A un milímetro de ti. Christina Hortet
lista y puedo ser como él quiera que sea.
—Ni lo sueñes, rubia. No eres mi tipo precisamente. — Ambos sabemos que sí que lo soy, aunque quiera ocultarlo.
Sonrío y miro sus ojos en todo momento. Noto cómo su mirada se desvía hacia la derecha. Eso significa claramente que me está mintiendo. ¿Por qué? Cuando una persona mira hacia la derecha indica que la parte derecha de su cerebro es la que se está usando. Esa es la parte que se encarga de la invención y creación de situaciones. Cuando alguien miente, siempre se nota si sabes cómo verlo.
—¿Me estás mintiendo? —Lo miro de reojo, sonrío de lado y muerdo mi labio inferior para ponerlo más nervioso aún. Es tan fácil hacer que se distraigan.
—No trates de jugar con fuego; siempre puedes acabar quemándote. Si yo fuera tú, me quedaría callada y quieta durante el camino. —Aparto mi mirada unos segundos.
Le miro de nuevo. Sus ojos parecen indescifrables y me hacen sentir miedo. No aparto la mirada; no puede saber que puede hacerme sentir mal porque ese no es mi papel.
—Acércate un poco. Yo no puedo moverme —susurro y sonrío, leve, sin mostrar mis dientes.
—No intentes hacer nada o haré que vuelvas a dormir con un solo movimiento. —Niego con mi cabeza. No pienso hacerle daño, al menos por ahora.
Se revuelve en su asiento, se acerca más a donde yo me encuentro y me mira. Niego con la cabeza. Vuelve su mirada hacia delante, dejándome su oreja a mi disposición.
Respiro de una forma más fuerte a la normal para que pueda sentir mi respiración sobre su cuello. La piel se le eriza, haciendo que yo sonría de forma victoriosa. Está como y donde yo quiero. Es el momento justo.
—Si yo fuera tú, haría todo lo posible por no meterme con quien no conozco. Ahora voy a por ti.
Capítulo 2
Después de tres horas de camino a lo largo de la carretera que da a la costa, el furgón se detiene. El hombre más fuerte se baja y abre mi puerta, coge uno de mis brazos y tira de mí hasta que me obliga a salir de golpe.
Miro al frente para encontrarme con un gran jardín. Todo es demasiado verde, incluso la fachada de la mansión que tengo delante de mí. Toda la pared de piedra está cubierta de una fina lámina de limo. Una gran fila de árboles hace que un camino llegue hasta la entrada donde nos encontramos nosotros. Miro a mi alrededor; todo está tan tranquilo que no me inspira confianza.
Otra regla para ser una persona como yo: los sitios que están tranquilos no son de confianza. Cuando estás tanto tiempo en la calle como he estado yo, te das cuenta de que no todo es lo que parece. Cuando las calles de la ciudad están tranquilas significa que algo está pasando, alguien está tramando algo y, misteriosamente, algo sucede.
Otro tirón de mi brazo me hace dejar de mirar el paisaje. Llevo mi mirada a los ojos azules del chico joven, Alex. Creo que no diré su nombre; así se pensará que no le doy importancia y empezará a irritarse cada vez que se lo pregunte.
—Si me tratas así no vas a conseguir nada de mí, ni siquiera un insulto. —Sonrío y le doy un pequeño puntapié en la espinilla antes de que pueda decir nada.
—Esta va a ser la manera de tratarte a la que vas a tener que acostumbrarte. —Sonríe de lado. Me limito simplemente a admirar el gran edificio que tengo ante mis narices.
La enorme mansión victoriana de piedra se encuentra justo frente a mí. Una gran puerta de madera de roble antiguo hace que desprenda un halo de misterio que realmente me gusta. El césped perfectamente cortado es la perfecta decoración de todo el patio delantero de esta mansión. ¿Dónde se supone que me han traído?
Esto está en medio de la nada. Se supone que es un lugar de castigo. No es el lugar al cual vendrían familias con sus hijos a vivir. Hay miles de ventanales de cristal por todos lados. Solo mirar esta piedra oscura me causa escalofríos.
El chico mayor me lleva casi a rastras hacia el interior del edificio. Tiene demasiada fuerza como para que yo pueda con él; ni si quiera con la ayuda de uno de mis amigos podríamos lograr que me soltase.
Entramos en el edificio. Cierra la puerta detrás de mí, haciendo que dé un respingo con el sonido chirriante que hace al cerrarla. Este sitio no me da buenas sensaciones; al revés, algo raro pasa aquí dentro. Todo está demasiado silencioso. Algo no va bien.
—No voy a salir corriendo. ¿Por qué no me quitas esto de las muñecas? —Puse la mejor cara de niña buena que tenía y miré hacia el suelo, algo triste. A veces puedo ser muy buena actriz.
—Está bien. Total, de aquí no puedes salir. —Una sonrisa cínica apareció en su cara, haciendo que me dieran ganas de vomitar.
Se puso detrás de mí y, con lo que parecía ser una llave, hizo que las esposas cayeran al suelo. Yo simplemente me acaricié las muñecas y miré las pequeñas marcas rojas que me habían salido por las rozaduras y lo fuerte que aquel chico castaño me había atado. Por cierto, ¿dónde está?
Sigo andando hacia delante, siguiendo al hombre. Las paredes de piedra hacen que el calor de fuera se quede ahí. Una doble escalera lleva a distintas partes de lo que se supone que es el edificio. En las paredes hay unos grandes cuadros con rostros de personas, supongo que los dueños de todo esto. La verdad es que dan un poco de miedo.
Creo que podría hacerme la dueña de esto también. No creo que sea tan difícil hacer que varios hombres hambrientos hagan cosas por mí.
—Primero voy a enseñarte las instalaciones y después vamos a ir a tu cuarto, donde ya deben estar todas tus cosas. —Me limité a asentir y seguirle. Este sitio me recordaba a Hogwarts. No sé por qué esto tiene algo de misterio; toda la decoración es oscura, lúgubre. Dios, cómo se nota que esto lo ha decorado un hombre y, encima, con mal gusto.
La voz del hombre se notaba más tranquila de lo que había estado durante el viaje. Este es el lugar donde trabaja, donde debe de sentirse a salvo. Pero conmigo aquí al lado no está a salvo de nada.
—¿Aquí solo hay chicas? —me aventuré a preguntar mientras iba caminado tras él.
—No. Aquí enseñamos tanto a chicas como a chicos. El ala este es de las chicas; el ala oeste es de los chicos. Ni se te ocurra ir al ala de los chicos. Está totalmente prohibido.
—Rashel, déjame con ella. Ya le enseño yo el resto, gracias —dijo la voz del chico castaño.
Pude notar cómo el grandullón se daba la vuelta y miraba al chico a la vez que lo hacía yo. No puso cara de buenos amigos, pero al final se fue, dejándome a solas con Alex.
—Ni lo intentes. No es recomendable que alguien te encuentre en alguna habitación de un chico. Se te castigará y, créeme, no te gustará. —Su voz es demasiado sexi. La verdad es que me gusta bastante, me atrae; pero debo hacerle entender que, por muchas ganas que tenga de enseñarme, llegará el momento en el que yo le enseñe a él.
—Vamos, rubia. No tengo todo el día. —Me coge de la muñeca, haciéndome salir de mis pensamientos. Con las mismas pego un tirón para que me suelte y lo miro a los ojos. Este chico no me va a hacer sentir inferior; eso debe saberlo de antemano. No puede intentar destruir mi vida porque sea su trabajo.
—Sé andar sola. No necesito que ningún niñato me haga mover los pies, gracias. —Le miro mal y hago que sonría, pero no cambio mi expresión.
Ando detrás de él algunos metros. Parece ser que me dirige hacia una parte exterior de la casa. Mis pasos retumban entre las paredes; esto está desierto. Quizá los chicos tengan clases o algo así.
Delante de mí aparece un precioso jardín. Tiene una gran fuente en el medio, en la cual se pueden ver algunos peces saltar.
—¿Me has traído de vacaciones? Oh, gracias. Muy amable por tu parte.
Sonrío de lado. Se para en seco y me hace chocar con él. Lo miro mal y él sonríe de lado.