Breve historia del cuento mexicano. Luis Leal

Breve historia del cuento mexicano - Luis Leal


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Cuentos siglo xix, pp. 161-169.

      Crítica: González Peña, pp. 187-188; Pimentel, Novelistas, pp. 325-332; Alejandro Villaseñor y Villaseñor, introd. a las Obras de don… (México, 1902), pp. v-xxii; Brushwood, pp. 23-25 y 64-65; Warner, pp. 20-21.

      Juan Díaz Covarrubias (Jalapa, 1837-1859), durante su corta vida, pudo escribir varios cuentos y algunas novelas, en su mayoría de tema amoroso, algunas veces de fondo histórico costumbrista. Impresiones y sentimientos (1857) es una colección de artículos y cuentos. El método favorito del autor, en esta obra, es el de empezar por una moralización y luego concluir con una pequeña historieta que ilustre el efecto que se critica. El diablo en México (1858), tal vez su mejor obra, es un idilio entre Enrique y Elena; pero este amor es truncado por prosaicos enlaces de conveniencia. La sensitiva (1859), en fin, es más que un cuento, un boceto de novela, en la cual el autor desarrolla la simple historia de Luisa, a quien su prometido, al volver por ella, arrepentido de haberla abandonado, la encuentra en trance de muerte. En general, los temas de las novelas y los cuentos de Díaz Covarrubias giran en torno a los conflictos entre las clases sociales: los aristócratas, ricos pero pervertidos; la clase media, virtuosa pero sin esperanza alguna, y el pueblo, trabajador pero olvidado; predomina en ellas la nota sentimental y la idealización romántica de los personajes.

      Lecturas: La sensitiva.

      Crítica: Pedro Frank de Andrea, prólogo a El diablo en México (México, 1955), pp. vii-xv; amplia bibliog., pp. 1-3.

      Durante la época colonial hubo espíritus humanitarios que vieron al indio con simpatía y trataron de protegerlo. Mencionemos, entre otros, a Motolinía, Las Casas, De Sahagún, Vasco de Quiroga. Un poco más tarde Palafox y Mendoza llegó al punto de escribir un tratado sobre las virtudes del indio. Lo mismo hizo Clavijero, quien, en su empeño por defender al indio contra los ataques de los escritores extranjeros, lo pinta un tanto idealizado. Su influjo, así como el de Rousseau Chateaubriand, se dejó sentir a principios del siglo xix en las obras de ficción, en las que se presenta la vida primitiva del indio como superior a la civilizada europea. La primera novela indianista es la anónima Jicoténcal (Filadelfia, 1826), historia de los amores entre Teutila y Xicoténcatl, general tlaxcalteca. Antes de esto fray Servando ya había traducido la Atala de Chateaubriand, y un poco más tarde declara que los indios “son tan buenos como los españoles”. Sin embargo, en la literatura el indianismo es una copia de la estética europea, el aborigen en la obra de arte es una simple decoración; no se trata allí de mejorar su estado de pobreza y de miseria.

      Consultar

      Concha Meléndez, La novela indianista en Hispanoamérica (Madrid, 1933).

      Autores

      José María Lafragua (1813-1875) nació en Puebla; muy joven comenzó a ejercer la carrera de abogado y a participar en la política, siempre en el partido liberal. Desempeñó la cartera de Relaciones Exteriores bajo Comonfort, Juárez y Lerdo de Tejada. Durante su juventud escribió poesía y editó en Puebla la revista El Ensayo Literario (1838) y en México El Apuntador (1841) –la mejor revista teatral de la época– y El Ateneo Mexicano (1844). Publicó cuentos en el Año Nuevo de 1837 y en el segundo volumen de El Mosaico (1837), y colaboró en el Seminario de las Señoritas Mexicanas (1841-1842).

      En el cuento mexicano la primera manifestación indianista es la novelita poemática Netzula (suscrita el 27 de diciembre de 1832), en la cual Lafragua trata, de una manera idealizada, de los amores de la joven india Netzula –la prometida de Oxfeler– por un desconocido, con quien no se casa por saber que la unión no es legal. Más tarde Netzula encuentra a Oxfeler moribundo en un campo de batalla donde los cañones de los españoles han hecho destrozos en las filas de los defensores. En esta novelita los personajes, aunque idealizados, son indios, y el ambiente es mexicano.

      Lecturas: Netzula, en Novelas cortas, tomo i, “Biblioteca de Autores Mexicanos”, vol. 33, pp. 265-306.

      Crítica: Warner, p. 11.

      Crescencio Carrillo y Ancona (1837-1897) nació en Izamal, Yucatán, estudió filosofía y humanidades en San Ildefonso, se ordenó de presbítero en 1860, y llegó a ser obispo de Yucatán (1888). Aunque más conocido como historiador, cultivó también el cuento y la leyenda. Su Historia de Welina (1862) es una leyenda yucateca en la que se presenta el problema de la dualidad del alma mestiza; es, al mismo tiempo, una apología de los misioneros de la Conquista.

      Lecturas: Historia de Welina.

      Crítica: Enc. Yuc., v, pp. 643-645; Iguíniz, pp. 60-63.

      Consultar

      Jefferson R. Spell, “The Costumbrista Movement in Mexico”, en pmla, vol. 50 (1935), pp. 290-315. Hay traducción española por Juan Manrique de Lara, en Universidad, v (1938), núms. 26 y 27; Jiménez Rueda, Letras mexicanas, pp. 101-114.

      Autores

      Guillermo Prieto (ciudad de México, 1818-1897), recordado por su poesía popular y por su sabrosa autobiografía, es menos conocido como autor de prosa costumbrista. Esto es debido, en parte, a que sus cuentos y cuadros de costumbres se encuentran dispersos en las revistas y los periódicos de su época. Prieto es, sin embargo, el introductor de esta modalidad en la literatura mexicana. En sus Memorias (i, 72) nos dice: “Yo, sin antecedente alguno, publicaba con el seudónimo de Don Benedetto, mis primeros cuadros, y al ver que Mesonero quería describir un Madrid antiguo y moderno, yo quise hacer lo mismo, alentado en mi empresa por Ramírez, mi inseparable compañero”. Nos daremos una idea de lo bien que Prieto se adaptó al género mencionando que sólo en un periódico, El Siglo xix, publicó 194 cuadros de costumbres. Además, encontramos en el mismo periódico algunas selecciones que, según ha observado McLean,

      muestran una marcada tendencia hacia el cuento corto moderno. Como regla general, éstas apenas pueden calificarse siquiera de pésimos ejemplos de este género, pues adolecen de falta de unidad, el punto de vista fluctúa de un personaje a otro, y abundan los episodios extraños al desarrollo de la trama. Sin embargo, hay que mencionarlas en una clase aparte del típico cuadro de costumbres porque en ellas no es siempre la descripción el motivo predominante: muchas veces se subordina la parte descriptiva a la narración, y la escena de la acción vaga de un lugar a otro por toda la República. Artículos de este género son Un estudiante, trozo sumamente romántico; una versión de la leyenda del descubrimiento del pulque, interpolada en sus Apuntes de Fidel... Manuelita, cuento lúgubre de horror con todas las características de una novela gótica; y sus Recuerdos de Carnaval, publicados el 27 de febrero de 1852. Este último sobresale por su interés sostenido, con elementos románticos de amor, aventuras, honor e intriga, todos mezclados hasta el punto que el lector se olvida de que es un tal “Licenciado” y no el costumbrista quien relata el cuento.

      Antes de colaborar en El Siglo xix, Prieto ya había publicado varios cuentos, leyendas y cuadros populares en El Museo Mexicano, La


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