El poder. Ana Rocío Ramírez
sí… No sé lo que somos —le contestó con voz temblorosa por no saber la respuesta—. Pero sí sé algo: para él lo somos.
—Entonces, aunque suspenda, por lo menos sacaré algo en claro de todo esto —le dijo mientras se dirigía, esta vez sí, a la puerta del copiloto.
—Rubia —le dijo mientras la seguía y le intentaba coger la mano—, disfrutemos de lo que somos y de lo que no. Una vez estemos los dos estables e independientes al completo, pensaremos en los demás. —Mirándola a los ojos, con las manos en sus mejillas y con esos ojos azules diciéndole más que esas palabras que salían de su boca, la chica no pudo evitar sonreírle y dejarlo pasar de nuevo.
Lejos de aquel restaurante al que se fueron a comer y sentado en su despacho estaba el Señor frente a los dos exámenes de la chica, decidiendo su nota. Ella nunca llegaría a saber la real, pero aquel mismo día sus exámenes estaban puntuados con un 4,8 y un 4,9. De nuevo le tocaría ir a revisión.
Las calificaciones se publicarían dos semanas más tarde. A la chica le cogió la noticia en su piso, con Cristina, con un plan de película, palomitas y pijamas. Todo se torcía al completo.
La chica rompió a llorar sin parar. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra el sofá. Acababa de perder la beca, dado que solo se podía suspender una para solicitar la ayuda económica, y con ello posiblemente la oportunidad de poder comenzar el tercer curso de la carrera. Utilizaron la coherencia y pidió hora para las distintas revisiones. Ernesto le respondió de inmediato, citándola para dentro de dos días. Sin embargo, el Señor tardaría más de una semana en responder y citarla.
Al día siguiente la chica se vio con Alfonso y Elena para tomar café y contarles lo ocurrido, los suspensos. Elena no quiso comentar en un primer momento. Este hecho hizo dudar a la chica sobre si estaba metiendo la pata por contar el tema frente a ella de aquella manera, pues el estado de nervios e histeria le hacía medir poco sus palabras ante una compañera de profesión. Sin embargo, Alfonso le mostró su apoyo y ayuda de inmediato:
—No te preocupes. Hablaré con él —dijo con un tono de control de la situación y superioridad.
—No hagas nada. Lo que me faltaba ahora es ir de arrastrada.
—Todo el mundo necesita que le ayuden alguna vez, aunque sea un poquito. Déjame hacerlo. Te lo mereces —insistió Alfonso.
—¿Qué vas a hacer? —La chica odiaba deber nada a personas como Alfonso.
—Pedirle simplemente que te dé otra oportunidad, no que te apruebe sin más.
—Qué injusto. Como se entere alguien, se me cae la cara de vergüenza. —La chica se sentía avergonzada.
—Tranquila, no sale de aquí. Tú ve mañana a la revisión normal y le preguntas los motivos del suspenso. Que te vea lo más noble y afectada posible. —A Alfonso se le inflaba el pecho por ser el héroe.
La conversación quedó interrumpida, pues el teléfono de la chica no paraba de sonar con mensajes del foro de estudiantes de su clase. Sus compañeros escribían sobre una posible reclamación contra Ernesto por el examen de junio, dado que preguntó un tema fuera de la programación. Estaban recogiendo firmas de todos los afectados, que eran muchos, a espaldas de todos los docentes del campus para que tuviera una mayor consecuencia si pillaba por sorpresa, y más cuando contaban con la ayuda del sindicato de estudiantes. Los compañeros preguntaron a la chica sobre su postura y les dijo que no haría nada hasta ir a revisión.
Tras colgar el teléfono, Alfonso y Elena habían ido oyendo las respuestas de la chica e intuían por dónde iba el tema. La chica no esperó más y dejó de lado su prudencia:
—Elena, ¿y tú qué opinas?
—Que no debes firmar y debes hacerle caso a él —dijo mirando a Alfonso.
—Y sobre el examen, ¿piensas que estoy suspensa? —preguntó con un tono por primera vez seco y directo.
—No lo sé. No he leído tu examen, pero sí he leído los que me has hecho a mí. No te considero ni mucho menos tonta, pero un mal día puede tenerlo cualquiera. Ve a revisión y después nos cuentas.
No terminaba de captar a Elena. La intuición y lo que la chica veía en su mirada no se estaban correspondiendo con la actitud defensiva hacia su compañero y sus becarios. Sin embargo, sus ojos reflejaban una nobleza que le hacía confiar en su justicia y, sabiendo de sus problemas personales, achacó la falta de unión entre el dicho, el hecho y lo visto en su mirada a eso mismo.
Llevaba todo el día intentando hablar con Raúl, pero no supo nada de él en todo el día. Quería pedirle que la acompañara a la revisión. No a la de Ernesto, sino a la del Señor, pues tenía mucho miedo y no sabía ni por qué. La figura de aquel hombre le imponía un respeto enorme, a pesar de que siempre intentaba disimularlo. Sin embargo, no pudieron hablar hasta que pasaron las revisiones. Raúl tenía sus propios problemas en casa y no podía ayudarla en esta ocasión.
La cita con Ernesto era a las once. Llegó extremadamente puntual, aunque no le sirvió para entrar a su hora, la cola de compañeros suspensos era enorme. Este hecho la consoló, pues la hacía sentir más tranquila y pensar que quizás estaba siendo un tanto paranoica con toda la situación. Las voces de Ernesto y del alumno que estaba dentro del despacho se escuchaban desde fuera como si las puertas estuvieran abiertas. Este salió pegando un portazo y diciendo en voz alta, para que todos lo oyeran, lo cabrón que era ese profesor. Estaba advirtiendo al resto, de una manera muy peculiar, sobre las nulas posibilidades de raspar el aprobado.
El siguiente turno era el de la chica. Con cabeza baja y simpática, entró a comprobar los motivos del suspenso. Nada más entrar, Ernesto le preguntó su nombre, algo que a la chica le extrañó, pues le constaba que Alfonso ya le había avisado y puesto al día sobre su situación con la beca. Primeramente la buscó en la lista de clase y posteriormente le dio su examen para que lo ojeara. La nota de la asignatura estaba dividida en dos partes de manera proporcional: una evaluación continua y el examen final. La chica acaba de descubrir que tenía 4,6 de cinco puntos por lo trabajado durante el curso; sin embargo, a pesar de haberse pasado todo un verano estudiando y escribir durante las dos horas de examen, este contaba con una nota irrisoria: 0,2 de cinco puntos. La chica estaba alucinando. Ocho hojas de examen y dos preguntas, puntuadas con 0,1 cada una. No entendía nada de lo que estaba viendo.
Ernesto se disponía a explicarle la mísera puntuación cuando esta se percató de algo fuera de lo común en el listado de clase. En un arrebato de impulsividad, lo cogió sin pedir permiso:
—¿Por qué tiene mi nombre un asterisco? —Comenzó rápidamente a revisar toda la lista para ver si era la única, y efectivamente lo era, lo que hizo que se cabreara aún más—. ¿Y por qué soy la única con esta marca?
—Esos datos son confidenciales, señorita. Devuélvame la lista —dijo intentando alargar la mano para arrebatársela a la chica.
—¿Confidencial? Necesito una explicación. —La soltó sobre la mesa.
—Usted no está en condiciones de exigir nada —replicó con tono soberbio. Se notaba que era aprendiz de su jefe.
—¿Quién me corrige el examen? ¿Usted o el caballero del despacho de enfrente? —preguntó refiriéndose al Señor.
—Por supuesto que yo. —Le había picado en su ego académico—. El Señor simplemente me ha indicado que usted es una alumna un tanto polémica y propensa a perder las formas. De ahí el asterisco.
—Dígame ahora: ¿soy tan «polémica» como dicen por aquí? ¿Se ha sentido agredido por mi persona?
—En absoluto. Ha sido usted muy educada aun cuando ha visto su asterisco. Otra persona hubiese montado un espectáculo mayor.
—Gracias, pero me temo que de poco me va a servir. —Comenzó entonces a levantarse, dirigiéndose a la puerta—. Se me ha juzgado antes de entrar. No quiero ni perder mi tiempo ni hacerle perder más el suyo, pues ambos sabemos que no me va a aprobar.
Y