A un milímetro de ti. Christina Hortet

A un milímetro de ti - Christina Hortet


Скачать книгу
lo creo. Y no, no has venido de vacaciones. Has venido a aprender a comportarte como una mujer —dijo con una voz tranquila, suave, ronca y baja. Hizo que un escalofrío recorriera mi espalda con ese tono.

      —¿Qué me vas a hacer? ¿Me vas a azotar? —Sonrío y me acerco a él sigilosamente. Cuando me quiero dar cuenta, ha cogido mis manos y me hace andar hacia atrás hasta hacerme chocar con la pared que hay detrás de mí.

      Una de sus manos sujeta las mías por encima de mi cabeza y con la otra sujeta mi cara, haciéndome mirar hacia arriba para poder mirarle a los ojos. Ahora mismo ese color azul mar se ha vuelto oscuro como el fondo de un arrecife. Un huracán de emociones negativas pasa por sus ojos, haciéndome sentir vulnerable ante su presencia.

      —Eso va a ser lo que desees —susurra cerca de mis labios, haciendo que la piel de mi cuello se erice. Sus labios están tan cerca de los míos que hasta puedo notar el olor a menta que desprende su boca.

      —¿Sí? —Me suelto de su agarre y le doy un empujón haciendo que se tambalee hacia atrás—. No me das ningún miedo. Es más, creo que vas a acabar obedeciendo lo que yo te diga —digo mientras sigo empujándole, haciendo que retroceda. Su cuerpo está rígido, pero mi fuerza me hace moverlo. Noto cómo una sonrisa aparece en su boca.

      —Alex… —Al oírme decir su nombre de una manera suave, hago que se distraiga de lo que estaba pensando y, con un movimiento ágil, hago que caiga dentro de la fuente del centro del patio. Al salpicarme noto cómo el agua está helada.

      Siento a varias personas acercándose hacia la escena. Cuando me doy cuenta de que estoy rodeada de chicos y chicas más o menos de mi edad, lo miro de una forma desafiante y cruzo mis brazos en señal de protesta. A mí nadie me hace sentir miedo.

      Varios chicos estaban a mi alrededor, riéndose de la escena. Algunos me felicitaban; otros le dicen cosas ofensivas. Aquí empieza mi reinado en esta cárcel. Mi sonrisa victoriosa se vio ref lejada en el agua. De un golpe hizo desaparecer el ref lejo. Sonrío aún más ampliamente tras su arrebato de ira.

      —Maldita hija de puta —dice saliendo del agua, totalmente empapado. Coge mi brazo tirando de mí bastante fuerte, tanto que casi pude sentir que el agua atravesaba mi ropa debido a lo cerca que estaba de él.

      —Tranquilo, gatito. No hace falta que me trates así delante de los chicos. Ellos ya saben que eres todo un machote. —Sonrío e intento zafarme de su agarre sin éxito. Me tiene cogida fuertemente.

      —Me estás haciendo daño, maldito animal —digo mientras intento clavar mi uñas en su piel. Lo consigo, pero su expresión de enfado no cambia.

      —No me importa. Vamos a empezar con tu entrenamiento ahora mismo. —Me dirige hacia una puerta blanca.

      Cuando llegamos a ella, saca una llave de su bolsillo izquierdo y abre la puerta. De un empujón hace que me adentre en la sala, que está completamente a oscuras.

      Enciende las luces. Miro la habitación; es completamente blanca. Las paredes, el suelo y el techo son de un blanco radiante y lo único que destaca en la habitación es un sillón negro que hay justo en la parte central.

      —Tu madre me dio permiso personalmente para que te domara fuese como fuese. — Coge mis manos y las ata a un gancho que cuelga del techo con unas bridas. Mi mirada de odio creo que le hizo hasta daño.

      —¡Eres un puto sádico! Me recuerdas a alguien de mi pasado —digo lo más bajo que puedo, más para mí que para él.

      —Lo soy, pero esto no es lo peor que puedo hacerte, así que tranquila. Siempre habrá algo que te pueda hacer más daño. —Sonrió de lado, haciéndome temblar. No era la sonrisa que había visto antes en él. Era maliciosa, oscura, una sonrisa que no había visto jamás ni en el hombre más terrorífico que hubiera pasado por el bar.

      —Creo que esa parte de mi vida ya pasó y, créeme, tú no estabas en ella, querido. —Me mira, pero no sabe qué contestarme. En realidad no sabe nada de mí.

      —Puedes gritar lo que quieras. Ahora solo estoy yo para escuchar tus súplicas. —Una sonrisa lunática apareció en su cara de una manera fugaz, como si otra persona se hubiera adueñado de él. Como si alguien de otro mundo estuviera dominando sus acciones.

      Me mira durante un buen rato con esa sonrisa en la cara, haciendo que mil y una cosas pasen por mi cabeza. Puede hacerme todo lo que quiera y seguro que lo hará con tal de mantenerme callada y tranquila. Trago saliva intentado tranquilizarme. Sé que estoy nerviosa y puedo notarlo en la gota de sudor que está atravesando mi frente.

      Coge mi pelo con una de sus manos y tira de él, haciendo que mis ojos conecten con los suyos. Un remolino de emociones negativas pasa por su mente mientras encuentra la manera de hacerme daño. En su otra mano sostiene una pequeña navaja. Muerdo mi labio inferior con desespero cuando me doy cuenta de que está mirando mi escote. ¿En serio? Esta es la mía. No es la primera vez que me atan con unas bridas; no preguntéis por qué. Una vez ya pude escaparme y esta no va a ser menos. Aprovecho que su mirada está en mi escote y muevo mis manos hasta que por fin, después de unos movimientos magistrales, consigo que una salga. Después saco la otra y dejo la brida colgando.

      No muevo mis manos en ningún momento; no puedo dar un paso en falso cuando el chico que tengo delante me está apuntando con una navaja.

      —¿Te gusta lo que ves? Porque llevas un rato con esos ojos pegados a mi escote. —Noto cómo sonríe de lado y me mira a los ojos de nuevo.

      —Me va a gustar aún más ahora, rubita. —Con la navaja raja la camiseta que llevo puesta de arriba abajo y me sonríe cuando me quedo en sujetador.

      Llevo puesto un sujetador negro de encaje. Soy muy especial con la ropa interior. Digamos que es una de las partes que más cuido de mi imagen. Me moriría de vergüenza si algún día me vieran con algo que no fuera lencería.

      —Si querías desnudarme, solo tenías que haberlo dicho. ¿Al resto de las chicas también las castigas de esa forma? Porque tienen que estar locas por hacer las cosas mal. —Una pequeña risa sale de mis labios, pero me calla rápidamente poniendo el filo de la navaja sobre ellos.

      —No adelantes acontecimientos, pequeña. —Sonríe y pasa el filo de la navaja por todo mi cuello hasta llegar a mis pechos. Eso hace que se me erice la piel de esa zona y lamo mis labios.

      Le miro; sus ojos están completamente clavados en el dibujo que está haciendo sobre mis pechos con su navaja. ¿Cómo pueden llegar a ser todos los hombres tan sumamente fáciles? No me puedo creer que de un momento a otro pasen del enfado a las ganas de tener sexo.

      Ah, sí. Se me olvidaba que, aunque sea un tipo duro, es un hombre.

      Aprovecho cuando noto que su nivel de distracción está en el máximo para arrebatarle la navaja. Con mi pierna derecha le doy una patada, haciéndole caer al suelo, y después me siento sobre él a horcajadas. Agarro sus manos con una de las mías lo más fuerte que puedo e inmovilizo sus piernas con uno de mis pies en su entrepierna. Si hace el más mínimo movimiento, no seré yo la culpable de hacer que después le duelan sus partes íntimas.

      —¿Te distraes tan fácilmente con todas las rubias? — Sonrío y paso su navaja por su cuello.

      —Y con las morenas. Eso no me importa. —Lame sus labios y me mira a los ojos; sus ojos color azul mar están de un oscuro casi negro. Está excitado. Las pupilas de sus ojos están dilatadas y eso indica que lo que estoy haciendo le gusta.

      —Vamos a hacer un trato. —Sonrío y muerdo mi labio—. Ahora vamos a salir de aquí y me vas a llevar a mi habitación. Si alguien pregunta, diremos que me diste una buena lección por humillarte delante de todos. —Una sonrisa maliciosa aparece en su cara. Disfruta con esta posición: la chica dominante es lo que quiere.

      —Quítate de encima y haremos lo que dices… —Sonrío levemente. No creo ninguna de sus palabras y lo único que sé es que está intentando que le deje en paz. Que le suelte para que así él pueda volver a cogerme, o no.

      —Bájate,


Скачать книгу