Familias en la modernidad: una mirada desde Villavicencio. Milcíades Vizcaíno Gutiérrez

Familias en la modernidad: una mirada desde Villavicencio - Milcíades Vizcaíno Gutiérrez


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institución que hace cuarenta años se encontraba, según algunos analistas, en su fase de extinción como organización tradicional, en décadas recientes ha ganado protagonismo y ha dado la razón a quienes preveían una “familia posfamiliar” (Beck y Beck-Gernsheim, 2003b; Beck-Gernsheim, 2003b) y como una previsión “[…] después de la familia, la familia” (Del Valle, 2004)1. En algunos países se sintió el desánimo, incluso, de avanzar en la formación de una especialidad disciplinaria como la “sociología de la familia”, por encontrarse con indicadores de su debilidad (Iglesias y Flaquer, 1993), después de seguir con ahínco la tradición europea y norteamericana (Fromm et al., 1998, Gurvitch y Moore, 1970; Odum, 1959).

      Solo la familia reemplazaría a una institución que reunía funciones diversas y estaba llamada a servir de soporte social y cultural a las sociedades. Obviamente, la fase emergente no sería igual a la anterior, debido a que aparecerían elementos nuevos que marcarían la diferencia. No solo los hechos empíricos se presentarían como indicadores sólidos, sino que se requerirían teorías con un poder explicativo innovador. Nuevas dimensiones serían objeto de exploración en una mirada siempre abierta y expectante de los hallazgos que sobrevendrían en el paso a una multitud de formas de amar, de vivir y de relacionarse los seres humanos.

      Entretanto, una evidencia se abría camino sin regreso: un investigador aislado en su propia búsqueda se encontraba muy pronto con los límites de su propia incapacidad; requería de los “otros” para confrontar el paso a paso de su trabajo de descubrimiento. Pero no solamente servían los demás para corroborar la validez de las pesquisas, sino que ellos se constituían en el núcleo decisorio sobre dicha validez. La dinámica mostraba que las relaciones intersubjetivas se constituían en la base sobre la cual se construía el conocimiento en pequeños grupos, en “comunidades académicas” que se convertirían en “científicas” si los hallazgos demostraban suficiente solidez y fuerza como para sostener alternativas de conocimiento innovador. Al menos en la perspectiva, ese era el camino y el horizonte de la acción que alimentaba los actos de descubrimiento, si usamos la distinción de Alfred Schütz (Schütz, 1974).

      Franquear los límites de una institución para pasar a terrenos de la intersección se ha convertido en un objetivo estratégico cada vez más razonable en el mundo académico; de esa manera, se supera el aislamiento y la insularidad en un mundo con mayores conexiones disponibles para el establecimiento de redes.

      Es un lugar común reconocer que la familia constituye una de las estructuras básicas de la sociedad. Sin esta, los seres humanos no tendríamos medios de subsistencia ni podríamos constituirnos en seres humanos relacionados con los congéneres; sin esta, la vida cultural sería imposible y los bienes económicos no serían accesibles ni la proyección política encontraría canales de expresión; sin esta, el pan y el afecto no estarían a la mano para satisfacer necesidades inaplazables. La familia se hace indispensable en sus actos cotidianos por formar parte de la experiencia inmediata de nacer y vivir con otros seres humanos.

      El reconocimiento de que la familia hace parte de la vida cotidiana se fundamenta en que las sociedades descargan atribuciones construidas sobre el papel esperado de esta organización. Muchos cambios se han producido en sus estructuras y en sus funciones a lo largo del tiempo, y también en los diversos escenarios sociales y culturales de la historia humana. A pesar de estos, la familia reclama ser considerada un espacio de relaciones sociales que desarrolla en su interior esquemas de inteligibilidad y escenarios de posibilidad desde los cuales cobran sentido las acciones de sus integrantes y las pautas que dirigen esas actuaciones.

      Tales relaciones sociales se cumplen en un escenario de informalidad, de doxa, de sentido común, en el cual se construyen y deconstruyen códigos del universo simbólico, que, a su vez, actúan como canalizadores de “contratos” de interacción con normas plasmadas en acuerdos implícitos y en convenciones aprobadas por las partes, hasta plasmarlos en normas de conducta socialmente reconocidas. Las rutinas del día a día cimentan esas normas erigidas ahora en pautas de comportamiento para el colectivo social.

      Un aspecto que se debe subrayar, por el sentido que tiene en este documento, es que la fuerza de los acuerdos y sus implicaciones para la vida en común dependen de las significaciones imaginarias construidas en sus múltiples relaciones de intercambio por quienes tienen participación activa o pasiva. Dar o recibir, actuar o acogerse a la actuación de otros convierten las normas en derivadas funcionales de un universo o magma de significaciones imaginarias sociales desde las cuales los integrantes estructuran sus formas de decir, representar y hacer la institución que les sirve de cobijo y amparo. La familia es imaginada por los sujetos en una relación colectiva, y esos imaginarios fundamentan lo que se dice y lo que se hace a nombre de la institución familiar. El escenario en el cual estas operaciones funcionan es el de la cotidianidad.

      Los lenguajes, signos e imágenes se constituyen en medios a través de los cuales los seres humanos proyectan el sentido social y cultural que ellos imprimen como actores. Ese sentido social y cultural es, precisamente, el imaginario como producción del grupo familiar en su contexto inmediato y mediato. Las personas están convocadas a que actúen en obediencia a esos imaginarios, y a que modelen su biografía a las condiciones en que ha sido socialmente construida.

      La propuesta sugiere ir a esos imaginarios y explorar los sentidos sociales y culturales que otorgan a sus respectivas familias. La reconstrucción y deconstrucción representan, para los investigadores, un horizonte de búsqueda mediante un aparato teórico fuerte que da cuenta de las significaciones producidas y del papel que estas tienen en la conducción de la vida social.

      Un proyecto de investigación que cuente con un aparato teórico sólido asegura que la búsqueda se encamina a alcanzar los objetivos con los medios adecuados. Así no constituya una práctica universal e ineludible en la búsqueda científica, la construcción de un marco teórico no solo es condición sine qua non de la investigación, sino el fundamento posible de su orientación racional. No todos los investigadores aconsejan ni, menos aún, parten de una teoría consolidada en sus trabajos; más bien, prefieren llegar a esta como parte de sus procesos de búsqueda. En este caso, se ha decidido poner un marco teórico como condición previa al trabajo de campo para incorporarlo a la búsqueda de objetivos. Dicha construcción hace un barrido por los grandes aportes realizados desde las ciencias sociales, especialmente desde la sociología, la filosofía y la psicología. El interés se ha centrado en un foco específico: en la cotidianidad se construyen sistemas de creencias, imaginarios, representaciones, sentido común, lenguaje y comunicación, que se expresan en conocimiento elaborado, el cual tiene influencias sobre la comprensión, la orientación y el sentido de realidad que se otorga a la familia como instancia colectiva.

      La familia ha sido estudiada desde diversos enfoques, paradigmas, escuelas de pensamiento, métodos y estrategias de investigación (White y Klein, 2008). Las diversas propuestas han presentado supuestos organizados en familias teóricas o marcos referenciales. Como todo trabajo académico, las construcciones se han realizado sobre los hombros de quienes han precedido en el campo de las disciplinas o de los campos de conocimiento. Entre ellos hay un consenso en referirse al marco funcionalista, intercambio social y elección racional, interaccionismo simbólico, desarrollo del curso de la vida familiar, enfoque de sistemas, teorías del conflicto, marco feminista y posestructuralista, enfoque bioecológico y estado de la teoría y del futuro sobre la familia. Cada uno de estos enfoques puede mostrar sus tradiciones intelectuales, conceptos, proposiciones, supuestos, aplicaciones empíricas, implicaciones para la intervención, críticas y discusión y los aportes teóricos específicos. Desde el plano conceptual y teórico, los estudios han arrojado conclusiones diversas que han enriquecido la comprensión que hoy tenemos sobre esta institución social.

      Se propone abrir un camino relativamente nuevo en el panorama de la investigación en ciencias sociales que consiste en el análisis de imaginarios y categorías vecinas. Esta decisión obliga a remitirse a los clásicos que han abierto brecha y que han cimentado un camino que ahora podemos utilizar para el trabajo de investigación. Si algún aspecto hay que reivindicar para defensores y para opositores de la familia, y que constituye un elemento común


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