Otoño sobre la arena. Erina Alcalá

Otoño sobre la arena - Erina Alcalá


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con la asistenta. Era eficaz y le dejaba la casa como él quería. El sábado y el domingo, como él descansaba, no iba, pues Lucas, o iba a casa de sus padres o comía fuera o pedía comida para llevar, o se hacía algo sencillo él mismo y tampoco quería tener a nadie en casa. Quería estar solo.

      En el fondo, ahora estaba disfrutando de la soledad. Y eso, también era una forma de felicidad, sobre todo después del trabajo intenso e intensivo que había realizado desde que viniera de Nueva York.

      El mes anterior terminaron el complejo y casi todas las villas estaban ya vendidas. Ni qué duda cabe que la suya, la empresa se la dejó por la mitad, aunque él nunca quiso, pero el gran jefe de Nueva York, así lo decidió por todo el trabajo que realizaba y estaba realizando.

      Las casas se vendieron porque él reformó con gustó e hizo algunas modificaciones, se habían quedado a un tercio por hacer y les dieron un retoque lujoso a la urbanización, les pusieron medidas de seguridad, y cerraron el recinto, jardines, etc.

      Y fueron adquiridas por gente de alto poder adquisitivo. No todas las villas eran iguales. Algunas eran inmensas, otras con más terreno, y esa desigualdad, gustaba a los clientes, que cada uno pedía algo distinto y no villas iguales.

      Y para esas personas trabajaban ellos. Los caprichos eran caros y se pagaban.

      CAPÍTULO 2

      Diecinueve años antes

      Higuera de Calatrava en Jaén, era un pueblo de apenas setecientos habitantes. Había sido importante durante la Guerra Civil Española. En sus buenos tiempos tuvo hasta cinco mil habitantes. Pero debido a la emigración a Cataluña, ahora era un pueblo pequeño, que parecía un camisón blanco sobre una loma, lleno de casitas blancas.

      Había tenido un campo de concentración durante la guerra civil, un punto estratégico durante las batallas que se libraron. Y que hoy en día, algunos mayores aún recordaban. Quedó intacto el cuartel de la Guardia Civil, un lavadero antiguo y un mercado de abastos, aparte de un torreón perteneciente a un Castillo árabe en la parte alta del pueblo.

      El cuartel de la Guardia Civil, en la entrada del pueblo, situado en un montículo, en el que se divisaban las diversas carreteras que llegaban al pueblo: una para Porcuna a la izquierda, otra para Santiago de Calatrava a la derecha y otra en el Centro que se dividía en dos al llegar a una Cruz en homenaje a los caídos en la guerra, que estaba a doscientos metros cuesta arriba. Esta, se bifurcaban en dos, una a la derecha para Martos, pasando por el puente del Arroyo Salado (cuyo nombre le venía porque el agua que llevaba era salada), y la otra, a la izquierda iba hacia Torredonjimeno, camino de la capital de la provincia y donde estaba situado el cementerio, a un kilómetro del pueblo.

      Todas las carreteras, estaban adornadas de eucaliptos centenarios.

      Al padre de Lucas, Cabo de la Guardia Civil, lo destinaron dos años a la Higuera, por lo que Lucas tuvo que realizar, debido a su edad, Séptimo y Octavo de Educación General Básica y después, como casi todos los chicos, iría al instituto. Y después a la Universidad. Siempre quiso desde pequeño hacer Arquitectura. Lo tenía muy claro.

      El primer día de colegio, le resultó gracioso, pues venía de un pueblo de Jaén también, más grande: Úbeda, donde había muchos niños en su clase, sin embargo en la Higuera, en su clase, eran seis alumnos.

      Cuatro chicas y otro chico, junto con él, Amalia, que su padre era cabrero y tenían cierta capacidad económica, como para no pasar apuros, vivía casi en el Centro del pueblo.

      José, el primo de Amalia, muy bajito para su edad, que era un tanto vago y un cachondo mental. Su padre tenía un bar y vivía en la misma calle que su prima. Era muy vago y nunca hacía los deberes y en ese tiempo, ya empezó a tontear con los cigarrillos y la bebida.

      Manuela, cuyo padre tenía una vaquería y vivía en la parte baja del pueblo, al lado del campo de fútbol y del cuartel de la Guardia Civil. Era la mayor, pues había repetido curso, alta e introvertida, siempre con una cola baja peinada, ayudaba a sus padres en la vaquería.

      Luego estaban Rosa y Reme, que vivían en la parte alta del pueblo y eran muy amigas. Rosa era muy guapa y tenía una piel blanca y luminosa.

      Todos los chicos estaban enamorados de Rosa y ella, era muy enamoradiza. Su padre era guarda del Sindicato Obrero del Campo y ganaba un sueldo suficiente como para alimentar a sus seis hijos, sin que estos tuviesen que trabajar.

      Reme, vivía cerca de Rosa. Siempre estaba muy morena, pues cuando salía de la escuela iba con su padre y su hermana Paqui a trabajar al campo y a una huerta que le trabajaba su padre a un señorito rico, terrateniente, que poseía una gran cantidad de tierras.

      El señorito cogía lo que iba a necesitar de la huerta y el resto, lo vendía el padre y la madre de Reme en la plaza de abastos del pueblo.

      Reme, tenía mucho carácter, era vergonzosa pero por contra, poseía una coraza de niña dura. En realidad era una soñadora y una romántica empedernida y siempre iba al campo con un transistor rojo, esperando que cantara Camilo Sexto, su ídolo, sobre todo en el campo, para llevar su amargura con una cierta felicidad irreal.

      No se sabe bien por qué razón, siempre tuvo tendencia a defenderse de todo y de todos y a defender a los que ella consideraba más débiles, fuesen ricos o pobres, altos o bajos, feos o guapos, como una pequeña amazona con su espada de la justicia.

      Siempre estaba a la defensiva, y siempre defendiendo. Y tenía una lengua afilada que no callaba nada.

      Lucas, desde que la vio, se enamoró de ella como un adolescente virgen.

      Su estrategia fue hacerse su amigo, enseñarle lo que sabía y tenía, su cámara de fotos, que a ella le parecía mágica.

      Un año en su cumpleaños, le dejó una postal con un ramo de flores impreso para felicitarla.

      Era el primer regalo que le hacía un chico. Ella no había conocido a ningún niño así. En el pueblo eran más brutos.

      El detalle hacia las chicas, no se conocía y menos con trece o catorce años. Y ella conservaba aún aquella postal después de tantos años.

      En aquella época, Lucas era un niño de pantalones cortos, muy alto para su edad, flacucho y desgarbado, pero muy inteligente. Lo sabía todo. Era un sabiondo.

      Los demás lo envidiaban a la vez que lo odiaban por tener más dinero que ellos y una posición mejor. Y sobre todo, por tener más conocimientos que ellos.

      A Reme, abanderada de los débiles, le daba igual y por esa razón, se hizo su mejor amiga.

      Siempre había tenido amigas, pero todo cambió, cuando pudo darse cuenta de que podía tener un amigo que no fuese niña, sino niño.

      Con ellos solía llevarse muy bien, pero amistad, poca había tenido con alguno en particular como con Lucas.

      Lucas era un adolescente muy especial. Siempre interesado por todo, le encantaban los libros. Lector empedernido y dispuesto a ayudar a los demás en cualquier ocasión que se presentara.

      Durante esos dos años que Lucas estuvo en el pueblo, crecieron juntos, e hicieron muchas cosas los dos, siempre que el tiempo libre de Reme, se lo permitía.

      Hablaban de muchos temas, le enseñó a ella, que leer era interesante y que era un viaje a la imaginación. Podía ir donde quisiera con solo leer. Recorrer territorios desconocidos y ser protagonista de otras vidas. Y eso a Reme, le encantó, acostumbrada a su cárcel de pueblo y campo.

      Era un niño adelantado a su tiempo. Sobre todo, recordaba las conversaciones políticas que tenían, él era más de derechas y ella más de izquierdas.

      Y ahí sí que chocaban y tenían conversaciones interminables en las que Reme, no se dejaba convencer. Claro que en aquél tiempo ni la derecha era la de ahora, ni la izquierda era la de ahora tampoco.

      Le encantaba discutir con ella. Le tomaba el pelo y ella se tomaba las discusiones políticas muy a pecho, porque a ella, le encantaba la historia y la política. En eso es en lo que chocaban.


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