra una especie de colgante y ella lo mira embelesada, y no me refiero al colgante.

      –¿Quién es él, Maia?

      –Un compañero de su clase. Se llama Peter.

      –¿Peter? Será Pedro –pregunta Carmela.

      –Es que su madre es inglesa y su padre español.

      ¿Mi hija está flirteando? Porque eso es lo que parece desde aquí. De pronto me siento rara. ¿Mayor? La vida corre demasiado, el tiempo pasa rápido. Casi no te das cuenta.

      Una nueva brisa vuelve a soplar y de nuevo huelo a rosas. Maia ya se dirige al puesto de colgantes. Oh, no. No quiero que su hermana piense que la estamos espiando. Corro tras ella y sin darme cuenta tropiezo fuertemente con alguien alto, quedando mi cara justo delante de su pecho. Juraría que he rebotado, no estoy segura, pues me siento algo aturdida. Él ha parecido notarlo, ya que durante un


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