El emprendedor novel. Sally Bendersky
durante los primeros cinco o seis años de vida.
La comprensión de tus primeros años de vida te ayudará a determinar lo que quieres reforzar, comenzando por tu aprendizaje inicial en la vida, hasta llegar a lo que deseas cambiar o crear.
Te invito a mirar la historia de mis primeros años y luego a echar un vistazo a la tuya. Esta será la primera estación en el camino, durante tu preparación para vivir una vida plena.
MIS PRIMEROS AÑOS
Soy una baby boomer nacida en Santiago de Chile, hija de un padre argentino y una madre rumana (nació en Rumania, pero cuando llegó a Chile, su ciudad natal “Cernauti” ya pertenecía a la Unión Soviética y más tarde a Ucrania). Mis abuelos paternos habían venido desde Rusia a Argentina cuando eran niños, durante una inmigración masiva que tuvo lugar en las últimas décadas del siglo diecinueve. Mi abuela tenía alrededor de quince años cuando se casó con mi abuelo en Argentina. Jamás conocí a mi abuelo; enfermó y falleció muchos años antes de que yo naciera. Tuvieron ocho hijos, uno de los cuales murió siendo un bebé. Mi padre nació en el año 1917, siendo el segundo menor de los hijos. Se vino a Chile en el año 1930, ya adolescente, a cargo de su hermana mayor, quien se había establecido en este país con su esposo unos diez años antes.
Mi madre llegó a Chile dos años después del fin de la II Guerra Mundial, en julio de 1947, sin saber absolutamente nada acerca del país. No hablaba una palabra de castellano y aún estaba afectada por el trauma de haber vivido la Segunda Guerra Mundial deportada en un lugar para judíos: Transnistria.
Transnistria era una tierra estéril en Europa del Este que había sido conquistada por los alemanes y entregada por el Führer a su aliado, el dictador rumano Antonescu, en compensación por su lealtad. Los judíos fueron llevados allí por la fuerza con la intención de dejarlos morir de hambre, fiebre tifoidea y frío, o en una matanza. No se les permitió trabajar para evitar que pudieran formar una vida en ese lugar.
Mi madre sobrevivió, pero su madre, mi abuela, a quién le debo mi nombre, no pudo lograrlo. Tenía cincuenta y dos años cuando murió en el camino desde un lugar de horror a otro. Cuando la guerra concluyó y el lugar fue ocupado por los soviéticos, mi madre pudo regresar a su casa, en la ciudad rumana de Cernauti1, donde ya no encontró a nadie conocido2, razón por la cual decidió viajar clandestinamente a Bucarest, capital de Rumania, para quedarse en la casa de su hermana. Sin embargo, Rumania ya había perdido parte de su territorio después de la guerra, incluyendo el lugar de nacimiento de mi madre. Por lo tanto, ella también perdió su nacionalidad rumana y se convirtió en una persona sin identidad y sin permiso oficial para vivir en Bucarest. Fue denunciada por una vecina que oyó su voz en la cocina de mi tía, lo que la obligó a abandonar la casa. Ésa es la razón por la que, mientras vivía escondida en Bucarest, se unió a un grupo religioso judío (ella era una judía laica) que estaba preparando un contrabando ilegal de judíos a Palestina.
Mi madre, junto a otras personas del grupo, viajaron a París, lugar en el que esperarían el barco que los llevaría a Palestina. Llevaba dos meses en esa ciudad cuando se acercó a ella una persona de una agencia judía, cuya misión era ayudar a encontrar parientes perdidos durante la guerra. Esa persona le entregó a mi madre una carta que había sido enviada a la agencia por su hermano, quien trataba desesperadamente de encontrarlas a ella y a mi abuela. Su hermano había solicitado ayuda a esa agencia para asegurar un pasaje en un barco que las traería al puerto de Valparaíso, en Chile, lugar en que él se había establecido a finales de los años treinta, con la idea de que en algún momento encontraría la forma de traer a su madre y a su hermana, en tan solo un par de años. Desafortunadamente, la guerra truncó sus planes y la familia perdió todo contacto por más de seis años, razón por la cual él no sabía que su madre había fallecido en terribles condiciones. Finalmente, mi madre aceptó el pasaje que le extendió el funcionario de la agencia y viajó al otro lado del mundo, abandonando al grupo con el que pretendía viajar a Palestina.
Yo nunca supe, y mi madre ya no está con nosotros para peguntarle, si ella se sintió feliz de cambiar sus planes o si solo lo hizo por un sentido de obligación familiar. Lo que sí sé, es que ella adoraba a su hermano.
Mi padre parece haber sido un joven muy activo que trabajaba arduamente durante la semana y disfrutaba de ir a la montaña o al mar con un gran grupo de amigos y amigas, los fines de semana. Me imagino que fue en medio de esos paseos que se enamoró de una joven, de baja estatura y dulce, que estaba terminando sus estudios universitarios de farmacéutica, algo muy raro para una mujer en esa época. (Mi padre había dejado de ir a la escuela cuando tenía doce años). Se casaron y muy pronto ella se embarazó. Mi medio-hermano mayor nació después de siete meses de embarazo. Su madre no resistió el parto y falleció a fines de noviembre de 1945.
Me han contado que mi padre pasó meses de gran tristeza y que recuperarse de esa pérdida le tomó años. Aparentemente, todos en la familia estuvieron de acuerdo en que él no era el adecuado para cuidar de su hijo prematuro. Ambas familias proclamaban ser la más idónea para criar al niño hasta que mi padre pudiera recoger las piezas de su vida, y una cierta tensión comenzó a crecer entre sus suegros y sus hermanas. En ese entonces, toda su familia vivía en Chile y su padre había muerto una década antes en Santiago, poco después de llegar de Argentina.
Mi madre llegó a Chile en julio de 1947 y fue muy bien recibida por su hermano y la esposa de éste, aunque era difícil para todos encontrar algo en común con ella. Mi tía organizaba fiestas en las que mi madre se evadía en la cocina. El hermano de mi madre y su esposa habían conocido a mi padre socialmente, les gustaba y estaban conscientes de su tristeza y de la situación inestable en la crianza de su hijo. Se organizaron encuentros aquí y allá entre las familias involucradas y el joven sufriente fue presentado a la joven traumatizada por la guerra. Seis meses más tarde se habían casado, a pesar de que mi madre aún no hablaba bien el español y mi padre solo tenía conocimientos básicos de Yiddish, el dialecto usado por mi madre para hablar con mi abuela en Europa. Al casarse con mi padre, se comprometió a criar a un niño de dos años antes de que tuviera tiempo de instalarse, aprender el idioma y estar inmersa en la cultura chilena. La ex-suegra de mi padre la trató como si fuera su verdadera hija. Cuando nosotros nacimos, también nos consideró como sus propios nietos. Más tarde, cuando yo era adolescente, ella se convirtió en mi mentora para hacer frente a los hechos difíciles de mi vida, uno de los cuales era precisamente mi madre.
Al convertirme en adulta, con hijos ya crecidos, mi madre me dijo, alguna vez, que cuando ella y mi padre se casaron sostuvieron una conversación muy seria para decidir que esperarían algunos años antes de tener hijos. Sin embargo, por como resultaron las cosas, se puede deducir que cada uno de ellos pensó que el otro tomaría las precauciones necesarias. La consecuencia de ese malentendido fue el nacimiento de mi hermano mellizo y yo, solo nueve meses después de la boda. Mi madre se convirtió, entonces, en madre de tres niños solo catorce meses después de llegar proveniente de un mundo diferente, lleno de destrucción, a una vida totalmente distinta de todo aquello que había sido su pasado. Después de eso, ellos sí esperaron cuatro años antes de traer al mundo a mi hermana menor.
Tuvimos una vida relativamente confortable durante la niñez y adolescencia. Mi padre trabajaba con el hermano de mi madre. Pienso que este tío estaba obsesionado con convertirse en un magnate. Creó varias fábricas, algunas de las cuales aún existen, aunque fueron vendidas hace muchas décadas. No era difícil ver que cada uno de ellos sentía frustración respecto de las perspectivas del otro y los juicios mutuos. Mi padre no resultó ser un socio emprendedor para mi tío y, aunque era muy confiable y trabajador, nunca se sintió suficientemente reconocido en su trabajo. Ciertamente, ninguno de los dos parecía tener conciencia de las limitaciones que cada uno de ellos introducía en esa relación de trabajo en asuntos de gestión, comerciales, productivos y estratégicos.
A pesar de las circunstancias increíblemente duras de la vida de mi madre, ella hizo un buen trabajo en la crianza de sus hijos. Los cuatro llegamos a ser profesionales, hemos llevado vidas razonablemente buenas y somos personas de bien. Sin