A un milímetro de ti. Christina Hortet
loco. Nadie tiene el derecho de marcarme y mucho menos una persona que acabo de conocer y lo único que desea es poder llevarme a la cama. —Río, me acerco a su cuello y paso mi lengua lentamente hasta llegar a su mandíbula.
—Dios, rubia, bájate de ahí. —Noto el tono de su voz más desesperado; su respiración ha empezado a agitarse y su pecho sube y baja con algo de prisa.
Mordisqueo el lóbulo de su oreja y después lo miro: se está mordiendo el labio. Río en mi interior, notando cómo la piel se le eriza a cada paso que da mi boca. Allá donde iba dejaba la marca de placer que estaba sintiendo.
—Eres una chica fácil. —Paro automáticamente y le miro a los ojos; aparta su mirada. Sabe que ha dado en el clavo para poder hacerme daño. Yo nunca he sido ese tipo de chicas y si le estaba besando era solo para demostrarle que puedo mandar sobre él como mujer que soy. No creo que ningún niñato con fuerza sea capaz de hacer la mitad de las cosas que he llegado a hacer en mi vida. Él no sabe nada de mí como para decir que soy una chica fácil. Y a partir de ahora todo le va a resultar más difícil.
No puedo controlar mi cuerpo; mi mano se estampa en su cara haciendo que esta gire en la misma dirección. Se va a arrepentir de haber dicho semejante gilipollez. Lo miro con dureza en mis ojos.
Apostaría algo a que en este momento el azul ha desaparecido para dejar paso a un negro brillante.
—¡Auch! —escucho que suelta, y vuelvo a darle otro. Maldito gilipollas. A mí nadie me trata así, y menos un intento de pelirrubio que no me conoce de nada.
Noto cómo mis fuerzas se desvanecen. Ahora mismo solo quiero pegarle y hacerle sentir el dolor que estoy sintiendo yo.
Me levanto de encima de él y tiro la navaja de forma que hago que se clave en una de las paredes. El aislante de las paredes dejaba claro que aquí era donde estos capullos se dedicaban a «enseñar» a las chicas como yo. Pero este gilipollas no sabe quién soy; me apuesto mi cabeza a que jamás ha dado con nadie así. Porque no soy una niña mimada que simplemente no hace caso de lo que le dicen; solo intento sobrevivir en el mundo que me rodea. A veces hay que sacrificarse para conseguir lo que una quiere.
Ato la camiseta que me ha roto por debajo del pecho, cruzándola para taparme, y ando rápidamente hasta la puerta. La rabia que he tenido contenida durante todo el trayecto me está volviendo demasiado agresiva y, aunque han sido ellos quienes me han traído aquí y me gusta sentirme así de vez en cuando, no me gusta sacar esta parte de mí delante de la gente. ¿Por qué? Hubo un momento en mi vida en el que debí haberlo hecho y por cobarde me hicieron mucho daño. Después de aquello me entrené, fui a clases de artes marciales y, aunque domino varias de ellas, sé que en muchas de las cosas los hombres pueden ganarme fácilmente.
Cuando me enfado, no quiero tener gente a mi lado. La última vez un chico acabó en el hospital una semana entera. De verdad que no me gusta hacerle daño a la gente, pero odio que el daño me lo lleve yo.
—¿Dónde crees que vas, rubia? —Sonríe de forma burlona mientras se acerca a mí sigilosamente. Aprieto mi mandíbula y alzo una de mis largas piernas al aire. Sin golpearlo, hago que vaya hacia atrás.
—No te acerques a mí. —Salgo por la puerta rápidamente. Los mismos chicos de antes estaban sentados. Me miran.
Todos empiezan a decirme cosas. Desearía poder cerrarles la boca a todos para demostrar a quién deben respetar, pero ahora mismo solo tengo mi mente en escapar de allí.
Les dedico una de mis peores miradas y hago que se callen en el instante. Uno de ellos me dice que Alex viene detrás de mí. Empiezo a correr sin rumbo cuando siento sus pasos detrás de mí.
—Eh, Alex. No me digas que esa es la primera chica que se te escapa —dice uno de los chicos cuando ve que sale corriendo detrás de mí.
¿La primera chica que es capaz de escaparse? Eso quedaría bastante bien en mi currículum. Si soy capaz de perderle de vista, me merezco ser la salvadora oficial de estos chicos. Sería lo justo, ¿no?
Comencé a correr lo más rápido que podía. Se me había olvidado mencionar una cosa: cuando era una «chica buena» fui campeona de atletismo del instituto. Subí unas escaleras. No vi a nadie por el pasillo, así que empecé a intentar abrir todas las puertas hasta que, por fin, una de las habitaciones de la parte derecha del pasillo se abrió. Me deslicé dentro y cerré la puerta tras de mí.
Me quedo un par de minutos en silencio, tratando de que mi respiración rápida no se escuche al otro lado de la puerta. Busco la llave de la luz a oscuras y, cuando la encuentro, la aprieto. Me doy la vuelta y me quedo estupefacta al ver lo que mis ojos me llevan al cerebro. ¿Qué es esto?
Capítulo 3
Pero ¿qué se supone que es todo esto que tengo delante? ¿Qué es esta habitación?
He estado en muchos sitios durante toda mi vida, he ido a miles de fiestas, he conocido a todo tipo de gente, pero nunca he visto nada como lo que tengo delante. Esto es sencillamente asqueroso.
Una habitación de lo que parece sadomasoquismo.
Las paredes están pintadas de un color negro brillante. En medio de la habitación hay una cama con lo que parecen sábanas de seda rojas. A un lado, un sillón de cuero rojo llama mi atención. No parece nada cómodo. A la izquierda me encuentro una mesa negra brillante con grilletes en las esquinas y con cuatro cajones debajo. Lo que parece una silla de montar a caballo burdeos está al otro lado de la cama. Eso sin contar la infinidad de cosas que hay colgadas en las paredes.
Unas pequeñas luces rojas son todo lo que alumbra la sala. Huele a lejía y creo que puedo adivinar por qué. Seguro que este es el tipo de lugar que ama alguien al cual le gusta hacer daño a la gente. Un escalofrío recorre mi cuerpo.
Todo tipo de látigos de todos los tamaños están muy bien colocados en las paredes. También hay una infinidad de cosas de las que desconozco su utilidad. No hay ni una sola cosa fuera de su sitio, lo que me hace pensar que alguien muy maniático tiene que ser el dueño de todo esto.
Cojo uno de los látigos que hay en la pared y hago que pegue en el suelo. No hace mucho estuve jugando con uno de estos en casa de un amigo. No me llaman la atención, pero son útiles en algunas ocasiones.
Pero ¿de qué se supone que va todo esto? ¿Así enseñan a las peores chicas?
Me fijo aún más en todo lo que hay en esta habitación. Una de las paredes está llena de armarios hasta el techo, excepto en uno de los rincones. Me apresuro a ver qué es lo que esos cristales me enseñan. Me acerco sigilosamente, intentando no hacer ruido.
Dos fustas están colocadas cruzándose entre sí. Levanto una de mis cejas y aprieto mi mandíbula. ¿De qué coño va todo esto? Mi curiosidad crece por momentos y aún no sé por qué. Comienzo a mirar por los cajones; hay miles de artilugios extraños. Creo que he caído justo en un lugar que no querría haber conocido nunca.
Esto es una auténtica sala de torturas. Supongo que es su manera de hacerles saber a los internos quién manda. No he visto a una mujer y creo que me sorprendería ver cómo uno de esos grandes hombres tortura a los chicos también. ¿Cómo pueden llegar a existir cosas como estas?
En el primer cajón que abrí me encontré con un par de esposas como las que el chico me había puesto. Solo que estas son negras. ¿Negras? Pero ¿quién narices compra unas malditas esposas negras? Junto a ellas, unas llaves y un pañuelo. Yo no sé para qué narices querrán un pañuelo, aunque casi no quiero ni pensarlo.
Lo cierro y sigo con el cajón que está más arriba. ¿Qué narices? Hay una especie de balas de metal colocadas por tamaño; obviamente, esto es algo que jamás querría probar por mí misma. Cadenas. La madre que los parió.
Tengo que salir de aquí sea como sea, me cueste lo que me cueste. Y nadie me lo va a impedir: ni el tal Alex ni Rashel ni ninguno del resto de los hombres que puedan trabajar aquí. Es el momento de irme. No quiero pasar aquí dentro ni un minuto más.
Saco