Setenil 1484. Sebastián Bermúdez Zamudio
la garganta, convirtiendo en arena cada tragada de saliva, comencé a sudar más por temor que por nerviosismo, o tal vez por ambas cosas.
—Le han dejado al frente de las disquisiciones, atienda con premura la exigencia de una explicación y procure no dar rodeos, es consciente sobre lo que quiero saber y no me interesan las excusas.
La reina me habló mirándome y esperando respuesta, nada le interesaba más que conocer la verdad, no quise hacerla esperar y dando ese paso al frente que antes me negó mi cuerpo, comencé a relatar sobre lo que para mí era la verdad de lo sucedido.
—Mi nombre es Pedro Ramallo, enviado por su majestad para ofrecer la rendición al sitio antes que llegar a un enfrentamiento.
—Poco consiguió.
—Cierto. Decirle, mi señora, que sus propósitos quedaron relegados ante la presión que ejerció el cadí de la villa sobre los demás señores. El alcaide, Hamete El Cordi, estaba por acometer una rendición sin sangre y llevar a sus gentes hasta un lugar seguro como le propusimos. —Miré a la reina a los ojos y continué con mi exposición sobre la negociación— Aceptó lo propuesto, no así el cadí, quien provocó a todos contra Castilla. Les expliqué que la situación en el asedio iba a ser muy dura, a todo ello solo recibí quejas, insultos y un mar de lamentaciones por ser Castilla cristiana. Ellos esperaban una ayuda por parte de los abencerrajes, que en Ronda tienen fuerte arraigo, pero nunca llegó, les confirmé que se encontraba sitiada, como bien sabían, alegaron que en la sierra tienen soldados en número importante. Hasta el último día lo intenté, pasaban las semanas y era imposible concretar una reunión, no creían nada de lo que les contaba, fue al final cuando me hicieron prisionero por orden del cadí de la villa. Fueron varios los avisos y advertencias que les hice llegar a uno y otro, que estuviesen preparados para sufrir la mayor acometida que jamás vieran sus ojos, no me creían.
—¿Tres meses y no tuvo tiempo? —La reina hablaba con calma, intentando entender ese tiempo perdido.
—Es difícil de explicar, cada uno de los responsables me negaba audiencia, una vez les llegaron noticias de lo próximo del ejército, entonces sí, entonces comenzaron a precipitarse las reuniones.
—¿Qué ocurrió cuando supieron de nuestro sitio a Ronda?
—Buscaron ayuda en Granada, en la sierra, enviaron mensajes pero ninguno obtuvo respuesta, entonces el cadí tomó el mando tras huir El-Cordi. Ordenó mi detención y encierro sin poder abandonar la villa. Pasé tres días en una cuadra junto a la mezquita, comenzó el bombardeo y la suerte quiso que pudiera escapar y ayudar con lo planeado a las tropas de su majestad. No pude hacer más, fui apresado de manera innoble, vejado hasta la situación más límite que pueda imaginarse, lo intenté todo para que abandonaran la plaza a modo de rendición, pero era realmente imposible. —Descansé un instante y continué relatando—. Un comienzo de guerra que no he podido ver hasta lograr salir de mi encierro, he oído los gritos y visto el miedo y el daño recibido por la población. Doy gracias al destino por seguir vivo y haber podido ayudar, dentro de las limitaciones relatadas, con el plan que fuimos ideando desde el interior y el exterior de la fortaleza.
Doña Isabel mantenía los ojos abiertos, incrédula ante mis palabras, escuchaba atenta todo lo que yo contaba y eso calmaba mi alterado estado, pedí permiso para beber y don Fernando me acercó un vaso de agua, luego palmeó mi espalda y se situó junto a mí, frente a la reina que en su sillón permanecía mientras intentaba unir cabos para no sentir la culpabilidad del Reino.
—¿Qué pasó con don Gonzalo? Él está acostumbrado a estas lides, ¿era necesario todo lo ocurrido con la población? —volvió a preguntar buscando respuestas, queriendo asegurar su conciencia de alguna manera.
—Debo decir en defensa de don Gonzalo y sus hombres que la batalla surgió tal cual, la situación se tornó difícil de controlar, teníamos estudiadas sus murallas y sabíamos el punto exacto de mayor debilidad, atacó y fueron repelidos por un enemigo feroz que vendió cara su derrota, sin embargo, puedo aseverar que nunca se intentó afrentar la palabra de su señora.
—Pero os encontrabais prisionero, ¿cómo podéis saber eso?
La reina llevaba razón, yo no podía saberlo, lo intuí conociendo al Gran Capitán.
—Razón lleváis, majestad, pero formé parte de todo lo planeado de un modo u otro, Setenil se defendió con uñas y dientes desde la primera mañana del día en que comenzó el asedio, don Gonzalo ideó, junto al marqués de Cádiz, que se sometiera la villa a un cierre total de abastecimientos. Luego fueron llevadas a vigilancia todas las torres de defensa, sabedores éramos de los cambios de guardia y de las horas de más tranquilidad en las murallas, controlábamos el devenir diario desde posiciones repartidas en distintos puntos estratégicos. Setenil se encuentra en altura pero igualmente en un hueco, desde el arrabal que lo rodea hasta la parte inferior junto al río, el lugar estaba controlado, lo sé porque yo vigilaba desde dentro de la villa y pasaba contados informes a través de los camuflados vendedores del mercado. Era de los pocos que podía salir y entrar, aproveché esta situación al principio para llevar mensajes a amigos y familiares de los vecinos de la villa que, por las circunstancias del bloqueo, quedaron expuestos a una vida alejada, escondidos en el monte o en las cuevas cercanas, luego agradecieron estar lejos esos días de negra penuria.
—¿Con qué fin avisaba a las gentes de no acudir a la villa?
—Con la finalidad de ayudar a familias que se vieron sin otra razón de vida que la de refugiarse tras las murallas. Son personas nobles, buenas familias que nada tienen que ver con esta lucha, desconocen el sentido de todo lo que ocurre. He convivido con ellos tres meses, he hecho amigos y he creído conveniente avisarlos de no venir a la villa y quedarse en sus campos o en las cuevas del contorno que conocen bien. Les dije que cuidaran de los suyos y se alejaran de los caminos.
—¿Y qué pasó? ¿Por qué volvieron o no se fueron?
—La hambruna, esa es la respuesta a todo, muchas bocas y poco alimento por no decir ninguno, el bloqueo transformó cualquier alimento en pieza codiciada, los vecinos comenzaron a conocer el hambre como uno más de la casa, todo se fue tornando oscuro, sin esperanza a la que agarrarse. El que tenía alguna comida ni siquiera lo decía temiendo un largo enfrentamiento, alguna verdura de los huertos y alguna fruta de los árboles que aun verde se llevaban a la boca los más sufridos. Alerté al rey sobre este hecho, pedí protección para los menores pero nada se podía hacer, las exigencias que pedían no eran cumplidas y eso bastaba para llevar un lugar como Setenil hasta la más absoluta miseria.
—¿Es eso así, don Fernando?
Doña Isabel dirigió su mirada al rey, desaprobando lo que acaba de oír y recriminando que así fuese. Don Fernando intervino entonces, comenzó a hablar por primera vez desde que estábamos allí reunidos.
—Tengo entendido que tras intercambiar varios mensajes Pedro con el señor marqués, se dispuso que durante el día diecisiete de septiembre quedaran abiertas las zonas bloqueadas en la mañana, por si algún vecino era partidario de abandonar la alcazaba, aunque nadie salió.
—¿Pero, por qué motivo? ¿Tiene explicación el querer quedarse a luchar, a morir?
La reina parecía turbada con el planteamiento y la forma en que se trasladó al campo de batalla, comenzó entonces a darse cuenta de que no fue un enfrentamiento sencillo. Yo continué intentando explicar los motivos por los cuales nadie quiso abandonar el recinto amurallado.
—Majestad, es su tierra, su casa, más de setecientos años aquí. Al comenzar el cierre, la soledad se apoderó de todos, una tristeza sin igual acunó a todas las personas transformándolas en almas que vagaban extrañas y en encierro, la guerra en estado puro, la peor de las pesadillas, nada de un duelo o un ataque de dos días, un asedio, un todo o nada. La escasez, como he mencionado antes, apareció en casas que antes no la padecían, el comercio de los pueblos y granjas colindantes dejó de llegar debido al cierre permanente de los caminos. El manto más feroz y oscuro del ser humano ocultaba el cielo azul a una población dada a la vida hacendosa, armoniosa y jubilosa. La consecuencia de la guerra, ese mal endémico que nos