El islam y la cultura occidental. Lourdes Celina Vázquez Parada
el mundo, y México no es la excepción, una creciente influencia oriental: las tradiciones budistas, hinduistas o taoístas tienen cada vez más adeptos. Se advierte la presencia de musulmanes inmigrados y también de algunos conversos en el país. En las grandes ciudades, donde más se nota el multiculturalismo, es en los espacios de producción y consumo de alimentos, pero también en la música popular, aunque sigue predominando con fuerza lo anglosajón.
Todorov señala que nuestra identidad cultural se compone de varios aspectos. En un Estado nacional europeo se pueden sentir los habitantes como parte de diferentes culturas. Un habitante de Barcelona puede mostrar lealtad a Cataluña o España al mismo tiempo que a los valores europeos. Lo mismo sucede con un vasco francés o un bávaro. Surge la visión de la Europa de las regiones, donde vascos, catalanes, escoceses, bávaros, valones o flamencos tienen los mismos derechos que españoles, ingleses, alemanes o belgas. Esto está provocando que se modifiquen los conceptos de Estado y Nación. Lo importante para él sería determinar con cuáles de estos elementos se identifica más el ciudadano, y pregunta de manera irónica por cuál de ellos la gente estaría dispuesta a morir. Obviamente, no por la nación, porque nadie se muere hoy día por la patria. Los suicidas musulmanes dan la vida por su religión, y eso, para el europeo moderno, es difícil de entender. Para el mundo musulmán, y sobre todo para el árabe, el nacionalismo no significa lo mismo que para Europa y el continente americano.
Todorov califica al libro de Huntington como una obra erudita e indigesta, cuyo éxito solo fue posible porque ofrece explicaciones simples para comprender un mundo complejo. Es un libro mucho más citado que leído. Tiene numerosos seguidores, entre los cuales menciona a Oriana Fallaci, quien en una de sus obras habla de “una Cruzada al revés”,55 para sugerir que los musulmanes tratan de conquistar a los países occidentales. “La teoría del choque de las civilizaciones es adoptada por todos aquellos que quieren convertir la complejidad del mundo en términos de enfrentamientos entre entidades sencillas y homogéneas: Occidente y Oriente. Mundo libre e islam”.56 Huntington no distingue entre el islam, que es una religión, y los islamistas, que forman un partido político, porque esta diferenciación dejaría sin fundamento su tesis. “Para definirnos y movilizarnos necesitamos enemigos”,57 dice el autor. Frustraciones y antipatías enfrentan a grupos sociales. Muchos pueblos del Tercer Mundo que viven en la pobreza y marginación social critican a Estados Unidos. En tanto que en Francia y Alemania los islamistas ganan adeptos entre descendientes de árabes y turcos sin perspectiva laboral. En estos casos, justicia social y religión se confunden. Los seres humanos son complejos y se transforman continuamente; lo mismo pasa con las culturas ya que “cada individuo es portador de múltiples culturas”.58
Estamos de acuerdo con Todorov cuando concluye que las civilizaciones no producen choques al encontrarse, y que los choques se refieren “más bien a entidades políticas que culturales”.59 Las culturas, creemos, no entran en conflicto, sino que se enriquecen mutuamente. Esto sucedió durante la Edad Media, cuando los musulmanes enseñaron a los cristianos sus artes y ciencias. Existen otros puntos de contacto entre ambas religiones. Por ejemplo, la espiritualidad del poeta persa Rumi, que atrae a los cristianos sinceros y a los estudiosos de sus místicos, como san Juan de la Cruz. Aunque existen muchos más ejemplos, solo pretendemos rechazar las tesis simplistas de Huntington y otros autores.
Globalización e identidad nacional. Amin Maalouf
¿Qué es lo que determina la identidad del hombre?, ¿la religión, la nación, la lengua u otros factores culturales? El escritor franco-libanés Amin Maalouf trata de contestar estas preguntas en su libro Identidades asesinas60 basándose en sus propias experiencias. La personalidad de este autor está marcada por varias identidades: es árabe y libanés, y como tiene también la nacionalidad francesa, escribe en esta lengua. Cuando le preguntan si se siente “más francés” o “más libanés” contesta “¡las dos cosas!”.61 Maalouf, igual que muchos intelectuales del Líbano o Magreb, se expresa en francés, pero en el centro de sus obras literarias está la cultura árabe. Para él, la lengua es un factor cultural mucho más importante que la religión. Comenta al respecto: “De todas las pertenencias que atesoramos, la lengua es casi siempre una de las más determinantes. Al menos tanto como la religión…”.62 Se puede vivir sin religión, pero no sin lengua; y lo que más une a los pueblos es el idioma común y, en menor grado, la fe religiosa. “Cuando dos comunidades hablan lenguas distintas, su religión común no es suficiente para unirlas: católicos flamencos y valones musulmanes, turcos, kurdos o árabes, etcétera; tampoco la unidad lingüística, por otra parte, garantiza hoy en Bosnia la coexistencia entre ortodoxos serbios, católicos, croatas y musulmanes”.63
Lo mismo pasa en Líbano, el país natal de Maalouf donde la convivencia entre cristianos y musulmanes, entre católicos, ortodoxos, sunitas y chiitas es muy complicada. El autor nació “en el seno de la comunidad… católica-griega o malaquita, que reconoce la autoridad del papa…”64 Las comunidades cristianas del oriente son más antiguas que las del occidente, pero hoy en día la situación de los cristianos del cercano oriente no es fácil. “El hecho de ser cristiano y tener por lengua materna el árabe, que es la lengua sagrada del islam, es una de las paradojas fundamentales que han forjado mi identidad.”65
Él se siente, de cierta manera, parte de la tradición musulmana del pueblo árabe. Su idioma, que es la sagrada lengua del Corán, es un factor de unión cultural entre todos los árabes, como lo es para la Iglesia católica el latín, o para el pueblo de Israel el hebreo moderno que se basa en la Torá. En su libro Las Cruzadas vistas por los árabes,66 describe a los caballeros cristianos desde la perspectiva de los musulmanes que defienden Jerusalén. Pero un árabe, aunque nos sea religioso, no puede desprenderse completamente de su tradición cultural; por ejemplo, el novelista sirio-alemán Rafik Schami, quien es católico, subraya la importancia del islam para su obra y afirma que solo puede ser comprendida en el contexto de la religión.
La identidad de Maalouf es compleja; no faltan contradicciones que marcan su personalidad y causan confusión, como sucede con muchas personas y comunidades que se desenvuelven en ambientes culturales plurirreligiosos y pluriétnicos. El caso ilustrativo es la antigua Yugoslavia, cuyos habitantes actualmente, habiéndose desintegrado el país, buscan recuperar su identidad afianzando su religión y su lengua: son croatas católicos, serbios ortodoxos, o bosnios musulmanes. Para un bosnio, en época del mariscal Tito, la religión era un factor de menor importancia porque se sentía yugoslavo; pero hoy el islam le da identidad y lo aleja de los serbios ortodoxos aunque hablen la misma lengua. El comunismo era la ideología unificadora y hoy viven separados en países diferentes.
Existen muchos factores que determinan nuestra identidad. Para un negro en Francia o Estados Unidos el color de la piel lo diferencia de los demás; sin embargo, para un yoruba de África occidental el color de su piel tiene mucho menos importancia que su pertenencia a la tribu yoruba y que tenga como lengua vehicular el inglés o francés. Su religión puede ser cristiana o musulmana. Así se unen en una persona varias identidades culturales. Lo mismo pasa en Argelia o Marruecos, donde la minoría étnica berebere habla en casa su lengua materna, pero en la mezquita y la escuela utilizan el árabe, el cual es considerado, junto con el francés, lengua oficial. El novelista israelí Abraham Yehoshua describe los problemas lingüísticos y culturales de los bereberes, en cuya vida cotidiana se usan cuatro idiomas y muy pocos de ellos los dominan: En la escuela coránica aprenden el árabe clásico, que es muy diferente del árabe dialectal que se habla ahora en Argelia; en las universidades y en la prensa predomina el francés, y en la casa se comunican en berebere.
Muchos de los indígenas de México o Perú son bilingües; igual que los flamencos de Bruselas, quienes hablan con la misma facilidad el francés y neerlandés. En Barcelona, la capital catalana, se usa tanto el castellano como el catalán. La mayoría de sus habitantes son bilingües; pero otros, sobre todo los obreros de origen andaluz, no lo hablan y se sienten españoles. Los catalanes no saben si se sienten más catalanes o españoles. Si se les preguntara, contestarían seguramente como Maalouf: “las dos cosas”.
Aunque no debemos subestimar la herencia cultural de nuestros antepasados, como dijera el historiador Marc Bloch, Maalouf afirma: “los hombres son más hijos de su tiempo que de sus padres”.67