Otoño sobre la arena. Erina Alcalá

Otoño sobre la arena - Erina Alcalá


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llegó Septiembre, Lucas se fue con su padre al País Vasco, allí, estudió en el instituto cuatro años y se graduó con buenas notas. Posteriormente se fue a Columbia University, Universidad en Nueva York, a estudiar Arquitectura con una beca.

      La Universidad estaba ubicada en Manhattan, donde se graduó con honores también.

      Allí pasó otros cuatro años de su vida, e hizo muy buenos amigos. Aprendió hablar perfectamente inglés, y con el tiempo aprendería también, francés e italiano.

      Pero nunca pudo olvidarla. Sin embargo, al ser un adolescente y joven, y estar lejos, era más fácil vivir, ir de fiestas con amigos, divertirse y acostarse con chicas por supuesto.

      Fue cuando pasó de los veinticinco años, cuando todo le acudía con más intensidad a su conciencia y empezó a tener las pesadillas nocturnas que le devolvían aquella noche.

      Nunca pudo despedirse de ella.

      No la vio más.

      Le dejó un mensaje a Rosa para que se lo diera, pero ella lo rompió en mil pedazos, para borrar esa parte de su vida, y aquella noche negra que cambiaría su vida para siempre.

      Lucas, le escribió un montón de cartas, cartas que no fueron respondidas y que Reme rompió conforme le llegaban, sin leerlas siquiera.

      Algunas se las mandaba con Rosa los días que le quedaban por permanecer en el pueblo, y otras le escribió desde el País Vasco. Pero ella quería olvidarlo todo y para ello, lo mejor era no contestar.

      Se sentía fatal aquellos días y para colmo tenía que disimular ante su familia, vecinos y amigos, porque le parecía desde su blanca adolescencia, que si se ponía demasiado triste o lloraba, iban a adivinar su secreto.

      Reme, sabía que Lucas no era culpable, pero no podría volver a mirarlo a la cara, después de haber sido suya, de aquella manera.

      Si recordaba bien, él había sido suave y casi amoroso, dentro del ambiente en sí. Había sentido un poco de daño cuando la penetró, pero no se enteró de más nada.

      Tenía los nervios a flor de piel y estaba a punto del desmayo. A eso si le sumaba el otro tipo de dolor, su cuerpo temblaba como un títere.

      Pero no podía, no podía… contestarle. De todas formas ya no lo volvería a ver, así que no tenía sentido responder a sus cartas ni recordar aquello.

      Tendría que llevar esa carga sola el resto de su vida y tendría que intentar superarlo, como tendría que hacerlo él.

      Pero aquello sí que iba a tener consecuencias, y antes de lo esperado.

      Cuando al finalizar el mes de Septiembre, le vino la beca para estudiar en Martos, pero no el periodo y vomitaba más de lo normal por las mañanas. Su madre, como todas las madres no era tonta y se dio cuenta y la llevó a un médico a Jaén. Le confirmó que estaba embarazada de cinco semanas.

      Con el mismo silencio y prudencia con que fueron a Jaén, la familia se reunió junto a la mesa del pequeño salón por la noche.

      Ella no quiso dar el nombre del padre ni que la mataran, así que hubo que tomar otra decisión. Iría a Málaga a casa de su tía abuela, la hermana de su abuela por parte de madre, que era viuda, no tenía hijos y estaba sola. Tenía cincuenta y ocho años.

      Se lo preguntarían a su tía a ver si la acogía en esas circunstancias. Le comentarían el problema y si su tía estaba de acuerdo, se iría a Málaga. No había otra solución.

      Allí tendría al niño y se pondría a trabajar en los hoteles como aprendiz hasta que diese a luz. Ganaría dinero para darle a su tía por tenerla en su casa y ahorrar para mantener al niño o niña, lo que tuviese.

      Si sus padres, podían mandarle algo, lo harían hasta que encontrase trabajo.

      Le daría una cantidad a la tía para mantenerse ella y estaría acompañada y no habría habladurías en el pueblo.

      Dirían que había encontrado trabajo en los hoteles, que no había querido estudiar y la gente se olvidaría con el tiempo.

      La cuestión es que nadie podía saberlo, ni sus amigas, ni la familia, salvo la tía y ellos.

      Contactaron con ella, le contaron el problema y la tía abuela Rosario la acogió en su casa.

      Para ella, era una alegría, pasar de estar viuda y sin hijos y sola, a tener una hija y un nieto. Serían muy felices. Su tía la quería mucho. Y por supuesto, la invitó a vivir con ella.

      Fue recibida con las puertas abiertas. No le dio tiempo de despedirse de sus amigas. Todo se hizo de noche y con alevosía.

      En tren nocturno, se llegó a Málaga y de ahí a Marbella donde la tía Rosario tenía una casita preciosa relativamente cerca de la playa.

      La casa de la tía abuela Rosario, era pequeña. Tenía una cocina, un comedor y un salón no muy grandes, y un patio precioso de flores que su tía cuidaba con sumo cuidado y esmero.

      En el patio había un baño. El único que tenía la casa. Y en la parte de arriba, tres dormitorios. El de su tía y otros dos más pequeños.

      Encontró trabajo limpiando hoteles pronto, a través de una amiga de su tía. Y estuvo en un hotel limpiando habitaciones hasta casi dar a luz, aunque su tía insistía en que no trabajara hasta después de dar a luz, que ella podía mantenerlos a los tres, porque aún era una niña muy joven.

      Pero entró en un hotel como ayudante. En ese tiempo no se tenía en cuenta la mayoría de edad para trabajar como aprendiz o ayudante.

      Reme era muy trabajadora, y aunque ganaba poco como aprendiz, era suficiente y se lo daba todo a su tía, no necesitó que sus padres mandaran dinero. Ella se lo daba a su tía, pero esta se lo metía en una cartilla a su nombre para el niño y para ella.

      Apenas había cumplido quince años, pero Reme, a pesar de su edad, era muy trabajadora. Siempre lo había sido y nunca se quejaba de nada.

      Su tía Rosario era una mujer encantadora y buena. Como una madre para ella. Era más alta que ella y tenía el pelo pintado de rubio corto y rizado con una permanente. No trabajaba, pues tenía una pensión muy buena de su marido que había muerto cinco años atrás y había sido funcionario de prisiones. Y tenía su dinerito ahorrado al no haber podido tener hijos.

      Era de esas mujeres que eran delgadas de cintura para arriba y luego tenía anchas las caderas y las piernas algo gorditas.

      Tenía una tez blanca e inmaculada y un cierto atractivo. Era tranquila y se tomaba las cosas con mucha serenidad y paciencia, y Reme encontró allí con ella, la paz que necesitaba, a pesar del cansancio diario.

      Reme estaba encantada con ella. La tía Rosario tenía amigas y vecinas que eran maravillosas y a las que les había contado la historia de su sobrina nieta Reme y siempre iban con alguna ropita para el bebé que estaba por nacer y que con el tiempo se enteró de que sería un niño.

      El tiempo pasaba y aunque ella pensaba en Lucas, nunca a esa edad pensó en ponerse en contacto con él. Tenía miedo y era una niña asustada.

      Una mañana de Mayo, rompió aguas. La llevaron al hospital y debido a lo joven que era, no tuvo un parto fácil. A punto estuvieron de hacerle una cesárea.

      Estuvo quince horas de parto, pero cuando tuvo a su pequeño en brazos, se olvidó de todo el dolor de tantas horas y se juró que sería un hombre feliz y de provecho y haría una carrera como la que ella no tuvo ni pudo hacer. Trabajaría para que su hijo no tuviera la vida que ella tenía.

      Trabajaría duro para protegerlo y darle su vida, no importaba cuanto tuviese que trabajar.

      Le puso Lucas de nombre y los dos apellidos fueron los de ella. No le importó que sus padres hicieran cuentas sobre el nombre. Al fin y al cabo no sabían el nombre del chico.

      Pensaron que era un nombre que le gustaba. Además, Lucas era el patrón de Jaén y pensaron que era por eso.


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