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El poder. Ana Rocío Ramírez
ha sido por él. —Úrsula lo intentaba frenar mientras el resto de la mesa seguía debatiendo.
—En la siguiente reunión convocamos votación para un nuevo director. Nos aseguraremos de que mi sucesor sea Gabriel. Yo ahora no quiero perder el tiempo en esto; quiero centrarme en nuevos proyectos que tengo en mente. —No pudo evitar mirar a la chica, y tanto Úrsula como ella se dieron cuenta.
No entendía ni él mismo esa fijación. ¿Estaba obsesionado? ¿Le gustaba verdaderamente la chica? ¿O era simplemente que la chica le había dicho no?
La reunión finalizó. Todos salieron del seminario, menos él, que, por primera vez, no abandonó el primero la sala. Fumaba y tenía la mirada como perdida, aunque la recuperó para verla salir de la sala y dedicarle un «hasta luego».
—¿Has escuchado lo que te he dicho? —Gabriel le tocó en el hombro para hacerle volver a este mundo.
—No. Dime. —Agitó la cabeza; volvía de su abstracción mental.
—¿Qué cojones te pasa? —Gabriel no entendía nada en absoluto.
—Demasiadas cosas inútiles en su cabeza —comentó Úrsula mientras recogía sus cosas de la mesa.
—Estaba pensando lo bien que te vendría, tanto personal como profesionalmente, ser director. ¿Qué te parece? —El Señor le comentó sus planes.
—Me da igual. Cuenta conmigo para lo que necesites.
—Ya lo hablaremos, pero ahora necesito hablar con Úrsula —a la cual indicó con su mano que se dirigiera a su despacho— a solas, si no te importa. Tenemos que comentar un par de cosas de varias asignaturas.
Casi dejando a Gabriel con la palabra en la boca, se dirigió al despacho, donde ya le esperaba Úrsula obedientemente e intrigada, pues el Señor nunca se implicaba en la docencia, solamente en la faceta de investigación.
—Llevabas tercero, ¿no? —De nuevo tenía esa necesidad de encenderse un cigarrillo para aplacar sus nervios, para pensar con más claridad…
—Sí. ¿Por qué? —Úrsula se sorprendió por el interés.
—Necesito un par de favores sobre la chica que suele acudir a las reuniones de departamento y a la que das clases. Necesito información sobre ella.
—¿Por algo en especial? No habla en clase, pasa desapercibida al completo, más bien porque creo que en líneas generales no le interesa nada. Aunque he de reconocer que me sorprendió verla levantar la mano para ser delegada.
—Lo hizo por mí. —Comenzó a reírse y se llevó los brazos tras la nuca—. Quiere demostrarme que no me tiene miedo. Es fuerte y no se va a dejar pisotear.
Úrsula no entendía nada, pero no le gustaba lo que estaba viendo en absoluto. No recordaba haber visto al Señor dar vueltas por la habitación, nervioso y sin saber cómo manipular a una simple y mediocre alumna.
—¿Cómo lleva tus parciales? —preguntó, curioso.
—Bien. No ha suspendido ninguno y el lunes le toca el examen oral.
—¿Y de delegada? —Seguía muy intrigado.
—Excelente. Tiene dotes de liderazgo muy potentes y, a pesar de las diferencias entre los sectores de clase, es muy neutral y todo lo hace de manera democrática e intentando siempre informar tanto a mí como a sus compañeros de todo. Ya le he dado las gracias en un par de correos por ello.
Y sin saber o entender por qué ni incluso él mismo, el Señor no podía parar de sonreír por toda esa información recibida, sintiéndose orgulloso de ella.
Una sonrisa pura y llena de felicidad mostraban sus rostros en la lejanía. Llevaban cerca de tres semanas sin verse y las ganas de cada uno eran notorias. Una sorpresa fallida por parte de Raúl, pues la chica había reconocido su coche a lo lejos, aparcado en doble fila junto al suyo, con una escena de película con un rubio y un ramo de flores fuera.
En cuanto llegó al sitio, ambos soltaron las cosas y se fusionaron en un abrazo. Raúl levantó a la chica y la cogió por la cadera. Con sus enormes manos le apretaba las mejillas y esta, mientras tanto, jugueteaba con su pelo. No podían parar de achucharse y de decirse mutuamente cuánto se habían echado de menos.
Tras esos cinco minutos de romanticismo se montaron en el coche de Raúl para ir a cualquier sitio a comer, siendo elegido el italiano más cercano al campus. Del aparcamiento al restaurante, Raúl no pudo evitar preocuparse. Aunque la chica estaba feliz por su vuelta, él les notaba a esos ojos, siempre llenos de energía, vitalidad y alegría, un trasfondo cambiado y triste.
—¿Qué ha pasado, mi rubia? —le preguntó mientras le daba un tierno beso en la frente y aprovechaba para ponerle su mano por encima del hombro.
—Aparte de echarte de menos, no mucha cosa. —Agachó la cabeza—. ¿Y tú qué tal con tu padre?
—¿Es por el capullo de tu profesor o ha habido un problema en casa más grave que de costumbre? —Raúl ralentizó el paso para no llegar al restaurante y que la conversación cambiara.
—¿Cuántas veces has discutido en Gales con tu padre? ¿Cómo está tu madre? ¿Y Germán? ¿Fue finalmente a verte? —Ella seguía intentado desviar.
—Esto va muy en serio, entonces. No he hecho mal en contarle a mi madre que tengo planes de futuro contigo y que me da igual lo que piense mi padre de esto. —Se reía porque la situación parecía una conversación de preguntas sin respuestas y por comprobar que eran iguales.
La chica se paró en seco, pero la sonrisa en su cara era totalmente imposible de frenar.
—¿De verdad? Pues yo se lo he contado a mi hermana. —No podía parar de reírse. Inconscientemente, ambos estaban dando pasos hacia una relación más estable.
—Me tengo que portar bien ya sí o sí. Si Valentina no da el visto bueno, no me lo da nadie en esa familia. —Con la intención de hacerla sonreír más, se arregló la camisa e imaginariamente se colocó mejor un nudo de corbata.
—¡Eres un payaso! —le dedicó mientras se acercaba a abrazarle y robarle un beso.
El objetivo había sido cubierto al completo por Raúl. Conocía tan bien a su chica que sabía cómo tantear cada terreno de conversación; pero, sobre todo, aportarle una tranquilidad basada en la confianza.
Mientras comían dieron respuestas a todas esas preguntas. Raúl le contó cómo su padre no paraba de venderle a la hija del socio para que tuviera una relación con ella, al mismo tiempo que le recriminaba la manera de llevar el hotel, según decía poco autoritaria y depositando demasiada confianza en los trabajadores. En otra ocasión, seguramente mucho antes de conocer a la chica, Raúl no daría importancia a las formas y actitudes de su padre en los negocios: captaría las órdenes y las cumpliría. Pero él ya no era el mismo. La victoria en su lucha contra el cáncer de adolescente y su relación con la chica habían hecho de él una mejor persona, más cercana, humana y más crítica con esos comportamientos.
La chica también le puso al día de todo lo suyo: el falso examen oral del Señor, las reuniones de departamento, la huida de casa de su padre porque no aguantaba, así como su vuelta porque no podía valerse por sí misma económicamente, los reproches de su madre por ello y lo que más preocupó a Raúl: la oferta académica del Señor.
—No lo aceptarás, ¿no? No te hace falta en absoluto —comentó Raúl muy seguro de sus palabras.
—¿Que no me hace falta? —La chica se sorprendió—. Precisamente, falta hace…
—Claro que no. En cuanto acabes la carrera nos vamos a vivir juntos y dejas de preocuparte por el dinero, el trabajo y todas esas banalidades.
—Estás bromeando, ¿no? —La chica escuchaba incrédula las palabras de su rubio.
—En absoluto. Si quieres podemos buscarte algo de lo tuyo y, mientras eso llega, no entiendo tu alarma por vivir