Breve historia del cuento mexicano. Luis Leal
cabeza del cual hay que poner a Fernández de Lizardi; mas no es él el único; allí están Barquera, el Payo del Rosario, fray Servando y tantos otros. El cuento, sin embargo, todavía no se cultiva como género independiente. Pero ya encontramos sus gérmenes en las gacetas, en los folletos y en las novelas de Lizardi.
Autores
José Miguel Guridi y Alcocer (1763-1828), tlaxcalteco, doctor en teología y cánones, cura del Sagrario Metropolitano, miembro del Congreso Constituyente y literato preeminente durante los últimos años de la Colonia y primeros del México independiente, nos interesa por sus Apuntes, libro de transición entre los escritores del siglo xviii y los de la época de la Independencia. En algunas de sus páginas autobiográficas a lo Rousseau ya se vislumbran las aventuras picarescas del Periquillo; también encontramos allí los gérmenes del cuadro de costumbres.
Lecturas: “Dos lances raros”, en Antología del Centenario, ii, pp. 554-556.
Crítica: Antología del Centenario, i, pp. cxcvi-cic; ii, pp. 545-549; amplia bibliografía en las pp. 547-548.
Fray Servando Teresa de Mier (1763-1827) cuenta sus aventuras a través de Europa en sus Memorias, que más que autobiografía parece una novela picaresca, salpicada con interesantes y amenas anécdotas, contadas con gran gusto, en estilo animado y zumbón.
Lecturas: “Todo es mondongo”, en Memorias (México, 1946), ii, pp. 191-192.
Crítica: pról. de A. Castro Leal a su ed. de las Memorias (México, 1946); amplios datos bio. y biblio. i, xi-xix.
José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) es, literariamente hablando, el hijo de la Constitución de Cádiz. Inmediatamente después de haberse promulgado este documento aparece en México el periódico El Pensador Mexicano, cuyo nombre toma como seudónimo. De allí en adelante su producción es extraordinaria. En 1814 comienza a ensayar el cuento y la narración, publicando su miscelánea periodística “Alacena de frioleras”. Algunos de sus cuentos, como “La visita a la condesa de la Unión”, son en realidad revistas políticas. Otros, como aquellos que encontramos en sus novelas, son cuadros costumbristas, tipo de literatura en el que Lizardi se superaba.
En El Periquillo Sarniento (1816) encontramos tres cuentos bien definidos: el de don Antonio, el del Payo y el del Negrito. El primero recuerda la manera de Cervantes; el segundo es de interés por el uso que en él hace Lizardi del hablar macarrónico característico de los indios; el cuento del Negrito es un incidente que ocurre mientras Periquillo se encuentra en las Filipinas. Nada tiene que ver con la trama de la novela, y es tal vez el primer cuento –en el sentido moderno de la palabra– en la literatura mexicana. El cuento tiene unidad (trata de un simple incidente) y los personajes están muy bien pintados, especialmente el del Negrito. Volviendo al cuento del Payo, encontramos en él los orígenes de la tendencia que se ha venido a desarrollar en nuestros días: adaptar el cuento al estilo americano. El personaje del cuento de Lizardi, los incidentes, el lenguaje y el ambiente son mexicanos. Aquí el autor se adelanta a su época en la interpretación de la vida americana.
Además de la novela corta Noches tristes –anticipo del romanticismo mexicano– encontramos en La Quijotita y su prima, algunos cuentos como el de la Chata y don Ciriaco, el de Carlota y Welter (que casi es una novela corta) el de Irene, el de la viuda y el del pobre hombre llamado Blas. En los innumerables folletos que Lizardi publicó desde 1812, sin duda existen algunos cuentos, cuyo estudio está por realizarse.
Fernández de Lizardi, creador de la novela mexicana, también puede ser considerado el iniciador del cuento de costumbres, género que tanta importancia había de obtener durante la segunda mitad del siglo xix. “Consideramos a Fernández de Lizardi –apuntó Rojas González– como el primer y verdadero cuentista mexicano en el tiempo... He dicho cuentista y no novelista, porque solamente me atañe esta vez observarlo como autor de pequeñas historias, género en el que lo encuentro maestro.” Y también: “Pero en donde encuentro al Pensador Mexicano como un excelente cuentista es en aquellas narraciones que intercala al margen de sus novelas”. Juicios con los que estamos de acuerdo, pues vienen a confirmar nuestra apreciación del Pensador como cuentista.
Lecturas: “Duelo entre un comerciante negro y un oficial inglés”, en Castillo, pp. 135-137, “Aventura de un locero”, en Cuentos de autores exclusivamente mexicanos, núm. 1, pp. 106-118. “La visita a la condesa de la Unión”, Ant. del Cent., i, 272-279.
Crítica: José Joaquín Fernández de Lizardi, Diálogos sobre cosas de su tiempo sacados del olvido por L. González Obregón (México, 1918); J. R. Spell, “Dos manuscritos inéditos de ‘El Pensador Mexicano’”, en Rev. Iberoam., xiii (1947), pp. 53-66 (uno de los dos MSS, intitulado “Señor Diarista: vaya ese envueltito para su periódico”, es un verdadero cuento dialogado); Luis González Obregón, Novelistas mexicanos: Don José Fernández de Lizardi (México, 1938); Monterde, Cultura, pp. 119-127; Rojas González, “El cuento mexicano”; J. R. Spell, The Life and Works of José Joaquín Fernández de Lizardi (Filadelfia, 1931); Warner, pp. 4-10.
Resumen
Los escritores de esta época, entre otros Guridi y Alcocer, el Dr. Mier, Lizardi y Bustamante, tienden el andamiaje sobre el cual ha de levantarse el cuento mexicano del siglo xix anterior al modernismo. En sus obras, sobre todo en las de Lizardi, triunfa lo mexicano sobre lo europeo, la vida sobre el razonamiento, lo emotivo sobre lo intelectual. Aunque Lizardi y sus contemporáneos no se proponían escribir cuentos, no les fue posible evitar el cubrir sus cuartillas con ellos; tendencia que han de seguir Prieto, Payno, Cuéllar y los demás costumbristas.
Consultar
Agustín Agüeros de la Portilla, “El periodismo en México durante la dominación española”, en los Anales del Museo Nacional, 3ª serie, ii (1910), pp. 355-465; Coester, The Literary History, cap. iii; Salvador Cordero, La literatura durante la Guerra de Independencia (México, 1920), 43 pp.; E. Gómez Haro, “Historia del diarismo en México desde la aparición del primer diario el año de 1805 hasta nuestros días”, en Arte Gráfico, México, iv, núm. 90 (1 de enero, 1923) y núm. 99 (15 de mayo, 1923); González Peña, 3ª parte., caps. i-iii; Hespelt, Outline, sec. B, pp. 28-43; Jiménez Rueda, Historia, caps. viii-xii; Luis G. Urbina, La literatura mexicana durante la Guerra de Independencia (Madrid, 1917); tamb. en la Antología del Centenario, i, pp. i-ccxlv; biblio., pp. ccxlvi-clvi; veáse tamb. el apéndice al tomo ii, por Pedro Henríquez Ureña; Rojas González, “El cuento mexicano”; M. Ochoa Campos, Juan Ignacio María de Castorena Ursúa y Goyeneche (1668-1733) (México, 1944); Iguíñiz, La imprenta en la Nueva España (México, 1938).
1 Seudónimo de Juan María Lacunza.
IV. ROMANTICISMO Y COSTUMBRISMO (1821-1867)
Comentario preliminar
La época que va de 1821 a 1867 es una de las más activas de la turbulenta historia de México. La independencia no soluciona el conflicto, ya presente durante la época colonial, entre conservadores y liberales, tradicionalistas y renovadores. Dicho conflicto complica el establecimiento de un gobierno durable; ni las invasiones extranjeras –norteamericana primero, francesa después– logran unir a estas dos facciones irreconciliables. Es en 1867 cuando, debido a la abnegación de varios prominentes directores intelectuales de ambos bandos, los dos grupos logran reunirse y formar una nación sin disensiones internas. Este ambiente en la política y en la vida no es, por supuesto, muy favorable al desarrollo de las letras. Sin embargo dos jóvenes literatos encuentran tiempo para fundar la asociación que había de dominar la vida literaria de la época: la Academia de Letrán (1836-1856). En torno a los fundadores –José María Lacunza y Guillermo Prieto– se formó un grupo que incluía a Pesado, Calderón, Rodríguez Galván Gorostiza, Ramírez y otros. Cultivaban estos jóvenes, sobre todo, la poesía y el drama; pero también hubo algunos que ensayaron géneros nuevos: la novela corta y el cuento.