Otoño sobre la arena. Erina Alcalá

Otoño sobre la arena - Erina Alcalá


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supo por qué, era una indomable y no había nadie que pudiese con ella.

      Era una rebelde con mucha causa, pero ella, lo consideraba su amigo, nada más. Tampoco es que Reme supiera mucho del amor a esa edad.

      Pero a Lucas le gustaba su cuerpo pequeño naciendo a la adolescencia, sus pechos duros y que asomaban ya a los trece años, su pelo largo y tieso como un junco, sus pecas y su mirada matadora para los niños imbéciles. No los soportaba. Todo cuanto quería decir, lo decía con una mirada.

      Reme, nunca se preocupaba de los temas de amor, salvo en las novelas que leía o grandes historias de amor de la literatura rusa que tanto le encantaban, esas tragedias le parecían maravillosas con sus paisajes nevados y un tren siempre como parte de la trama.

      Ni se preocupaba de esos temas si se refería a ella. El amor para ella a esa edad ni se lo había planteado siquiera. Ni con él ni con nadie.

      Al padre de Lucas, lo destinaron al País Vasco, cuando terminaron Octavo, así que eso había sido todo, dos años de amistad y se separarían.

      En esos dos años, lo pasaron muy bien en todas las fiestas que había en el pueblo. Y él la invitó en el día de la Virgen del Pilar, que era la patrona de la Guardia Civil dos años seguidos, porque se hacía una fiesta en el cuartel, con comida y baile.

      Así que se sentaban juntos y se divertían mucho, luego había baile, cuando se recogían las mesas después de la comida y bailaban hasta la noche. Fueron dos años de amistad muy bonitos y de amistad sana.

      A su hermana también la invitaba una amiga, hija de otro Guardia Civil; y el que iba a esa comida era agraciado. Y tenía mucha suerte.

      Ella había solicitado una beca para estudiar Formación Profesional Administrativa en Martos, dado que en el Pueblo, no había Instituto. Cuando se lo dijo Reme, se sintieron muy tristes, pero quedaron en escribirse.

      Les quedaba poco tiempo de estar juntos. Cuando pasasen las fiestas del pueblo, después de dos años de amistad, se irían, cada uno por su lado, pues su padre tenía que incorporarse en Septiembre y se iría al norte de España y Reme viajaría a diario a Martos a estudiar. Y sería un niño más que había pasado por la escuela.

      Llegaron las fiestas del pueblo, a mitad de Agosto, cuyo divertimento era bailar con una orquesta en el baile de la plaza del Ayuntamiento, que estaba al lado de las carreteras, en la parte baja del pueblo y pasear por ellas, tomar una coca cola y poco más.

      La última noche de la fiesta, todo cambió. Habían estado bailando un rato en el baile y cuando la orquesta hizo un descanso, se fueron a dar una vuelta por la carretera.

      Iban dando un paseo por la carretera de Porcuna todos, los seis de octavo, pero hubo un momento en que el resto de los chicos se volvieron y ellos como iban delante hablando, no se percataron y se alejaron más de lo debido, y cuando se dieron cuenta, el resto del grupo se había dado la vuelta y no se veía más que la oscuridad y los árboles.

      Como despedida, José había llevado una botella de litro de cerveza y habían estado bebiéndosela entre los dos en el parque mientras bajaban las chicas.

      Lucas no había bebido alcohol en su vida, e iba tambaleándose un poco. Reme se lo dijo. Le preguntó si se encontraba bien.

      —¿Para qué has bebido? No tenías que haberle hecho caso a José —le dijo riñéndole.

      —Es que me dijo que era de despedida porque me voy pronto.

      —Como si no lo conocieras…

      —No te preocupes, ya se me está pasando, juro que no beberé en mi vida.

      —¡Vámonos de vuelta!, que estos se han ido ya y además ya no se ve nada —dijo ella, porque ya no se veía nada más que oscuridad.

      En esos momentos los enfocó un coche que venía de Porcuna, con las luces. Venía por esa carretera, y se paró en el arcén, al lado de ellos. Bajaron rápidamente tres chicos mayores, que seguramente venían a la fiesta. Iban borrachos, estaban más cercanos a los treinta años que a los veinte y se les acercaron. Reme sintió miedo y se pegó a Lucas.

      —¿Qué pasa chaval? ¿Te la has traído tan lejos para tirártela?

      —¡Dejadnos en paz! —les gritó Lucas nervioso.

      —Venga que te vamos a ayudar un poquito, nene. Hoy te vas a hacer un hombre.

      Sin medir palabra siquiera y a pesar de los ruegos de los dos, a Reme uno le tapó la boca y la tiró al suelo y la llevaron lejos del arcén a través del campo, para que nadie los viera. Reme, empezó a llorar y a morderle la mano y a chillar.

      Otro de ellos, le ayudó a sujetarla al lado de un árbol que había en mitad del campo y le bajó las bragas, por mucho que ella pataleaba y lloraba y la tumbó en el suelo y le abrió las piernas, mientras el otro la sujetaba por los brazos para que no se moviera hasta que la inmovilizó. Y ella lloraba sin parar y no quería mirar a Lucas de la vergüenza que sentía.

      El tercero cogió a Lucas y le bajó los pantalones y lo colocó de un plumazo encima de Reme. Le sacó un cuchillo y se lo puso en el cuello a ella:

      —Si no te la tiras, la mato aquí mismo —le dijo.

      Todo sucedió muy rápido, Lucas no tuvo más remedio que hacerlo para protegerla.

      Era un adolescente y era virgen como ella y no estaba preparado para hacer el amor y menos en esas condiciones, pero fue al entrar en ella y tener que romper su barrera, porque no tenía más remedio cuando su miembro se excito y todo porque era ella y porque no podía resistirse a ella. Pero era una locura.

      Él nunca hubiese querido hacer el amor con ella de esa manera, ni excitarse así, pero no tuvo más remedio. Se movió en su vientre y se vació en ella en segundos.

      Todo fue rápido y todo duró una eternidad. Cuando quisieron darse cuenta, el coche arrancó dando la vuelta camino de nuevo por la carretera de Porcuna. Y sólo oían las risas de los que habían matados sus vidas para siempre. Ni siquiera oían las palabras que ellos riéndose, lanzaban a lo lejos a través de la ventanilla del coche.

      En la oscuridad de la noche nunca reconocerían sus caras. Lucas se vistió y le dio a ella su ropa interior y la falda. Quiso abrazarla, le pidió mil veces perdón. Pero ella levantó un muro entre ellos.

      La carretera hasta la plaza del ayuntamiento se les hizo larguísima y por más que Lucas le hablaba, ella iba como un fantasma mudo y ciego.

      —Por favor Reme, perdóname. Di algo. Yo nunca hubiese querido… Lo siento. Lo siento tanto.

      Pero ella iba muda, sin mirarlo y ya no le habló jamás.

      Y cuando llegaron al pueblo, ni le dijo adiós, pero era un adiós para siempre con respecto a lo que a ella le concernía.

      Lo dejo allí plantado y subió a su casa que estaba en la parte alta del pueblo. Se fue sin derramar una lágrima y ya nunca volvió a verla más.

      Cuando Reme llegó a su casa, se bañó en silencio para que sus padres no la oyeran y se lavó bien. Se metió en la cama y entonces, sí que lloró.

      Lloró un mar de lágrimas por lo que había perdido, que para ella era muy importante. Tenía un miedo horrible y el cuerpo le temblaba.

      Por su parte Lucas, se quedó cerca del cuartel, en la oscuridad y también lloró. Lloraba poco, pero esa noche lloró un buen rato, como un niño que había hecho algo malo a su mejor amiga. Y no podría perdonarse jamás.

      Jamás podía perdonarse haberle quitado su virginidad de esa forma, y menos a ella, conociéndola como la conocía.

      Era una niña dura, pero bajo esa coraza, él la conocía como nadie y sabía que eso era muy duro para ella y muy importante y él la había destrozado sin querer.

      Y al ver que no le hablaba, sabía que se iría y ya no le quedaría de ella lo que le debería haber quedado, dulces recuerdos, sino que le quedaría una maldita noche que nunca


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