A un milímetro de ti. Christina Hortet
zapatos de tacón mido 1.78— y creo que gracias a ello solo se atreven a acercarse los chicos más altos de todo el pub.
También tengo cosas malas. Me considero una persona vanidosa, perfeccionista y locamente obsesionada con llegar a lo más alto. Siempre se me han dado bien los negocios y poco a poco voy haciéndome un nombre en este lugar.
Otro golpe en la puerta hace que me levante de golpe. Mi madre aporrea la puerta como si la policía hubiera venido en mi busca. Un gruñido que sale del fondo de mi garganta hace que pare un segundo, pero al ver que no respondo, golpea la puerta una vez más. ¿Qué narices querrá esta mujer?
—Ariadna Summers, sal de esa habitación si no quieres que tire la puerta —escucho a mi madre decir en tono de enfado. Una carcajada sale de mi garganta.
Mide metro sesenta y pesa unos cincuenta kilogramos. Ni aunque quisiera podría tirar esa puerta y lo sabemos ambas.
Solo son las nueve de la mañana y me he dormido sobre las seis de la madrugada. ¿Quién se piensa que es? Solo vivo aquí porque me costaría encontrar a alguien que me hiciera la comida cada día.
—¡Déjame en paz! ¡No intentes comportarte ahora como la madre que no eres! —grito desde la cama, tapando mi cara con la almohada.
Hace unos seis años que Richard se cansó de ella, de sus engaños y de la forma de manipulación que ejercía sobre él. Me alegro de que ese hombre se diera cuenta de cómo mi madre lo usaba.
Desde entonces se ha casado de nuevo, con un productor de Hollywood que se dedica a pasar el día entre modelos y actrices de poca monta que harían cualquier cosa por aparecer en una de sus mugrientas películas de segunda.
Nunca me ha hecho mucho caso y lo cierto es que no me importa. Nunca he sentido cariño por su parte y quizá por ello he tenido que buscar a otras personas que me dedicaran algo de su tiempo.
—¡He dicho que salgas y es que salgas, Aria! —grita mi madre desde el otro lado de la puerta. Nunca me monta estas escenas. ¿Qué querrá?
Me quito las sábanas de encima, me incorporo en la cama y hago mis movimientos habituales para no tener dolor de cuello el resto del día. ¿Qué bicho le habrá picado hoy?
Me pongo en pie. Mi pijama consiste en ir en ropa interior por la casa, así que recojo del suelo una camiseta ancha y me la pongo por encima para salir a ver qué quiere.
—¿Qué es lo que quieres, si se puede saber? —La miro con cara de pocos amigos; ella no lleva puesta una mejor, pero no me importa.
—Baja a desayunar. Tenemos que hablar de algo importante para tu futuro. —Levanto una ceja y lamo mis labios. ¿Mi futuro? Ella jamás ha intentado hacer nada positivo para mi futuro.
—¿En serio, mamá? Es demasiado temprano para que empieces a molestar. —Me dispongo a cerrar la puerta de la habitación, pero un pie en medio me impide hacerlo. Mi mirada la traspasa, haciéndola sentir transparente.
—Muy bien. Si no quieres desayunar, no lo hagas. Vístete y baja. De todas formas, ya está todo preparado. —Quita el pie y cierro la puerta con fuerza. Me doy la vuelta y dejo que mi cuerpo caiga de nuevo sobre la cama. La verdad es que no voy a bajar aún.
«No es nada bueno, ya lo sabes».
Cállate, voz. ¿Tú qué sabrás? Solo sales para molestarme.
«Sabes que llevo razón. Algo pasa. Y cuanto más tardes en bajar, más vas a tardar en averiguarlo».
Y aquí estoy, como una loca, hablando conmigo misma como casi cada día a la hora de hacer algo importante. Tras unos minutos deliberando si al fin bajar o si hacer que espere un poco más, me levanto.
Ando hacia el baño y me lavo la cara con agua bien fría. Lavo mis dientes y me miro al espejo. Estoy perfecta aun habiendo dormido poco. Abro el armario, encontrándolo vacío. No hay más que un par de cosas. ¿Qué ha hecho esa mujer con todas las cosas que yo misma he comprado? Si se le ha ocurrido tirar todas mis cosas, vamos a tener un problema bastante grave.
Aquí solo hay unos vaqueros pitillos y una camiseta negra. Cojo la ropa y me la pongo rápidamente; ya estoy ansiosa de ver qué narices quiere hacer conmigo. Solo espero que su intención no sea hacer que me vaya de casa, porque lo lleva claro. Como comprenderá, soy su hija y, por mucho que le estorbe, tiene que aguantarse conmigo.
Me pongo los botines de tacón que había usado la noche anterior y que están bajo la cama. Ando por la habitación haciendo el máximo ruido posible para que sepa que me estoy moviendo.
Recojo mi pelo en una cola alta y después me miro por última vez al espejo antes de bajar a ver a mi preciosa madre.
Cojo mi chaqueta de cuero negro y la pongo sobre mis hombros. Guardo mi móvil en el bolsillo trasero del pantalón y me dispongo a salir de la habitación. Bajo las escaleras como lo hago todos los días, como si estuviera andando sobre la alfombra roja. Me encanta hacerla sentir inferior.
En la entrada de la casa puedo divisar a dos personas. Dos hombres, más bien. ¿Qué se supone que hacen ahí? Miro a los dos chicos de arriba abajo. Uno de ellos es bastante alto, su pelo es castaño claro y bajo esa chaqueta de cuero se nota que debe de tener unos buenos músculos. Con razón quería mi madre que bajara pronto. Solo le veo de espaldas —su espalda es ancha, exactamente como me gusta—, pero no le veo la cara; quizá no sea de mi agrado. El otro parece mayor. Es algo más bajito que el primer hombre, pero sus músculos son aún mayores; es más, parece un boxeador o algo así. Su camiseta de manga corta negra deja ver una ristra de tatuajes en la piel de sus brazos. No son el tipo de personas de las que mi madre se rodea.
—Huy, mamá. Si sé que has llamado a semejantes especímenes humanos, bajo mucho más rápido. —Río y dejo escapar una sonrisa descarada y picante. Me acerco a ellos mientras se dan la vuelta.
—Buenos días, señores. ¿Quieren o necesitan algo? — pregunto de forma divertida y lamo mis labios a medida que me acerco a ellos.
El chico más alto es lo más parecido a un adonis que he visto nunca. Sus ojos color azul cielo me llaman la atención al instante; tiene unos labios carnosos que claramente me gustan. Y a eso le adjuntamos el tatuaje que asoma por el cuello, que hace que quiera verle sin ropa. Algo en él me llama la atención: lleva una camiseta con el nombre del pub y la última vez que las repartimos fue hace dos semanas.
Me acordaría de él si le hubiera visto. Aquel día hubo una pelea en la puerta del pub y Jace tuvo que llamar a la policía para que se llevaran a alguien que, claramente, tiene la misma descripción que este hombre.
—Ariadna, estos son Alex y Rashel —dice mi madre con cara de satisfacción—. Son los encargados de enseñarte a tener un buen comportamiento.
—En primer lugar, me llamo Aria, no Ariadna; y en segundo lugar, a mí no hace falta que nadie me enseñe nada, querida madre. Si tú no has tenido las narices de hacerlo en dieciocho años, ningún par de musculitos va a hacerlo ahora. —Sonrío y me doy la vuelta para mirarla a los ojos.
Soy una mujer fuerte. Ella lo sabe, al igual que yo lo sé. Y por mucho que intente deshacerse de mí, le va a costar más de lo que ella piensa.
—Vas a ir con ellos quieras o no. —Me mira con malicia y mi respuesta es una sonrisa burlona mientras voy hacia la cocina. Me muero de hambre.
—Ya soy mayor de edad. No puedes obligarme a ir a ningún sitio al que yo no quiera ir.
Llevo muchas horas sin comer y si no lo hago voy a desmayarme. Noto que una mano agarra mi brazo y con un golpe rápido hago que me suelte al instante. Mis ojos se cruzan con los suyos. Hago que se aparte de un empujón y entro a la cocina.
—¿Acaso quieres que te parta un brazo? —Lo miro de forma desafiante y lo encuentro sonriendo maliciosamente. Ningún chico va a venir a mi casa a tocarme, y menos aún a estas horas de la mañana. A estas horas mi mente ni siquiera razona; solo reacciona.
—Vas a venir con nosotros quieras o no,