A un milímetro de ti. Christina Hortet
de sangrar, pero ya era demasiado tarde. Todo había acabado para él.
Dejé de comer, me duchaba entre cuatro y seis veces al día, y los intentos de que hablara con un psicólogo fueron en vano. Nadie lo encontraba y yo vivía con el miedo de que volviera a terminar lo que empezó conmigo. No era capaz de quitarme su olor de encima. Tiré todo lo que tenía suyo y pasé mucho tiempo sin dejar que nadie me rozara. Nadie supo lo que realmente pasó aquella noche, pero me cambió por completo.
Cuando quiero dame cuenta, estoy llorando a mares. Alex me lleva en brazos por los pasillos de la mansión y yo me aferro a su cuello entre los sollozos. Él suspira amargamente y no sé si es por tener que aguantarme o por haber vivido esa escena tan espeluznante. Abre la puerta de una habitación y se sienta sobre la cama, me deja suavemente a su lado y mira mis ojos llorosos. De manera instintiva meto la cabeza en el hueco de su cuello. Ahí me siento un poco más a salvo.
—No dejes que me haga daño. No dejes que vuelva a tocarme, por favor —digo entrecortadamente, mientras Alex acaricia mi cabello.
—Tranquila, rubia. No dejaré que vuelvas a entrar en esa habitación nunca más. No dejaré que vuelva a poner sus manos encima de ti jamás.
Capítulo 4
Miro sus ojos; ahora se ven muy tranquilos, cariñosos. Siento su pulgar deslizarse bajo mis ojos. Las lágrimas aún no han desaparecido y no creo que pueda controlar el hecho de que se vayan por un momento. Nunca creí que se portaría de tal manera. Jamás pensé que el chico que unos momentos atrás quería hacerme trizas me iba a tener entre sus brazos, iba a estar acariciando mi pelo y mucho menos iba a intentar tranquilizarme.
—Ya pasó, rubita. Tranquila. —Me abrazó más fuerte. Su mano se deslizaba por mi espalda de arriba abajo; me estaba empezando a tranquilizar. Noto cómo sus labios se acercan a mi cabello y deja otro beso ahí.
—Tú no sabes nada, Alex. Ese hombre de ahí me hizo ser quien soy ahora. Me destrozó la vida por completo. —La mirada de Alex se suavizó aún más con mis palabras. Todavía no había dejado de llorar, pero estaba más tranquila.
—¿Él? ¿Qué ocurrió? —Pasó su lengua por sus labios y yo bajé la mirada. Sinceramente, no quería contarle mi vida a un desconocido, pero en este momento tenía que soltar todo lo que tenía dentro y la única forma de hacerlo era contándoselo todo al chico que tenía delante.
—¿Quieres el resumen o lo prefieres con pelos y señales? —Tragué saliva con solo decirlo. Creo que pudo notar la incomodidad con la que dije la frase.
—Tranquila, Aria. Ahora estoy aquí contigo; él no puede hacerte nada. —Juntó sus labios en mi mejilla, pero aun así me hizo soltar una carcajada. Mi mirada se estremeció y volví a meter mi cabeza en el hueco de su cuello.
—Alex, ni tú ni nadie puede salvarme si él quiere volver a hacerme daño. Si quiere abusar de mí de nuevo, lo hará cuando quiera. —Tragué saliva al terminar de decir la frase.
La boca se me había quedado seca de tanto sollozar y la incertidumbre de tenerlo tan cerca me estaba haciendo empezar a temblar. Me había enfrentado a mi mayor temor y esta vez había sido yo quien había ganado la batalla.
—¿Abusó de ti? —Su mirada se volvió oscura como el cielo en plena tormenta—. ¿Cuándo pasó eso? ¿Qué te hizo?
Pude notar el dolor en su mirada, esos preciosos ojos azules me miraban con compasión. Quizá, debajo de toda esa coraza de hombre duro, había un pequeño corazón.
Un ángel caído del cielo, un ángel con un pasado oscuro. No creo que una persona que trabaje en este tipo de sitios sea especialmente una persona buena. Mi instinto me dice que las personas que trabajan en ellos son de esos tipos que alguna vez se han escapado de entrar en la cárcel. Del tipo de personas a las cuales no les importa hacer daño con tal de conseguir lo que quieren.
Si no fuera así, no creo que tuvieran a Luther aquí trabajando. No sé cómo alguien puede confiar en él. Con solo mirarlo, cualquier persona puede deducir que solo va a traer problemas. Su aspecto da miedo, y puedo sentir su presencia. Es como si, cuando está cerca, mi espina dorsal me lo advirtiera con uno de sus escalofríos.
En realidad, no creo que nadie debiera confiar en él. Nunca se puede esperar nada bueno de ese tipo de personas. A no ser que seas yo.
Quizá lo que me hizo estar con él fue mi propio deber de salvar a las personas de su pasado. Siempre me ha gustado cambiar la vida de la gente para bien. Desde que lo conocí no he vuelto a salvar a nadie; al revés, he metido a mucha gente en mi mundo. No es el mejor y lo sé, pero lo bueno es que cada cual hace lo que quiere aunque todos estamos en lo mismo.
No soy capaz de creer que alguien va a poder quererme nunca como me merezco. Soy bonita, sí, pero ¿eso de qué me sirve? No creo que nunca nadie me pueda querer de tal forma que me haga olvidar lo mal que se puede pasar cuando estás enamorado.
Bajo mi experiencia, la mayoría de los hombres solo piensan en ellos mismos. Son del estilo de: «Si me sirves para algo, bien; si no, no te quiero». Y ya estoy harta de ese tipo de hombres.
Quizá por eso me convertí en lo que soy, una mujer sin sentimientos. Una de esas personas que tienen una coraza, de las que no muestran lo que sienten y saben que nunca deben parecer débiles delante del resto.
—Lo conocí en el instituto. Yo tenía catorce años y jamás había besado a un chico. En el segundo semestre apareció con una sonrisa amigable a mi lado. Después de un tiempo realmente bueno me di cuenta de que me había enamorado de él. Todo el mundo me decía que no tenía que estar con él. Era cuatro años mayor que yo, pero me enamoré de un imposible. —–Mi voz iba desapareciendo conforme decía cada palabra.
Suspiro, más para mí que para él. Su mirada se fija en la pared blanca que tenemos enfrente. Siento su mandíbula temblar ligeramente, está impaciente por saber que pasó en realidad. Y yo, estoy dispuesta a contar la historia que jamás le he contado a nadie.
—Me acuerdo de que esa noche llovía. Mi madre había alquilado una casa para celebrar mi cumpleaños. Me lo estaba pasando bien con mi mejor amigo, Josh. Los celos y la bebida le hicieron explotar y después de haberme engañado infinidad de veces, al final lo único que quería era poseerme. Quería que fuera suya, y así fue. —Miro a sus ojos, él no pestañea. Trago saliva y un apretón de manos me hace soltar la coraza por completo y terminar mi historia—. Todo no quedó ahí. Cuando acabó conmigo, se giró hacia mi amigo, a quien tenía atado de pies y manos, y lo acuchilló hasta matarlo. Me quitó a mi mejor amigo y lo que era mi vida hasta aquel momento.
Comencé a llorar de nuevo, esta vez con más fuerza. Recordar la historia me estaba haciendo revivir partes de mi vida que un día creí que había dejado atrás, que jamás me volverían a atormentar, pero no es cierto. Está claro que cada día que pase en este centro me acordaré de todo una y otra vez.
—Lo siento, Aria. Sabía que había algo en ese tío que no estaba bien, pero jamás creí que podría haber hecho algo así. —Su mandíbula estaba apretada; sus ojos, oscuros, y podía ver cómo la vena de su cuello palpitaba.
—No acabó ahí —logré decir, aunque el nudo que tenía en la garganta me oprimía tanto que no era capaz ni de respirar bien. Necesitaba agua.
Le miré y él supo perfectamente lo que quería; se levantó y abrió la puerta que había en el lado derecho de la habitación, una puerta de madera clara. Ni siquiera me había percatado de que estaba ahí. Para ser sincera, no me había fijado en casi nada de la habitación. Mis ojos llorosos no veían con claridad, pero aproveché para quitar las lágrimas que caían por mi mejilla y miré todo lo que había a mi alrededor. La habitación era blanca; había una cama de matrimonio en el medio, donde estábamos sentados. Una colcha morada adornaba la cama y unos cojines grises y azul celeste estaban puestos sobre la almohada. Mis colores favoritos. Eso me hizo sonreír un momento. Una mesilla de madera clara a un lado. En el lado izquierdo había lo que parecía un armario empotrado en la pared. Una lámpara preciosa de