Setenil 1484. Sebastián Bermúdez Zamudio
como reflejo de nuestra historia, una forma de entendernos a través de las palabras, un legado escrito para el futuro. Salomón, el almotacén del pequeño mercado que buscaba un espacio mayor para crecer. Enrique, el maestro, nos enseñará los valores de las pequeñas cosas y las buenas acciones. El capitán Ahmad, hombre de voluntad inquebrantable, afín a su pueblo, a su gente, cabal y realista.
Una Castilla que llegaba de la mano del marqués don Rodrigo y del Gran Capitán don Gonzalo, repletos de ideas bélicas para un mundo en paz. Con la Iglesia Católica representada por un cardenal guerrero como fue don Pedro González de Mendoza. La paciencia del marino que quería cruzar los mares para dar la vuelta a un mundo plano. Unos reyes dispuestos a crear la mayor herencia monárquica de todos los tiempos, un legado que perdura en la historia.
Setenil, un pueblo abandonado por el Reino Nazarí de Granada. La línea de frontera defendida, con honor, por hombres y mujeres levantados en armas para salvaguardar su tierra y sus hogares. Un lugar, la rocosa fortaleza, que sufrió los disparos de las bombardas que atravesaron sus murallas, derrumbando viviendas y llevándose por delante a muchos inocentes. Una mezquita y una oración perdida, un destino sin ida ni regreso, el final de una vida en el surco de tierra que separa los dos mundos enfrentados. Setenil, o como a bien quieran llamarlo, un lugar donde la guerra resquebrajó con truenos la paz de sus habitantes para dejarnos los versos sobre su dolor.
Pedro Ramallo nos acompaña a adentrarnos en este fascinante mundo que es la fabulación de la toma de Setenil. Las historias pueden ser o no verdaderas, de cada uno depende creerlas, ¿acaso alguien puede prohibirnos creer, fabular? Toma espada y ballesta, te adentras en territorio de frontera, lugar inhóspito para quien no conoce la imaginación.
Sebastián Bermúdez Zamudio
“Un visitante llega a tu casa:
su cuello es de gacela,
luna creciente sobre la noche;
su mirada tiene el embrujo de Babilonia
y la saliva de su boca es mejor
que la de las hijas de la parra;
sus mejillas afrentan a las rosas
y sus dientes confunden a las perlas,
¿puede pasar, con tu permiso,
o ha de irse, por alguna circunstancia?”.
Poema rakûniyya
PRÓLOGO DE JOSÉ GARCÍA RUIZ
El libro que acaba de caer en sus manos pertenece al género de novela histórica. Nos recrea y traslada a la época en la que acontece sumergiéndonos en ella. Por tanto, es uno de los géneros literarios más complejos, donde el escritor tiene que conjugar dos tareas; la primera, que el lector se divierta con ello dentro de un contexto veraz, la segunda, que refleje la realidad de la época en que se desarrolla.
En esta obra, el autor lo consigue con brillantez, ya que la toma de Setenil tuvo semejanzas con lo que aquí se narra. Permitiéndose las licencias lógicas en cuanto a personajes ficticios para poder dar cuerpo a la novela y a las peripecias que se viven en ella. Buscando en ese intento no alterar la realidad que pudo ocurrir en Setenil durante su conquista. Ajustando fechas y tiempos de la misma.
Aunque posiblemente haya pasado por sus manos El Garrochista. Amor, tierra y sangre, primera novela editada por Sebastián Bermúdez, esta historia sobre la conquista de Setenil es su ópera prima. La gran acogida de la anterior novela del autor por parte de los lectores, a pesar de la difícil situación del mercado literario, hace crecer en nosotros el entusiasmo sobre una novela que transcurre en un lugar especial, arropado por una singular belleza, Setenil de las Bodegas.
Destacar el remarcado trabajo que realiza Sebastián Bermúdez por acercarnos uno de los momentos más cruciales de nuestra historia local, por hacernos entender de una manera amena y sencilla lo que ocurrió en los días en que transcurrió la toma del pueblo. Con Setenil como ejemplo de lo que pudo suceder en cualquier otro pueblo de los que se vieron inmersos en esa guerra entre el Reino Cristiano y el Reino Nazarí.
Aprovecho estas líneas para describir brevemente el contexto en el que se desarrolla la novela. Uno de los momentos más trascendentes de la historia de la humanidad. Se está fraguando el descubrimiento de un gran continente, América, un gran océano, el Pacífico, una nueva ruta para el comercio entre continentes y, sobre todo, por encima de esas futuras finalidades, la constatación de que la tierra es redonda, derribando todas las teorías conocidas hasta el momento.
En lo referente a nuestro país la época es igual de importante, el nacimiento de una nación, en esos momentos todavía no se puede hablar de España como país, es el Reino de Castilla el que conquista Setenil.
Castilla y Aragón se encuentran unidos en esos momentos por el matrimonio de los Reyes Católicos, pero solo en cuanto al poder monárquico, por lo demás son reinos totalmente independientes, con sus propias leyes, impuestos y organización. De hecho, a la muerte de Isabel, Fernando se ve obligado por la nobleza de Castilla a volver a Aragón durante unos años, hasta que vuelve a tomar la regencia de Castilla en nombre de su nieto, el futuro emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano-Germánico.
En aquel tiempo, la Corona de Castilla poseía gran parte de la Península, consolidando su dominio en las Islas Canarias. El Reino de Aragón dominaba el Condado de Barcelona, Reino de Valencia, Mallorca, Sicilia, Córcega, Cerdeña y Nápoles. Posteriormente, con los reinos ya unificados, llegó la gran expansión, añadiendo tierras en Francia (Rosellón, Borgoña, Charoláis y Franco Condado), Italia (Milán, Venecia, etc.), Países Bajos, Luxemburgo, parte de Alemania, Austria, tierras en África (Ceuta, Melilla, Orán, Túnez, Bujía, Argel), América, Asia (Filipinas, Marianas y Carolinas), hasta alcanzar una extensión aproximada de unos 20 millones de kilómetros cuadrados.
De todo esto, Setenil fue fiel testigo, su ubicación, a escasas 20 leguas de la que durante los siglos XVI y XVII fue la ciudad más importante del mundo occidental, Sevilla, puerto al que llegaba gran parte del comercio con las Indias.
Hay que tener en cuenta el carácter de las gentes de aquella época, hombres aguerridos, acostumbrados a luchar durante generaciones contra portugueses, en tierra de moros y entre los distintos reinos cristianos. Desde su nacimiento estaban destinados a defender cada palmo de terreno contra sus enemigos. Una vida no tenía valor porque la muerte estaba presente cada día. Niños que crecían, convirtiéndose en hombres a la edad temprana de 14 años, a veces con menos, y predispuestos para su cometido en el frente. La medida de la conciencia o los escrúpulos era muy distinta de los valores que rigen nuestra sociedad. El honor, la palabra dada, un compromiso, o una promesa, se llevaban hasta las últimas consecuencias de cumplimiento.
Es por ello que cuando concluyó la conquista con la toma de Granada, a esta generación de guerreros que no sabían ni querían hacer otra cosa que luchar, junto con sus hijos y nietos, llegaron a conquistar el mundo y construir un imperio en el que nunca se ponía el sol.
Los Reyes Católicos se convirtieron en el prototipo de las monarquías modernas. De hecho, los historiadores españoles, consideran su reinado como la transición de la edad media a la edad moderna.
Realizaron grandes reformas, para dar un sentido de Estado a los territorios gobernados. Con el tiempo restaron poder a la nobleza, que, hasta esos momentos, poseía ejércitos más poderosos que la Corona. Crearon las bases para un ejército profesional, al servicio del Reino y bajo el mando de Gonzalo Fernández de Córdoba. Cimiento de los famosos Tercios, que a la postre se convirtieron en temidos hombres de guerra durante siglos en el mundo.
En cuanto al poder de la Iglesia, manejaron el momento para entregar cargos de importancia a sus principales valedores, asegurando así su fidelidad, por encima incluso de su obediencia al Vaticano.
Incorporaron a la Corona los maestrazgos de las órdenes militares y centralizaron toda la Administración del Estado para tener más control sobre ella.