Protocolo para la organización de actos oficiales y empresariales.. Juan de Dios Orozco López
para romper las reglas, antes hay que conocerlas. De lo contrario, ni siquiera se tendrá la certeza de si realmente se rompe con algo. El desconocimiento de lo que se debe o puede hacer en un momento determinado, impide tener conciencia plena del alcance de nuestras acciones profesionales o personales. Conociendo cómo actuar se sabrá qué hacer, permitiéndonos evaluar la trascendencia y las consecuencias de nuestra supuesta actuación rompedora.
Actuar a ciegas no es propio del que se dedica al protocolo. Así que la información y la formación se declaran como un factor decisivo para actuar, con criterio, de forma profesional.
Hablaremos más delante de las rupturas del protocolo reales que se producen, bien por ignorancia de las reglas o conscientemente, con una finalidad comunicativa. Hay otras rupturas de protocolo que son ficticias o simplemente son inventadas para conseguir titulares por parte de la prensa.
Baltasar Gracián tenía mucha razón cuando afirmaba: “El primer paso de la ignorancia es presumir de saber, y muchos sabrían si no pensasen que saben”.
4. ¿Para qué sirve el protocolo?
En apartados anteriores he afirmado que el protocolo ha tenido diferentes funciones. Llega ahora el momento de justificar la práctica protocolaria en nuestros días y de dotar de contenido actualizado al protocolo.
Algunas de las misiones del protocolo en la historia de la humanidad podrían resumirse en:
Evitar conductas consideradas inapropiadas.
Proporcionar seguridad a quienes imponen la norma protocolaria.
Cohesionar a un grupo social, premiando determinados valores y castigando conductas no deseadas.
Elaborar procedimientos que la tradición ha validado.
Sin olvidar el sentido y el valor que históricamente se ha dado al protocolo, es necesario añadir otra función ineludible en una sociedad que cada día demanda más información y conocimiento. Me refiero a la comunicación, para la que la organización de actos se ha convertido en otra herramienta más que traslada a los diferentes públicos mensajes muy elaborados que tienen por finalidad influenciar o persuadir.
4.1. Protocolo en sociedades democráticas
En las sociedades avanzadas democráticamente, los límites que establecen las normas oficiales son suficientemente amplios y, tanto en la práctica organizativa como en la forma de relacionarnos con los demás, debemos considerar con flexibilidad la demarcación del protocolo.
En este tipo de sociedades, la inmensa mayoría respeta la ley por convencimiento. En ellas, el protocolo social es puesto en práctica para integrar a las personas en lugar de rechazarlas. El protocolo sirve para acercar, en lugar de alejar.
El protocolo oficial, por otro lado, se basa en normas democráticamente sancionadas y, de forma explícita, se dispone que quien más votos obtiene en las urnas es quien goza del privilegio de ocupar puestos preferentes. Los cargos elegidos en las urnas preceden a los cargos designados estableciendo, aunque a veces se afirme lo contrario, una verdadera jerarquía que ha sido determinada por la voluntad popular. El protocolo oficial, entonces, tiene como finalidad la de escenificar la responsabilidad ganada lícitamente en las urnas. Así, la posesión de un título nobiliario ya no es razón suficiente para disponer de lugar preferente en los actos oficiales, como ocurriera en otros tiempos en España, por ejemplo.
Del mismo modo, en el ámbito del protocolo social y en sociedades avanzadas, es el logro personal el que da acceso a determinados círculos sociales y no la pertenencia a una familia o grupo de poder concreto. Es aquí donde el protocolo social se convierte en verdadera herramienta de acercamiento entre personas, ayudándolas a sentirse cómodas y a ofrecer comodidad a los demás. El protocolo social no es norma impuesta como lo pueda ser la que determina el protocolo oficial, sino que es la persona la que goza de la libertad de elegir su modo de actuar y, como consecuencia, la libre elección del círculo social en el que quiere integrarse.
A la vista de lo anterior, la norma protocolaria democrática coloca a cada cual donde le corresponde, de acuerdo con la voluntad popular, el logro social o la propia intención. Con los argumentos anteriores se pueden revocar las afirmaciones de algunos políticos que, desconociendo el alcance, la validez y la vigencia de la actuación protocolaria en el ámbito oficial, se permiten afirmar “yo soy poco protocolario”, ignorando que están afirmando que ellos son poco democráticos o muy maleducados, según se refieran a protocolo para la organización de actos o al protocolo social.
El protocolo oficial democrático tiene por objeto acercar las instituciones oficiales y de gobierno a la sociedad con transparencia, rigor y afán comunicativo y de servicio.
El protocolo social en sociedades avanzadas tiene por objeto integrar a las personas y facilitar la socialización de las mismas, provocando su unión y proximidad, además de ofrecer la posibilidad de compartir valores.
4.2. Protocolo en sociedades dictatoriales
Por el contrario, en sociedades dictatoriales, en las que el estado ejerce una alta presión y mantiene bajo un férreo control las estructuras de poder y las sociales, el protocolo es rígido y se constituye por sí mismo en herramienta de represión y de manifestación explícita del poder y dominio de quienes detentan y ocupan los más altos niveles de riqueza y de decisión. El grado de indulgencia o el nivel de coacción que la oligarquía ejerce afecta también a la organización de sus actos oficiales y a la manera en la que los integrantes de estas sociedades se relacionan.
El protocolo oficial se convierte, en las sociedades de libertad limitada, en la herramienta que sirve para recordar al pueblo quiénes son los que llevan las riendas del destino de la nación. Es el protocolo, en estas sociedades, un elemento más de la maquinaria de represión, en el que normalmente se pone de manifiesto la megalomanía de sus responsables. En los actos públicos se hace especial énfasis en el poder de los altos jerarcas, colocándolos a veces en lugares reservados o que les identifiquen como verdaderos dioses omnipotentes.
El protocolo oficial que se pone en práctica en sociedades dictatoriales tiene una finalidad propagandística, aspira a actuar de elemento represor y pone de manifiesto el poder de unos pocos sobre la mayoría de la sociedad.
En la misma línea que el protocolo oficial, se utiliza el protocolo social, que exige el conocimiento de determinados modales, no ya para incluir, sino para excluir a determinadas personas de círculos privilegiados desde los que se pretende detentar, ostentar y conservar el poder a toda costa.
El protocolo social se transforma, en este caso, en un escudo con el que se resguardan determinados privilegios, aunque no se tenga derecho a ellos ni se haya aportado valor a la sociedad. En este tipo de sociedades, tanto el protocolo social como el oficial propugnan la separación, el establecimiento y la compartimentación de clases sociales, delimitándolas, distanciándolas y procurando su impermeabilidad.
4.3. La finalidad del protocolo
A la vista de lo anterior, es fácil afirmar que el protocolo es una potente herramienta para crear, mantener y reforzar relaciones institucionales y sociales, entre otras circunstancias.
La puesta en práctica de la técnica y el conocimiento de la norma protocolaria en la organización de actos contribuye a la visibilidad de representantes políticos, instituciones, empresas y personas explicitando la calidad y cualidad personal y la institucional.
Generar percepciones –más aún si se acercan a la realidad– es necesario para generar credibilidad. Por eso, cabe afirmar que no solo es necesario ser sino también parecer. La rectitud moral exigible a los responsables públicos