Otoño sobre la arena. Erina Alcalá

Otoño sobre la arena - Erina Alcalá


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recordar. Si no fuese así, le hubiese contestado a tantas cartas como le escribió antes de irse del pueblo.

      Quizá llevase también su mochila puesta. Y seguro que le pesaba más que a él, lo sabía con total seguridad.

      Ahora, sus padres estaban jubilados y se habían trasladado a Mijas, un pueblo precioso, junto a la playa, en Málaga, en el sur de España.

      Es por eso que él había elegido Marbella, también en Málaga, para estar cerca de sus padres y de su hermano, y porque era la ciudad más importante inmobiliariamente hablando. Allí era fácil adquirir casas, villas, apartamentos y hoteles de lujo. Estaba la jet set y era el lugar ideal para imponer allí la empresa. Y si tenía que tomar aviones, era la ciudad ideal para ello, desde el aeropuerto de Málaga salían aviones para casi todo el mundo

      Se había cansado de la vida estresante de Nueva York y sabía que necesitaba un cambio. Quería tener una vida más tranquila.

      O en todo caso enfrentarse al pasado.

      Y el cambio, le vino dado.

      Cuando la empresa meses atrás le hizo la proposición, no lo dudó un segundo.

      Había trabajado en la empresa desde que se licenció en arquitectura. Fue subiendo escalafones hasta conseguir estar en lo más alto, pero necesitaba un cambio de aires, volver a la vida tranquila, dar un giro y un rumbo distinto, de fiestas, y celebraciones nocturnas, mujeres tiesas, muy maquilladas, modelos vacías sin conversación y aunque en Marbella también tendría que asistir a ciertos eventos, sabría elegir y eliminar ciertas toxicidades que estaban minando su vida.

      De esa parte, ya había tenido suficiente y eso no ocultaba su dolor. Ni siquiera lo había mitigado. En realidad si lo pensaba bien, su vida era el trabajo. Había tenido mujeres en sus brazos, bastantes, aunque no era un playboy. Las mujeres pasaban por su cama, como salían. No se comprometía y ellas lo sabían, porque se lo dejaba claro, y así, ninguna podía quejarse. Tampoco era capaz de salir mucho tiempo con ellas.

      En algún momento de la relación, aparecía siempre ella, como una adolescente blanca en sus sueños y la relación se evaporaba como la lluvia de enero.

      Por ello, ni las mujeres se quedaban, ni él, tampoco. No había tenido una relación larga más allá de unos meses. Quizá se debía a ella y a lo ocurrido, la relación que tenía con las mujeres. Puede que el pasado le jugara una mala pasada y buscase mujeres de ese tipo para esconder el dolor que sentía.

      Para no encontrar una mujer que verdaderamente le interesase, que estuviese a la altura de sus expectativas.

      No quería relaciones serías y cuando acudió al psicólogo en busca de ayuda por las pesadillas nocturnas que tenía en Nueva York, éste le dijo que salir con ese tipo de mujeres, era una forma de olvidarla, de solapar el dolor que sentía, de impedir mantener una relación seria, porque se negaba a olvidarla. Para mantener latente una culpabilidad que debía eliminar.

      No quería enfrentarse a la realidad buscando una buena chica. Tenía miedo. Lucas, en un principio, se reía, pero si lo pensaba bien ahora, quizá el terapeuta tuviese toda la razón, o al menos parte.

      En el terreno laboral, sin embargo, se había canjeado un gran éxito profesional. Tenía más dinero del que podía gastar. Una villa maravillosa con jardín y cascada. Le encantaba la cascada que daba a la piscina y el silencio arrollador del lugar. El frescor de la noche, el olor de las flores cuando cenaba allí, le recordaba al pueblo y a ella…

      Había tenido que cambiar de estilo de vida por propia voluntad. Ya llevaba casi siete meses en Marbella, visitaba a sus padres en Mijas y llevaba una vida tranquila. Y sin sexo. Eso era raro en él.

      No tener sexo en esos meses, no hubiera sido posible en Nueva York. Pero quería estar un tiempo así. Lo había elegido. Tampoco era tan malo no tenerlo. Para él era una necesidad física y nada más. Y si tenía un descanso sexual, no pasaba nada.

      Si le preguntaran si era feliz… pensaría en las pesadillas que habían vuelto de nuevo con mayor intensidad. Ni los largos en la piscina que hacía cada mañana y noche apaciguaban esos momentos. Quizá tuviese que asistir de nuevo a un psicólogo en Marbella. Tendría que planteárselo si continuaban las pesadillas.

      Infinitas veces, recordaba a Reme. Lo hacía con su cara de adolescente de catorce años, de pelo largo y pecas en su nariz pequeña, como la vio por última vez.

      Una sonrisa radiante de dientes perfectos, siempre en la cara. Se reía por tonterías y era extrovertida, bromista y divertida.

      Para un adolescente como él, era inalcanzable y no sabía por qué. Ella daba esa sensación a los chicos, ser inaccesible, lejana. Pero ella, no lo sabía, lo hacía inconscientemente. Era su forma de ser.

      Era su amor secreto.

      Estaba completamente enamorado y loco por esa niña adolescente. Y ella, ni se daba cuenta. Así que se conformaba con ser su mejor amigo.

      Una sonrisa aparecía cada vez que tenía esos bonitos recuerdos, antes de...

      Pero también le pesaba en el alma, la cara de ella esa última noche que la vio. Su cara era lo último que recordaba de ella. La cara de aquélla fatídica noche. No era ella. Había cambiado su vida en un instante.

      Se pasó las manos por la cara y pelo, mientras los recuerdos se agolpaban en su memoria como un tsunami.

      Se preguntaba, qué habría sido de ella, de su vida. Si para ella, también había sido una pesadilla todos esos años que habían pasado. Si se habría casado o tenía familia…

      Ahora ya no era un chico torpe, era un hombre, un hombre alto y atractivo que vestía trajes de diseño, perfume caros. Con una casa maravillosa, dinero y un trabajo que le encantaba. Lo tenía todo…

      Siempre pensó que se quedaría en el otro lado del charco toda la vida, y ahora tenía trabajo en España, quizás para muchos años o quizá para toda la vida.

      Estaba pensando en ella, cuando en ese momento, entró Carmen, su secretaría, con un par de toques en la puerta.

      Tenía unos cuarenta y tres años. Era una mujer baja y atractiva, muy eficiente. Llevaba siempre trajes de chaqueta y falda elegantes. Tenía mucha experiencia, por eso la había elegido.

      No quería distracciones con chicas jóvenes, pero había resultado que Carmen, se hacía imprescindible con sus múltiples cualidades. Era graciosa, simpática, con un toque de ironía y los clientes y trabajadores estaban encantados con ella.

      Su trabajo siempre estaba al día y no se iba del despacho con trabajo pendiente por realizar, por mucho que él había insistido a veces.

      —Don Lucas, la reunión de las doce está aquí.

      —Gracias Carmen, deme cinco minutos y hágalos pasar.

      El día transcurrió entre reuniones por la mañana. Luego salió a comer a un restaurante cercano y por la tarde, transformando planos en proyectos. Al acabar el día, fue a casa como siempre. Unos largos en la piscina y cena en el jardín. Eso le relajaba. El jardín al lado de la piscina era su rincón favorito.

      Tenía una vista espectacular y al fondo se veía el mar, con lo cual sentía una paz que no había tenido entre el ruido de Nueva York. Había contratado una asistenta en una agencia de limpieza través de su secretaria para que le llevara la casa. Para él la limpieza y el orden, eran muy importantes. La chica, se encargaba de recoger la casa y mantenerla limpia, así como el jardín. Y dejarle la cena preparada. Le dio carta blanca para que limpiara como ella quisiera, siempre que su habitación y su baño y la cena, lo hiciera a diario.

      Del resto de la casa, tenía que distribuirse el tiempo durante la semana para que la casa estuviese siempre limpia. También debía dejarle la cena hecha. Él se encargaba de hacer un pedido a un supermercado de la zona, los sábados y le llevaban la compra.

      A la asistenta, la había contratado por tres horas diarias, de lunes a viernes. Y si faltaba algo se comida, la asistenta, se lo dejaba anotado


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