El juego y los alumnos con discapacidad. Mercedes Ríos Hernández
sea tolerante y respetuosa con la diversidad, solidaria con todos sus miembros.
En la actualidad, a nivel escolar, se está hablando de adecuaciones curriculares individualizadas. Pero nos encontramos ante un vacío en lo que se refiere al tercer nivel de concreción en el ámbito educativo que se traduce en la adaptación de las actividades de enseñanza/aprendizaje para facilitar la práctica motriz mediante el juego.
Entendemos que, a nivel terminológico, el concepto de Alumnos con Necesidades Educativas Especiales (NEE) es muy clarificador y respetuoso con los niveles de aprendizaje según cada situación (incluyendo incluso a aquellos alumnos superdotados). No obstante, nuestra aportación se centrará exclusivamente en el colectivo de alumnos con discapacidades físicas, psíquicas y sensoriales, dado que su especificidad facilita, pese a la indiscutible peculiaridad de cada individuo, unas generalizaciones de intervención que pueden resultar útiles a los educadores que quieran introducirse en este campo y a todos aquellos que intervienen en el ámbito de la educación del tiempo libre. Sin perder de vista, como ya se ha dicho, que no existen panaceas y que cada sujeto es, en sí mismo, una peculiaridad.
Nos hemos centrado en las discapacidades más habituales que pueden encontrarse, dado que ampliar a la multitud de afectaciones y grados que pueden existir requeriría una extensión de descripciones que creemos no sería útil en este primer trabajo donde se han priorizado las generalidades en beneficio de una facilidad de aplicación de los criterios trabajados y la necesaria síntesis que debe tener la presente aportación.
Dentro del colectivo de las discapacidades físicas se ha preferido distinguir y diferenciar claramente al colectivo de Parálisis Cerebral (PC). Dos son las principales razones: la tradición errónea de relacionar PC con discapacidad psíquica (una como consecuencia de la otra), y la gran diversidad de afectación motriz (que incluso, a nivel deportivo, se materializa en una clasificación extensa y compleja) supone un tratamiento específico.
En lo que se refiere a las discapacidades sensoriales, no se ha considerado necesaria la adaptación de los juegos al déficit auditivo dadas sus características que favorecen un óptimo nivel de integración. No obstante, se ha optado por insertar un capítulo teórico que describe la etiología del déficit, sus tipos y las variables relacionadas directamente con el déficit y los condicionantes que inciden en el desarrollo global, así como una serie de consignas básicas para facilitar la tarea del educador en el planteamiento de los juegos.
MERCEDES RÍOS
Primera parte
El juego y la diversidad
POR MERCEDES RÍOS
Chance (1979) sugiere que «el juego es como el amor: todos saben lo que es pero nadie puede definirlo». Pese a ello, en general, como juego podemos considerar cualquier actividad con la finalidad de divertirse, pasarlo bien. Existen muchas definiciones de juego y es difícil decantarse por una en concreto. Podemos citar como ejemplo la definición que encontramos de juego en el Diccionario de la RAE: «Jugar: hacer algo con alegría y con el solo fin de entretenerse o divertirse», o bien la que Johan Huizinga nos ofrece en su obra Homo ludens: «Una actividad libre, que se realiza dentro de determinados límites de tiempo y de espacio, según determinadas reglas libremente aceptadas pero absolutamente obligatorias».
Se observa principalmente que el juego es un comportamiento infantil y que es una actividad innata, natural, sin aprendizaje previo, que brota de la vida misma. Si nos fijamos en un grupo de niños que juegan nos sorprende la espontánea alegría. De ello parece que se concluye que tan solo a los niños se le reconozca el derecho a jugar. El adulto, desde este punto de vista, ha de ser una persona seria para poder enfrentarse con éxito a las responsabilidades que ha tenido que adquirir como tal. Sostener esto implica negar lo serio que puede llegar a ser el juego. De hecho, de una manera u otra, conscientemente o no, podríamos decir que el juego está presente en la vida del individuo desde que nace hasta su muerte. La actividad lúdica, evidentemente, será diferente en las diversas etapas biológicas.
Para el ser humano, como para los animales, el juego es una necesidad vital, una función propia, cuyo origen ha de buscarse en una serie de impulsos que se van desarrollando gradualmente según el entorno de cada sujeto. De esta manera se explica que la actividad lúdica esté presente en las más diversas formas, tanto en el hombre como en otras muchas especies animales.
Hay una diversidad muy importante de tipos de juegos. En este sentido, nosotros nos centraremos en el juego motriz, aquel donde está presente principalmente el movimiento.
El niño y la niña se introducen en el conocimiento mediante el juego y van entrando poco a poco en el complejo mundo de los adultos. Como afirma Piaget, «los juegos tienden a construir una amplia red de dispositivos que permiten al niño la asimilación de toda la realidad, incorporándola para revivirla, dominarla o compensarla».
Actualmente, se considera que el juego es una actividad esencial para el desarrollo integral del niño y, sin duda, también del adolescente.
Hacer jugar a un niño o a una niña es sencillo. Cuando juega recibe placer. En el tiempo libre, en el patio, en el gimnasio, etc., jugar es una posibilidad de expresión. Pero ¿es posible hacer algo más? ¿Podemos aportar algo más que el juego lúdico?
Si observamos las primeras veces que el niño juega en grupo podemos constatar individualismo, poca participación de la persona con menos capacidad física, etc. Así pues, el educador ha de proponer estímulos sucesivos que enriquezcan motriz, social e intelectualmente al niño: aprender jugando y aprender a jugar mejor (Blázquez, 1986). Es necesario que mediante el juego, el individuo experimente, descubra, vaya dando respuestas (correctas o no) que compare con otras vividas por los compañeros o con modelos posibles, progresando. Por otro lado, no debemos perder de vista que los aprendizajes que el niño realiza cuando juega pueden ser, y de hecho son, transferidos a otras situaciones no lúdicas.
Así pues, el juego es un instrumento transcendental de aprendizaje que el educador ha de aprovechar como un recurso para incidir más profundamente en la formación integral del individuo. Es necesario facilitar siempre la experimentación, no esperar del niño que de la respuesta que daríamos nosotros como adultos. Cada individuo debe poder ir dando sus respuestas, siguiendo el sistema de ensayo/error, para poder reflexionar sobre ellas. Por tanto, el educador debe proponer juegos adecuados a la edad del grupo. La dificultad irá aumentando paralelamente a los progresos individuales y a las características de cada uno de los miembros para poder contribuir positivamente en su formación.
El juego motriz es para el niño la primera herramienta de interacción con lo que le rodea, y a la vez le ayuda a construir sus relaciones sociales y otros tipos de aprendizaje. El juego es una de las primeras experiencias que ayudan al individuo a socializarse. El juego no solamente promueve el desarrollo de las capacidades físicas y motrices, es también una práctica que introduce al niño en el mundo de los valores y actitudes: el respeto a las diferencias, a la norma, al espíritu de equipo, a la cooperación y a la superación.
Es en este último aspecto donde reside la importancia de la integración en los juegos. Buscar soluciones para la participación de todos supondrá una dificultad añadida para el educador. El esfuerzo principal consistirá, en situaciones muy competitivas, en compensar la desventaja de los alumnos con discapacidad, facilitando la participación de todos. Jugar significa disfrutar, reír, discutir, comunicarse, llegar a acuerdos, establecer estrategias, etc., una experiencia vital que también forma parte de la educación del individuo. Cuando se excluye a un alumno de un juego a causa de su discapacidad, de su diferencia, le estamos privando de una fuente de relación y de formación a la cual tiene derecho, llegando a influir en su desarrollo emocional y psicológico, a su proceso madurativo. Esta idea no es en absoluto una afirmación teórica. En observaciones hechas en centros de tiempo libre, se evidencia que muchos adolescentes con discapacidad no saben jugar. No han compartido los juegos habituales con el resto de sus compañeros (por ejemplo,