A un milímetro de ti. Christina Hortet
eso voy a derretirme delante de él la primera vez que me mire. No soy una chica normal. Yo no suelo hacer lo que todas hacen: no voy de compras y no suelo emocionarme cuando un chico como él me mira y me sonríe.
—No quiero que vuelvas a llamarme de esa manera. No te hace ver sexi. Y mucho menos vas a hacer que me vaya contigo. Lo siento, pero tengo muchas cosas de las que preocuparme y tú no entras en esa lista. Si no fueras con ese boxeador, no serías nadie.
Abro la puerta de la nevera, pero su mano hace que vuelva a cerrarse de un golpe. Me gira y hace que lo mire a los ojos. Su mirada da miedo, pero aun así no consigue hacerme sentir asustada. Acaricia mi cara y, cuando llega a mis labios, muerdo la yema de sus dedos.
Suelta una risotada y se da la vuelta, dejándome sola en el lugar.
Vuelvo a repetir el proceso y de la nevera saco el zumo de naranja. También algo de jamón y queso. Me hago un sándwich y me sirvo un poco de zumo en un vaso. Estoy deseando que estos hombres se vayan de mi casa. Al menos así podré seguir haciendo mi vida tal y como hace unas horas estaba haciendo.
Nunca pensé que mi madre quisiera que dos desconocidos me hicieran entrar en razón, cuando ella sabe muy bien que el sexo opuesto es fácil para mí. Normalmente, solo quieren sexo. Cuando piensan que se lo vas a dar es el momento para hacerlos perder el equilibrio y largarte.
Desde aquí puedo oír todo lo que dicen en el salón, pero, sinceramente, me da igual. No pueden intentar que salga con ellos de casa solo porque mi madre les haya pagado con el dinero de su marido.
Lo cierto es que me da pena. Siempre ha sido una mantenida y no ha hecho más que buscar hombres que pudieran pagar todo lo que ella quiere. Y ahora es a mí a la que tienen que enseñar a comportarse. ¿Por qué? Simplemente, no le hago caso. Voy a mi ritmo y no espero nada de ella.
Meto un poco de pan en el tostador y cuando está listo le meto dentro un poco de jamón y queso. Cojo el sándwich y el vaso de zumo, salgo de la cocina y ando hasta el salón. Me siento en el sillón y dejo sobre la mesita la comida.
Ni siquiera he intentado que se apartaran para pasar; los he esquivado y punto. He decidido que voy a ignorar lo que esta mujer intente hacer conmigo. Al fin y al cabo, todos sabemos que podrían sacarme del sitio donde quieren meterme en el primer momento en el que yo se lo comunique a alguien.
—Termina rápido, que nos vamos —dice la voz del hombre mayor; y yo, como siempre, le hago caso omiso y sigo a mi ritmo. No tengo pensado ir a ningún lugar con estos dos simios.
Cojo el mando de la televisión y pongo un programa musical. Subo la voz hasta que no soy capaz de escuchar su conversación. Cuando me termino el sándwich le doy un gran trago al zumo y pongo mis pies sobre la mesa, con la clara intención de hacer enfadar a mi madre.
¿Cree que puede hacer conmigo lo que quiera? Pues eso no es cierto; es mi vida y puedo hacer lo que quiera con ella. Después de todos estos años, creo que es muy tarde para llevarme a un sitio como el que ella quiere.
Cuando me quiero dar cuenta, el hombre que parece un boxeador me lleva sobre su hombro derecho. Golpeo su pecho con mis puños y pataleo con fuerza, sabiendo que lo que estoy haciendo le hace daño. Al escuchar sus gruñidos sigo con más fuerza.
—¡O me sueltas o te juro que cuando baje lo vas a lamentar! —Lo único que soy capaz de escuchar es la risa de los dos hombres.
Creo que no hay algo que más rabia me dé que alguien se piense que puede reírse de mí. Esto no va a acabar así. Voy a hacer todo lo posible para que estas dos personas se acuerden de mí el resto de sus vidas.
Al llegar a la furgoneta, el hombre me baja. Le doy una patada en las espinillas y salgo a correr por el vecindario. Mi mejor amigo no vive muy lejos y, si soy capaz de llegar allí sin que me atrapen, no volverán a verme. He aprendido a correr con tacones.
—Mira, pequeña, es mejor que te quedes quietecita si no quieres que te haga daño —dice una voz masculina detrás de mí; ahora mismo no puedo distinguir de cuál de los dos es, pero me da igual.
Sigo corriendo hasta que doblo la esquina, cojo algo de aire, me quito los zapatos y los cojo para empezar a correr algo más rápido. Como cuando estaba en el equipo de atletismo del instituto. Soy capaz de escuchar unos pasos corriendo detrás de mí. Intento correr más rápido, pero cuando cruzo hacia otra de las calles del vecindario, un cuerpo musculoso me hace caer al suelo al chocar conmigo.
Me golpeo en la cabeza y suelto un pequeño gemido de dolor. Abro mis ojos y lo encuentro mirándome con una cara que no sería capaz de describir. Una mezcla entre satisfacción y asco.
—¿Creías que serías capaz de escaparte, muñeca? —Esa voz irritante hace que la frase golpee el fondo de mi cabeza.
Llevo mis manos a la cabeza; el golpe que me he dado ha sido brutal. La cabeza me está dando vueltas y me duele. Me duele demasiado. Creo que…
Me despierto en el interior de la furgoneta blanca con el chico menos musculoso al lado. Las muñecas me aprietan. Cuando las miro, veo que me han puesto unas esposas demasiado apretadas. Gruño, más bien para mis adentros, haciendo que el chico que tengo al lado empiece a reír. Yo no le veo nada de gracioso a todo esto.
—Vas de chica mala. He visto a muchas como tú en este trabajo y, cariño, ninguna se me ha resistido —dice el hombre cuando se da cuenta de que me he despertado.
La cabeza me está matando. Lo miro; su camiseta blanca está manchada con sangre. Mierda, he sangrado. No digo nada, ya que la verdad es que en este preciso momento no me encuentro bien para soltarle alguna de mis respuestas.
Tras unos minutos callada estoy más serena, alerta y esperando a que pase lo que deba pasar. Mientras tanto, intento quitarme las esposas. Me están haciendo daño y seguro que cuando me las quite voy a tener un morado enorme en ellas.
—¿Adónde me lleváis? —pregunto, intentando que el tono de mi voz suene lo más desenfadado posible. No quiero que piensen que voy a escaparme otra vez o volveré a caerme de bruces contra el suelo, haciéndome incluso más daño.
Cierro mis ojos e intento acomodarme en el asiento. Es imposible. Debo salir de este lugar en cuanto pueda. Siendo clara, creo que en cuanto me echen de menos en el pub irán en mi busca. Necesito saber qué es lo que va a pasar de aquí en adelante y llevarme bien con alguno de estos hombres es mi mejor opción.
Es alucinante lo que puede hacer una persona cuando conoce la mente humana. Puedes manejar a cualquiera a tu antojo, puedes tenerlos donde quieras y como quieras, puedes hacer que hagan todo lo que les pides.
Si algo he aprendido en esta vida es que tienes que aprender a defenderte. Soy una mujer y, aunque haya vivido entre peleas, no es que sean mi fuerte. Nunca he tenido la fuerza suficiente para vencer a un hombre alerta, pero antes de eso se les puede manipular para tenerlos justo donde se quiere. He aprendido en la calle, aunque leer también me ha servido de algo.
Sí, sé que mi físico también ayuda a poder hacer que un chico haga cosas por mí, pero solo es un plus más. Seguro que estos chicos no cuentan con que puedo dominar la mente más indescifrable del mundo solo con un par de movimientos, con solo unas cuantas palabras.
Puedo llegar a hacer que haga todo por mí; solo déjame con él un par de horas y será mío. Al menos eso me ha funcionado durante algunos años. ¿Tan diferentes son estos hombres?
Supongo que una persona que se dedique a ser un matón en un internado deber de tener algún tipo de personalidad distinta a la de los hombres normales.
Noto que me mira por el rabillo del ojo. Miro por la ventana. Sé que puede ver mi ref lejo. Lamo mis labios a cámara lenta, viendo si realmente está poniendo atención. Muerdo mi labio inferior y lo miro, dedicándole una de las sonrisas más sexis que tengo.
—Deja de hacer eso. No me hace gracia. —Noto cómo se pone algo nervioso; lo puedo ver en el brillo de sus ojos, en los movimientos que hace con las manos. Todo su cuerpo me hace saber que está nervioso.
—¿No te hace gracia?