El poder. Ana Rocío Ramírez

El poder - Ana Rocío Ramírez


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mal porque, debido a sus circunstancias, su amiga se replanteaba su futuro con el Señor. Afortunadamente, se le abría una puerta, gracias a Alfonso, con otro catedrático como Félix, aunque este les daba clase ahora, en este primer cuatrimestre, y no lo conocían de antes. A la chica no le gustaba mucho. Veía su mirada muy sucia y de alguien de quien no fiarse. Aunque no fueran a ser amigos, ni mucho menos, estaba preocupada porque era una persona que le inspiraba desconfianza y resquemor. Sin duda alguna, era ese tipo de persona a la que no se acercaba porque hacía caso a su intuición y a lo que veía en su mirada, pero apoyaría y ayudaría a su amiga en lo que hiciese falta para cumplir su sueño aunque no le gustara su elección.

      9. SACAR LO MEJOR DE ELLA

      El tercer curso trajo consigo una prueba semanal: recibía un correo electrónico del Señor recordándole plazos y con alguna que otra pista sobre el examen oral de diciembre. La chica meramente respondía «gracias» y repetía su negativa. No tenía dudas aún sobre el tema en cuestión. Pero el tono de amabilidad de los mensajes se torció a principios de noviembre:

      Buenas tardes, señorita.

      He reflexionado respecto a la oportunidad que le he otorgado y creo pertinente para su preparación del examen una lectura de los tres tomos, de solo mil páginas cada uno, del manual que le mandé.

      Me he asegurado y se encuentran en la biblioteca, para que de esta manera no tenga problema alguno.

      Para cualquier duda, puede pasarse por mi despacho o escribirme por aquí. Estoy a su completa disposición.

      Ánimo y la espero a mediados de diciembre.

      La chica leyó el mensaje en pleno almuerzo, en el piso, por lo que no se cortó en expresarse tal y como se sentía al leerlo:

      —¿Sólo mil páginas? —repetía una y otra vez con tono de sorpresa y elevando el tono de voz.

      —¿El qué? —preguntó Cristina, totalmente desubicada con lo que acababa de ocurrir.

      —Este tío es gilipollas. Si él no tiene vida, no es mi culpa —exclamó mientras le pasaba el móvil con el correo electrónico abierto para que su amiga lo leyera.

      —Un mes para esto… No creo que te dé tiempo.

      —Es imposible. Entre las cinco asignaturas de este cuatrimestre, el trabajo y ahora dos mil páginas más las mil que ya me estaba preparando. —Comenzó a levantarse, nerviosa, y a dar vueltas por la habitación. Su agobio aumentaba.

      —Relájate —casi le suplicó Cristina, mirándola sentada desde el sofá—. ¿No te da tiempo a leértelo en el almacén, en los descansos del trabajo? ¿O cuando no hay mucha gente en el bar, como haces ahora? Te pones el libro donde los vasos, como siempre. Tú lees muy rápido.

      —Si a leérmelo puede que me dé tiempo, pero a preparármelo a modo de examen cabrón donde se me va a preguntar lo más extraño… —Negaba con la cabeza, como si solo pensar lo contrario fuese una completa locura.

      —¿Entonces? ¿Te puede quitar el cinco condicional?

      De repente, sonrió. Comenzó a reírse, tanto de nervios como de satisfacción, por tener la solución:

      —Me ha subido la nota al acta. No puede ir meses después a decir a secretaría que me la cambien y me suspendan. Tengo el pantallazo del aprobado. —De nuevo sonreía, algo más aliviada.

      —Entonces ni te presentes —dijo con un tono irónico y ya también más relajada.

      —Eso no. Me voy a presentar y bien, pero con las normas acordadas. Solamente será el examen sobre el primer manual, tal y como se dijo.

      —¿Qué le vas a contestar? —Cristina veía el brillo en los ojos de su amiga.

      —Me voy a hacer la tonta y responderé en un par de días, agradeciéndole su ayuda y recordándole el libro elegido.

      No sabía si iba a ser eficaz, pero sentía haber encontrado una solución rápida donde no faltaba a su palabra y tampoco quedaba mal por negarse tajantemente. Una elegante salida, pero que le acarrearía consecuencias.

      Al día siguiente lo comentó con su círculo más íntimo, donde cada vez era más cotidiano que estuviera Elena. La chica quería saber su opinión, pues Cristina, al fin y al cabo, estaba más ajena y no lo conocía tanto como sus compañeros, a quienes también les había dado clase:

      —¿Qué os parece? —La chica miraba a cada compañero.

      —Yo veo bien que lo hagas —argumentó Claudia—. Ten cuidado, porque todo esto no me está empezando a dar muy buena espina.

      —Yo lo veo genial. Para chulo él… —matizaron entre risas e intentando quitarle hierro Laura y Marta.

      —Sé suave. No seas tan tajante como lo has explicado porque si se cabrea va a ser peor para ti. Te quedan dos años de clases y son muchos los que trabajan para él. —En este caso Elena, junto con Claudia, intentaba poner un punto de cordura y preocupación al asunto.

      —Es un soberbio y un gilipollas. Todo cuidado que tengas es poco —comentó Alfonso entre caladas—. Tu expediente es medio, tirando a bajo, y te puede machacar por donde quiera.

      —Ten cuidado, cariño, por favor. Nunca se sabe de la calaña que está hecha la gente —puso Pío fin a la conversación con estas palabras llenas de dulzura y bondad, propias de él.

      A pesar de la charla, la chica se dispuso a escribir el correo electrónico tal y como lo había estructurado en su cabeza la primera vez, y fue así mismo como lo envió:

      Buenas tardes, Señor.

      Gracias de nuevo por su atención y preocupación.

      Tal y como habíamos acordado, sigo preparándome el primer tomo del manual para el examen oral del día 16 de diciembre.

      Sí tengo una duda respecto al examen: ¿podré llevar esquemas preparados?

      De nuevo gracias.

      Disculpe las molestias.

      Un cordial saludo.

      Desviaba elegantemente el tema de los tres tomos y le brindaba al Señor una duda, como tanto repetía en sus correos y parecía ansiar. No habían pasado ni diez minutos cuando recibió una escueta respuesta:

      Puede traer lo que quiera.

      Y de acuerdo.

      El objetivo parecía estar conseguido y ahora solo quedaba seguir preparándose el examen y superarlo, cosa nada fácil, pero no imposible, dada la gran cantidad de horas dedicadas.

      Paralelamente, Úrsula, una de las súbditas, que parecía ser su mano izquierda, estaba dando clase tanto a la chica como a sus compañeros en una asignatura obligatoria. Irónicamente, les estaba gustando mucho. Conseguía interesarles a pesar de su frialdad, exigencia y distancia. La profesora Úrsula sabía transmitir e imponerse al alumnado generando respeto, al contrario que su jefe, quien tan solo sabía generar miedo.

      Fue con ella con quien siguió su impulsividad para demostrarle al Señor que no tenía miedo y se presentó como delegada de curso. Con este puesto debía asistir a las reuniones de departamento, donde el Señor era el jefe, y su voto contaría para nuevas propuestas.

      —A continuación, antes de comenzar la clase de hoy, vamos a elegir nuevo delegado. ¿Algún candidato?

      —Yo. —Se levantó la chica—. Candidata, si no le importa —dijo entre risas.

      —Le anoto el nombre.

      Asombrosamente, no se lo tuvo que preguntar y lo anotó en la pizarra.

      —¿Algún otro u otra?

      Levantó la mano otro compañero, con el que la chica y su grupo no tenían buena relación. Tanto era el mal rollo en clase que estaban divididos por bancadas y pasillos, debido a la competitividad


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