El poder. Ana Rocío Ramírez

El poder - Ana Rocío Ramírez


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      —¿Te veo esta tarde? —le preguntó dándole un golpe en la cintura y dedicándole una sonrisa—. Le he dicho a Alfonso que os paséis sobre las ocho. Así puedo veros.

      La chica se quedó muy cortada y se limitó a afirmar con la cabeza. A pesar de llevar semanas tomando café fuera de la facultad, en ningún momento el trato había sido diferente. Al contrario, la chica trataba a Elena de usted a pesar de que la propia profesora había mencionado en clase que se la tuteara sin problemas. Pero ella quería marcar distancia y dejar clara su postura de no aprovecharse de su buena relación fuera.

      Camino al coche para volver a casa, pasaba la chica por el parking de motos cuando se encontró al Señor y este la paró con gesto preocupado:

      —¿Cómo estás? ¿Cómo te va este cuatrimestre?

      —Por ahora bien. Espero escapar mejor que el cuatrimestre anterior. Gracias por la preocupación. —Intentó proseguir.

      —Espera —le dijo agarrándola por el brazo—. Tienes que tener cuidado. Te veo buena niña y por eso mismo quiero avisarte.

      —¿Avisarme? ¿De qué? —Aprovechó para soltarse, pero ciertamente acababa de preocuparse al completo por aquella situación.

      —De Elena. Es muy abierta con los alumnos. Esto acarrea muchas envidias y competencias entre los propios alumnos. Van a pensar mal por tu buena relación con ella.

      —Pero mi relación con ella es cordial. Es más, nunca hemos hablado ni siquiera de sus clases.

      —No seas inocente. Sabes de primera mano que pensarán mal. Solo te aconsejo que te alejes: no te va a venir bien. Únicamente puedo decirte eso hasta ahora. Es una compañera de trabajo y no puedo hablar más aunque quiera protegerte.

      Se alejó de la chica mientras se ponía las gafas de sol, dejándola preocupada y pensativa al respecto. No cayó en reflexionar sobre cómo conocía esa relación ajena a la facultad. Tras unos minutos paralizada en mitad del parking, la chica siguió caminando hacia el coche y volvió a casa. Aquella tarde decidió no ir a tomar café. Tardaría cerca de semana y media en volver, por lo que Alfonso y Elena le preguntaron los motivos de su ausencia:

      —Entre los estudios y que Raúl ha estado por aquí esta semana, pues no he tenido tiempo de quedar. —Justo al decir el nombre de Raúl se dio cuenta de que acababa de abrir la caja de Pandora y comenzó a intentar que lo olvidaran—. Pero contadme, ¿estáis los dos mejor con vuestros problemas? Ponedme al día.

      —¿Tienes novio? —preguntó de inmediato Alfonso con cara de preocupación.

      Ante el silencio de la chica por no saber qué responder a la pregunta —no eran novios, pero tampoco amigos «normales»—, Elena saltó a su rescate:

      —Deja que la niña tenga lo que quiera —soltó de manera sarcástica.

      —Pero nos tendrá que presentar a ese tal Raúl para nosotros darle el visto bueno. ¿Estudia o trabaja? ¿Qué edad tiene? ¿De dónde es? ¿Cuándo lo vas a traer una tarde? —Alfonso comenzó un tercer grado.

      —Nunca —respondió de manera tajante y rotunda.

      —¿Qué tiempo lleváis?

      —No voy a responder nada, Alfonso. Son mis cosas.

      —¿Tus cosas? Llevas dos meses escuchando las nuestras. Creo que nos merecemos que la confianza sea mutua porque sabes mucho de los dos.

      —En eso lleva razón —apuntilló Elena en voz baja mientras asentía con la cabeza.

      Un poco forzada, contó una historia muy ligera, de la cual cada uno de ellos sacó conclusiones totalmente distintas, siendo la de Alfonso la que más le molestó a la chica:

      —Entonces llevas varios años siendo simplemente el juguete sexual de Raúl. Pues qué suerte tienen algunos —dijo mientras se acababa el cigarro, con un tono molesto.

      —Yo no lo conozco a él —Elena intentó calmar la tensión creada con un tono suave y cariñoso—, pero como mujer y sin intención de ofenderte, te digo que tú sientes mucho más de lo contado por ese chico. Pero ojo, no te juzgo. Cada uno lleva su vida como quiere.

      Salvada por la campana. Llegaba el camarero para traer una nueva ronda. Al volver a quedarse solos, Alfonso intentó sacar el tema de nuevo, ya que estaba realmente molesto con las últimas noticias de la chica. No entendía cómo podía estar involucrada en una relación así. Desde entonces ese nombre se convirtió en algo que le molestaba y agriaba su cara en todo momento. El odio hacia Raúl fue inmediato por su parte. Elena, muy rápida y ágil de pensamientos, captó la situación de inmediato, convirtiéndose en la mediadora cada vez que salía el tema de ahí en adelante.

      La chica se fue de nuevo antes de cenar. Esta vez sí tenía planes y no era una excusa. Había quedado precisamente con Raúl, algo que remarcó al irse. Se despidió, esta vez con dos besos a Elena y con un toque en el hombro a Alfonso. Estaba disgustada y quería dejarlo claro.

      Al llegar a la cena, la chica no pudo guardarse la pregunta que le rondaba en la cabeza sobre el tema y se la hizo a Raúl:

      —¿Soy tu juguete sexual?

      —¿O yo soy el tuyo? —preguntó Raúl entre risas, pensando que la chica estaba bromeando.

      —Te lo estoy preguntando seriamente —dijo, esta vez de manera más rotunda.

      —Ahora piensa: ¿le contarías tú a tu juguete sexual tus problemas? ¿Le mandarías cada noche un mensaje de buenas noches? ¿Tendrías a tu juguetito en la mente más que al propio trabajo?

      —Lo siento. La conversación de esta tarde con Alfonso ha sido rara…

      —¿Quién es Alfonso? —El nombre le sonaba, pero no caía en él.

      La chica comenzó a refrescarle quién era Alfonso. Le había hablado de él en algunas ocasiones. Posteriormente le comentó la conversación que había tenido sobre la relación de ambos, ante lo que Raúl se mostró muy tajante:

      —No pienso calentarme la cabeza por ese viejo, pero te digo que tengas cuidado. Tú lo ves como un padre y la reacción que te ha mostrado hoy es de celos. Ten cuidado, cariño.

      Y sin conocerlo, lo caló al completo.

      Tras la cena se fueron al hotel de Raúl. Querían pasar la noche juntos y despedirse, pues comenzaba la época de exámenes y no se verían en unos veinte días. No durmieron. Cuando se dieron cuenta de la hora, ya tocaba ducharse —juntos, por supuesto— e ir a sus respectivas rutinas. Raúl la dejó en la puerta del aulario. Al despedirse con un beso, vieron pasar a Elena, que se dirigía a la clase. Automáticamente, la chica se sonrojó y se metió corriendo en el aula. Primero tenían clase con Elena y después con Ernesto para poner fin al curso, y a su segundo año de carrera.

      Fue uno de estos últimos días de clase cuando la chica le habló a Claudia, una compañera de clase con un carácter similar al de ella, pero con la que por distintas circunstancias nunca había cruzado palabra.

      —También te han avisado de que estaba pasando lista de asistencia, ¿no? —comentó la chica en un tono amable para acercarse a conocerla.

      —La verdad es que sí —dijo entre risas—. Me han tenido que traer desde casa para que a segunda hora no me volviera a poner falta.

      Claudia era una chica muy sociable, leal, capaz de sacar uñas y dientes para defender a los suyos en cada momento, muy coqueta y con una muy débil coraza que le permitía aparentar una personalidad arrolladora de primeras. A pesar de su faceta arisca, en el fondo estaba cargada de inseguridades. Era lista e intuitiva y nunca llegaría a mostrarse al completo frente a la chica por sus reservas, aunque sí se entregaría a la causa para apoyarla. Sin duda, el comienzo de una amistad acababa de gestarse entre Claudia y la chica. Se iniciaba una unión que duraría el tiempo que la vida y el destino tenían previsto y marcado.

      Comenzaron los días intensivos de biblioteca. En


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