El poder. Ana Rocío Ramírez
de que su chulería y ceguera le impidieran apreciar sus propios errores. Realmente, dudaba si se había merecido aprobar pasándose con sus suspicacias en la revisión. Fue así, de esta manera tan fácil y sutil, como la chica bajó la guardia.
Finales de abril. Un mes después de aquella revisión y de nuevo en una clase con Elena, el Señor envió un correo a Laura y otro compañero, donde los citaba en quince días para un debate sobre un libro concreto, en el cual decidiría quién de los dos se merecía la matrícula de honor. Automáticamente, la chica comenzó a buscarle el libro a Laura por internet, dándose cuenta de que la biblioteca de la facultad solo contaba con un ejemplar. Sin dudarlo, se levantó de su sitio, dispuesta a ir a la biblioteca a por él. De nuevo en mitad de una clase de Elena, pensaba la chica mientras se sonrojaba y seguía su proceso de salida, pero no podía permitir que el libro acabara en otras manos que no fueran las de su amiga.
La chica quería a Laura, tanto que en numerosas ocasiones saltaba en su defensa cuando algunos de sus compañeros, y cada vez eran más, hacían referencia a la forma en que conseguía las cosas: mediante la práctica del «peloteo» a los profesores o del victimismo. No hacía oídos a los rumores, pues levantaba en la chica su instinto más protector y siempre había sido muy buena con ella, dándole igual el resto.
Cuando entró de nuevo en clase, Elena no pudo resistirse a preguntar delante de todos cuál era el motivo de su salida. La chica mintió, diciendo que había ido al baño, y se disculpó por molestar. Al sentarse le dio a su amiga dos besos y el libro, bajo la atenta mirada de la profesora, a la cual se le notaba el desconcierto. Al acabar la clase, ambas reían al ver correr hacia la biblioteca a su compañero, quien ilusamente creía, con su habitual estilo de superioridad y de suponerse más inteligente, que iba un paso por delante.
Esa misma tarde se vieron Alfonso y la chica en la cafetería de siempre, un sitio tranquilo, lo suficientemente cercano a la facultad, pero alejado del ruido y ajetreo universitario, perfecto para poder charlar tanto de cómo arreglar el mundo como de por qué el gatito de Alfonso estaba cojeando de nuevo. Llegando al lugar, mientras hablaban de la proximidad de los exámenes finales del curso, se encontraron con Elena sentada allí, leyendo lo que de lejos parecía un trabajo de un alumno. Al verlos se levantó a saludarlos, en especial a Alfonso, pues eran amigos fuera del ámbito académico, como estaba justo comprobando la chica, la cual se quedó un paso atrás, dispuesta a sentarse en una mesa aparte y alejada de su profesora. Sin embargo, Alfonso, con su habitual costumbre de pelotear, insistió en sentarse todos juntos y convertir aquello en algo cordial y ameno fuera de la facultad.
La chica, muy observadora como siempre, estaba notando que estaban acostumbrados a quedar. Ambos se apoyaban en sus problemas personales. Se notaba que no había nada más que un gabinete psicológico improvisado en la terraza de un bar. Aquella tarde se le hizo larguísima a la chica. No sabía qué decir ni hacer, cómo sentarse o expresarse. No estaba nada cómoda sentada frente a la profesora que a la mañana siguiente, a las nueve en punto, estaría dándole el temario en clase e incluso dos meses después tendría que examinarla. Hablaron de todo menos de la facultad. Elena parecía interesada en saber sobre la vida de la chica, de su procedencia y por qué había decidido elegir aquella carrera. Las respuestas que se encontraba eran de lo más trivial y secas. La chica estaba cortada y no daba pie a mucha conversación.
Dispuestos a alargar la tarde y quedarse a cenar, Alfonso y Elena llamaron al camarero para pedir. La chica aprovechó para excusarse con que había quedado para cenar y se le había hecho tarde. Tras levantarse, se despidió con un toque en el hombro, mientras que a Alfonso le dio dos besos y dinero para pagar su parte, cosa que rechazó, obligando a la chica a guardarlo. Mientras conducía camino al piso, no dejaba de pensar en la extraña situación de estar sentada en una cafetería fuera de la facultad junto a su profesora. Al llegar al piso se lo comentó a Cristina, que ante la cara de preocupación de su amiga no paraba de reírse.
—Yo no le encuentro la gracia, Cristina. Dime. —La chica se puso seria.
—Con lo poco que te gusta la gente que pelotea a los profesores y coges y te vas de cervezas con una. —Cristina no podía parar de burlarse.
—Pero yo no he peloteado en absoluto. Si no sabía ni qué decir. —Se sentía avergonzada sin tener claro el motivo.
—Si lo sé. Te conozco de sobra para saber que eres incapaz de pelotear incluso si necesitas aprobar, más que nada porque eres una borde de naturaleza.
—Gracias, cariño. Yo también te quiero.
—Te digo la verdad. Además, no te preocupa lo que repercuta en tu nota porque bien que me has dicho que la ves objetiva y, separando ambas cosas, porque ni siquiera habías notado que era amiga de Alfonso en clase.
—Ya sé lo que me vas a decir. Me preocupa que piensen que estoy peloteando cuando no es así. —Odiaba las versiones inventadas sobre su vida.
—Pero no puedes evitar que te sienten mal las injusticias y eso sería una. Sin embargo, te sientes mal porque ni tú misma lo ves bien. ¿O me equivoco?
—¿Hoy te has leído un libro de psicología o cómo va el tema? Cómo odio lo que me conoces.
—Te jodes. Venga, vamos a cenar, que encima vienes muerta de hambre.
Cristina se dirigió a la cocina riéndose sin parar; incluso ya dentro de ella se la seguía escuchando. Sabía que era una tontería lo que su amiga estaba pensando, pero que esta se preocuparía. Aun así, no estaba en la chica aceptar de buen grado las críticas falsas y sabía que si alguien los veía tomando café le caerían muchas. En aquel momento no sabía que sería el primero de muchos cafés y el comienzo de su madurez respecto al «qué dirán».
La chica se fue directa a la cama tras cenar, ya que al día siguiente le esperaba un buen madrugón y cuatro horas de clases seguidas con Elena. Ya en la cama, escuchó el timbre de la puerta. Extrañada, se levantó para que Cristina no abriera sola, pero era demasiado tarde: cuando salió al salón, Raúl ya estaba allí dentro, pidiendo hablar con ella. No pudo evitar agradecer en un leve susurro su presencia, pues esa noche no dormiría sola, sino abrazada a él.
4. UNA HISTORIA DE AMOR
Cinco años de relación de amor y odio. Ni podían estar juntos ni podían estar el uno sin el otro. Raúl, un chico bien acomodado, acostumbrado a no recibir ningún «no» por respuesta, se había planteado como reto acostarse con la chica cinco años atrás como uno más de sus juegos. Sin embargo, este acabaría marcando la vida de ambos.
Con diecisiete años ella y veintidós él se conocieron, irónicamente, en un hospital, en las sesiones de rehabilitación. Él había sufrido un accidente de moto y había sido operado de la rodilla, mientras que la chica tenía una hernia de disco y estaba en tratamiento físico preventivo para no empeorar su situación. El día que ella llegó por primera vez a la clínica, se quedó mirándolo imprudentemente. Raúl era atractivo y con una picardía que encandilaba a cualquiera, chulo y con un toque de arrogancia propia de un chaval de su edad que, hasta ese día, lo había conseguido todo con tan solo pestañear.
Ella era normal, del montón alejado del que él se solía fijar, pero no podía evitar la curiosidad al descubrir la sinceridad tan directa de la chica, quien estaba fijándose en su herida en vez de en él, llevándole a gastar una de sus insolentes bromas:
—La sonrisa y los ojos los tengo más bonitos, rubia —le dedicó con tono picarón.
A lo que ella respondió de una manera muy fría y distante, mirándole a los ojos:
—Es común, del montón. Pero la herida es original, al igual que tu falta de humildad y tu defecto visual, pues soy morena.
La cara de Raúl fue un auténtico cuadro. No supo ni qué responder ante semejante bordería de la chica. Sin embargo, eso mismo fue lo que le llamó la atención y, finalmente, lo que le enamoró.
Pasaron los tres meses correspondientes a la rehabilitación. Los pacientes que habían pasado todos juntos esa fase realizaron una cena