Familias en la modernidad: una mirada desde Villavicencio. Milcíades Vizcaíno Gutiérrez

Familias en la modernidad: una mirada desde Villavicencio - Milcíades Vizcaíno Gutiérrez


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y libre de sospechas por parte de los demás, es decir, evitar el estigma que pueda interponerse en una relación social (Goffman, 1968).

      Desde el punto de vista de la apertura de las relaciones sociales, se pueden distinguir dos tipos: unas son las relaciones “ancladas” o “fijadas”, y otras son las relaciones “anónimas”. Las primeras identifican a los actores en forma personal o “cara a cara”, por cuanto han establecido en el pasado un marco de conocimiento mutuo que retiene, organiza y aplica experiencias que unos conservan respecto de otros. En caso de desactualizarse la relación y de reducir la frecuencia de actuación intersubjetiva, no es posible regresar a un cero de conocimiento o de antecedentes que implique dejar en tábula rasa el conocimiento previo. Más bien, será conservada esa relación en los archivos de las biografías personales, de tal manera que, en alguna circunstancia, puedan actualizarse los registros personales cuando se requiera reavivar la relación social.

      Las segundas, las relaciones “anónimas”, se encuentran organizadas conforme a la identidad social, lo que equivale a decir que son reconocidas por su función y que esta es la que permite evocar su presencia. La relación personal, directa, cara a cara, se esconde detrás de rasgos sociales que diferencian funciones dentro de la familia. La movilidad de funciones dentro de la familia, así como de los sujetos de esas funciones, es testigo excepcional de la historia familiar a lo largo del tiempo. Esta historia puede representarse caso a caso por genogramas que hacen visibles procesos en el tiempo. Uno de los subproductos está constituido por el análisis de esos genogramas con sus redes de relación dinámica.

      Las referencias a las representaciones colectivas de Émile Durkheim, a las de Moscovici y al constructivismo social han puesto algunas bases de la orientación teórica del proyecto de investigación. El compromiso consiste en avanzar e incorporar los imaginarios en el corazón del proyecto. En este orden de ideas, se toman como fuentes algunos planteamientos de Cornelius Castoriadis. La referencia básica que se tiene al frente es La institución imaginaria de la sociedad, publicado inicialmente en 1975 (Castoriadis, 1985). Esta obra fue el germen de desarrollos posteriores durante los siguientes 25 años. Todo este recorrido tiene sentido por el propósito de buscar la convergencia en la construcción de categorías asociadas, como se planteó arriba, a sistemas de creencias, representaciones, conocimiento social, prácticas y lenguajes cotidianos.

      En un paneo rápido se presentan ideas básicas que constituyen la estructura del pensamiento. Castoriadis introduce el término de “imaginarios”. Su uso ha sido trasladado a escenarios que lo hacen equivalente a “mentalidad”, “conciencia colectiva” o “ideología” o, incluso, para referirse a “representaciones sociales”. Su valor se encuentra en el potencial que tiene el concepto para lograr inteligibilidad de fenómenos sociales e históricos colectivamente construidos. Dos aspectos centrales se derivan de esta postura. Por un lado, se trata de una construcción en cuanto seres humanos en relación mutua de un producto sui géneris, debido a que no es posible su homologación con productos de otros entes. Por el otro, el imaginario se refiere a un mundo singular que tiene características únicas en una sociedad dada.

      Dos consecuencias prácticas se deducen inmediatamente de las consideraciones anteriores. Una derivación consiste en que los imaginarios construidos en la microsociedad, tienen el poder de regular el decir y de orientar la acción de quienes hacen parte de esa microsociedad. La otra consecuencia es que los imaginarios tienen la potencialidad de determinar maneras de sentir, de desear y de pensar cuanto ocurra en esta microsociedad. Para el proyecto, la familia constituye ese escenario en que los actuantes se desempeñan como sujetos en relación.

      Un aporte específico de Castoriadis en relación con la sociedad y con la institución familiar es precisamente la personificación de los imaginarios. En sus palabras: “[…] concretamente, la sociedad no es más que una mediación de encarnación y de incorporación, fragmentaria y complementaria, de su institución y de sus significaciones imaginarias, por los individuos vivos, que hablan y se mueven” (Castoriadis, 1988, p. 1). La familia es el terreno en el cual las significaciones ocurren como creación propia y como mediación de la gran sociedad. En términos de Berger y Luckmann, podríamos considerar a la familia específica, particular, singular, no como género ni como abstracción, sino como una “institución intermedia” (Berger y Luckmann, 1997).

      La imaginación constituye una creación humana indeterminada que evoca cambio, movimiento y dinámica. De ahí el elemento definitorio, esencial al concepto, de historicidad que supone continuidades, pero también discontinuidades graduales o radicales, con motivaciones explícitas o implícitas. El resultado es que las sociedades construyen sus propios imaginarios: instituciones, leyes, tradiciones, creencias y comportamientos.

      Castoriadis precisa sus conceptos básicos. La institución es tal, porque ha pasado por procesos que la llevan a ser “instituida”, lo que significa que no es un fenómeno “natural”, sino producto de la acción humana con intencionalidad en cuya inteligibilidad intervienen, más que causas, razones o motivos. Nuevamente aparece la referencia a los motivos porque y a los motivos para que evocan a Alfred Schütz (1964).

      El “imaginario” significa un fenómeno del espíritu, aunque no necesariamente racional o no exclusivamente racional. La razón es que ese imaginario puede referirse a aspectos intangibles, internos o externos, afectos, valores, sentimientos, disposiciones, actitudes, no solo individuales, sino sociales, en el sentido de que el imaginario social presenta significaciones y valores a la psique, y a los individuos, los medios para usarlos en la comunicación con sus congéneres en espacios determinados. Así funciona el imaginario; no, a la inversa.

      Una conclusión de los planteamientos anteriores, para Castoriadis, es que el imaginario es anterior a lo simbólico. Su producto, que son las significaciones, no está “ahí”, por fuera de los sujetos e independientes de ellos, sino que son parte de su yo social, de su personalidad social y de la sociedad y de las historias colectivas. Son, en sentido hegeliano, espíritu objetivo. El imaginario social de Castoriadis, como expresión de manifestaciones sociales e históricas, pone en primer plano aspectos que fueron pasados por alto, desde Durkheim hasta Lévi-Strauss, por haber puesto el acento de manera determinante sobre lo simbólico. Castoriadis restablece la función positiva y constructiva que tiene la imaginación desde la tradición aristotélica y kantiana en el terreno epistemológico y en los estudios históricos de Jean Batista Vico y los románticos. Su crítica, en el terreno teórico, tiene un blanco: la exclusiva perspectiva racional y, por esta vía, el principio de determinación, ya que entiende la realidad humana como algo no completamente determinado, en la medida en que se juega entre lo racional y lo imaginario.

      Las definiciones tradicionales de familia ya no empatan con la diversidad de las formas que ella presenta en la actualidad (Beck-Gernsheim, 2003b). De una forma predominante como familia nuclear, las sociedades han experimentado alternativas emergentes que buscan espacio en los neologismos, con sus connotaciones y denotaciones para referirse a realidades que se abren camino en los repertorios de la vida social familiar. El mismo concepto de familia no está cargado con los mismos referentes que en décadas anteriores, tampoco el de matrimonio, ni el de la pareja, ni el de novio, ni el de compañero, soltero o casado. La terminología lleva una carga conceptual incierta y resbaladiza que se mueve entre significaciones variables cargadas de ambigüedad sin control.

      Algunos conceptos asociados a los anteriores son, igualmente, presa fácil de la extensión de referentes. Entre ellos, por ejemplo, se encuentra el de estabilidad: ¿qué es una familia o una pareja estable?, ¿significa “unión para toda la vida”, “hasta que la pareja decida”, “hasta que el amor resista” o está asociada solo al “vivir juntos”?, ¿qué contenido de significación encarna?, ¿puede asociarse con pareja con convivencia o sin ella, con paternidad o con maternidad?, ¿igual consideración se puede tener con el vocablo fidelidad?, ¿cuál es el contenido del concepto y cuáles son las apelaciones que evoca? La experiencia terminológica muestra significados no controlados por consensos, sino, más bien, dispersos por los disensos.

      Cuando la familia está relacionada con el concepto


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