Pego el grito en cualquier parte. Christian Spencer Espinosa

Pego el grito en cualquier parte - Christian Spencer Espinosa


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analizar la relación de la tradición musical con su entorno y se cruzan deliberadamente con las nociones de historia, oralidad y performance.

      El concepto de tradición —junto al de performance— es el eje de esta investigación y el elemento teórico en torno al cual se articula su narrativa. Este concepto implica un acto de comunicación, como una conversación o una ejecución instrumental, que se comparte y repite en el tiempo dentro de un grupo o entre individuos (Blank y Glenn 2013: 1-6). Muchas veces se confunde con el concepto de folclor debido al uso preferente que este ha tenido en Latinoamérica desde la segunda mitad del siglo xx (Cfr. Fischman 2012). Para aclarar este punto propongo revisar la historia del concepto en la etnomusicología y mostrar su relación con las ideas de autenticidad, tecnología y generación que utilizaré más adelante.

      El concepto de tradición comienza a hacerse común en los años ochenta, cuando reemplaza al de folclor, regularmente utilizado en el mundo angloparlante (Bohlman 1988: xiii-xx). Las primeras definiciones de tradición, de la primera mitad del siglo xx, enfatizan el hecho de que es un proceso de transmisión cara a cara en el que se establecen conexiones humanas con el pasado que son de algún modo representadas por medio de un acto performativo (Thompson en Blank y Glenn 2013: 2-3, Blank y Glenn 2013: 3). En los años sesenta, el folclorista Alan Dundes (1965: 2) redefinió el folclor como “cualquier grupo de personas que comparte al menos un elemento”, mientras que en los setenta Dan Ben-Amos lo explicó como un proceso comunicativo de carácter artístico que se hace en grupos pequeños (también cara a cara), definición que goza de buena salud hasta el día de hoy (Ben-Amos 1971: 13). Durante los años ochenta esta visión fue criticada por mirar el folclor de modo nostálgico o romántico (Blank y Glenn 2013: 3-4), lo que abrirá paso a otros estudios que ofrecen una perspectiva más sociológica, centrada en la producción cultural. Finalmente, en los noventa las ideas de folclor y tradición se consideran “permanentemente” en redefinición debido a la sistemática mutación de sus objetos de estudio y a la complicada relación entre tecnología y oralidad (Kirshenblatt-Gimblett 1998).

      En 1984 Richard Handler y Jocelyn Linnekin definieron la tradición como un proceso abierto y hermenéutico. Según ellos, la tradición es una “construcción simbólica conformada por un corpus de cultura heredada que exige un proceso interpretativo que implica procesos de cambio y continuidad” (p. 273). Esta definición abrió el debate en dos direcciones: por un lado, se insistirá en que la tradición es un proceso que se da a lo largo del tiempo (diacrónico) en el que la búsqueda de identidad puede llegar a tener un papel fundamental (Philip Bohlman 1988b; Cfr. Waterman 1990b). Por otro, se reconocerá que es dialéctica y temporal, y que es además una medida del sentido de comunidad que un grupo posee de sí mismo, así como de los límites y valores que comparte o está dispuesto a compartir con otros (Philip Bohlman 1988). La tradición, por tanto, es modelada desde la autenticidad del pasado y los procesos de cambio que remodelan el presente (Bohlman 1988: 12-13); por eso, la memoria es crucial, pues alimenta el sentido colectivo de identidad basado en un pasado compartido (Bithell 2006: 6). En el caso de la cueca urbana, esta relación entre memoria y tradición es importante porque a partir de ella los jóvenes y viejos cultores interactúan y generan procesos de continuidad y cambio. La definición de la tradición como un proceso “de cambio y continuidad” es entonces pertinente para este libro, ya que permite relacionar los cambios de los conocimientos orales de las viejas y nuevas generaciones.

      Tanto los estudios folclóricos como la etnomusicología coinciden en la importancia de la relación pasado-presente en la transformación de la tradición. Christopher Waterman (1990a: 7-8) argumenta que la tradición nunca es fija o rígida, sino más bien una práctica social inserta en un contexto cultural y social que la transforma y aporta un patrón de cambio inconsciente en el que “cada representación de la tradición abre a la tradición a la transformación misma”. Bronner, por su lado, piensa que las tradiciones “varían en la medida en que son adaptadas a distintos escenarios o son recordadas con cambios de contenido y significado, incluso si son estructuradas de modo similar a las tradiciones que le precedieron” (Bronner 2013: 195). Timothy Rice, por su parte, enfatiza el hecho de que la tradición es siempre “socialmente mantenida”, es decir, que “los individuos heredan y se apropian de la práctica musical junto con prácticas económicas, ideológicas y sociales, y entonces las recrean, reconstruyen y reinterpretan en cada momento del presente” (Rice 1994: 32). La tradición, en suma, es una característica de la modernidad y no una oposición a ella (Blank y Glenn 2013: 1-2), pues está siempre en tensión con el entorno donde se encuentra, reapropiándose de él y reinventándolo para ubicarlo en los tiempos que corren (Rice 1994: 14-15).

      Señalé anteriormente que los conceptos de tradición y folclor no son homologables, aunque suelen aparecer como sinónimos sin “consecuencias cognitivas” mayores (Gelbart 2007: 153). No obstante, es importante entenderlos como conceptos distintos. En primer lugar, como señala Gelbart (2007: 154), el concepto de tradición surge en el siglo xviii debido a los efectos de la imprenta sobre la oralidad. Hasta ese momento, la tradición remitía a un conjunto de ritos religiosos (europeos) propios de la reforma católica instalada para diferenciar la palabra original de dios (impresa) de la oral, propia del evangelio de la misa. El concepto de folclor, en cambio, surge a mediados del siglo xix con el afán de rescatar aquello popular y antiguo que forma parte de ciertos grupos sociales. Ambos, no obstante, buscaban rescatar algo que se creía perdido (o en peligro de extinción) debido al avance de la modernidad y, como expresan Bendix y Hasan-Rokem (2012), se verán influenciados mutuamente cuando el folclor se defina como la “base social” de la cultura.

      ¿En qué se diferencian entonces folclor y tradición? Mientras el concepto de tradición representa un “modelo de pasado” que se reconstruye a partir de “registros escritos, sonoros o de fragmentos de memoria” (Castelo Branco 2010a: 887), el de folclor se asocia al patrimonio cultural transmitido oralmente que representa la ruralidad por medio de exhibiciones públicas de música, danza y trajes, todas relacionadas con las ideas de autenticidad y pueblo (Castelo Branco 2010b: 507). La tradición, en este sentido, parece ser un concepto más general o abstracto que el de folclor (más específico y material), y sirve comúnmente de base analítica para relacionar y comparar prácticas culturales, así como para derivar significados acerca de su uso, ambiente y contenido (Bronner 2013: 187, 192-193). Como expresa Bronner (2013: 187, 192-193), el folclor es un medio de comunicación concreto que “ofrece precedentes de un conocimiento y presencia de un producto expresable o reproducible en la práctica”. Vista así, la tradición es el sostén mental de la práctica musical (que puede convertirse en una acción concreta), mientras que el folclor estaría más ligado a los recursos técnicos para conseguirlo, a menos que sea entendido como patrimonio cultural o cultura expresiva. Algunos autores, como George Jones y Owen Jones, han buscado una definición conjunta de ambos conceptos. Según ellos, el folclor “son aquellas formas expresivas, procesos y conductas que habitualmente aprendemos, enseñamos y utilizamos en la interacción cara a cara”. Estas formas, dicen, las juzgamos tradicionales “por estar basadas en modelos precedentes conocidos” y por ser consistentes “con el pensamiento, las creencias y los sentimientos humanos a lo largo del tiempo y el espacio” (George y Owen Jones en Blank y Glenn, 2013: 5). De cualquier modo, como advierte Castelo Branco (2010a: 887-888), ambos conceptos deben ser evaluados “a la luz de los múltiples condicionantes ideológicos, institucionales, históricos y teóricos subyacentes”, de lo contrario se corre el riesgo de homologarlos de manera arbitraria.

      En este libro entenderé folclor como una representación de la cultura rural o semirrural convertida en performance pública por medio de mecanismos de producción (Castelo Branco, 2010b: 507-508). La conversión del folclor en un fenómeno performativo y público está extrechamente vinculada —en el caso chileno— a las políticas culturales y nacionalistas del Estado, que comprende la cueca como un fenómeno folclórico representativo de la nación. La universidad pública chilena no está ajena a este proceso y durante su historia le ha adjudicado a la cueca esta condición rural y folclórica, favoreciéndola con sus políticas de extensión cultural desde mediados del siglo xx (Ramos 2012; Torres 2005; Donoso 2006, 2012). Esta noción de folclor que ofrezco es instrumental y está basada en el modo como los músicos, los estudiosos del folclor y los medios


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