El emprendedor novel. Sally Bendersky
mientras los invitados disfrutaban. Ella se limitaba a devolver una leve sonrisa al recibir felicitaciones por la mesa bien presentada o por la deliciosa comida. Mi madre era caprichosa, impredecible, y sufría frecuentes ataques de nervios por cualquier razón. Mi padre, basándose en las indicaciones de un siquiatra a quien habían consultado, insistía en que no debíamos hacer que se enojara y que debíamos obedecerla en todo. Sin embargo, a veces era difícil saber exactamente lo que ella deseaba. Si por alguna razón se molestaba con uno de nosotros, esperaba a que mi padre regresara del trabajo para comenzar a quejarse sin parar sobre el niño horrible que no había querido hacer esto o aquello. Mi padre se alteraba y terminaba golpeándonos. Realmente, mi medio hermano mayor y yo éramos los más rebeldes - eso solo significaba que manifestábamos nuestro descontento en voz alta - y como consecuencia, recibíamos más golpes que los menores. Cabe señalar que siempre consideré que mi hermano mellizo era menor que yo.
Los secretos eran una norma en nuestra casa, de manera que cualquier información que quisiéramos saber acerca de nuestra familia provenía solamente de la niñera de mi primo, o más bien dicho, de la niñera del primo de mi hermano mayor. Aún recuerdo el impacto que sufrí al descubrir que ese hermano no era hijo de mi madre. Eso significaba que no éramos hermanos de sangre. Yo tenía alrededor de seis años cuando le pregunté a mi madre por qué el segundo apellido de mi hermano era diferente del resto de los hermanos3
“Lo sabrás cuando seas mayor,” era su respuesta, la misma que recibíamos siempre que surgía algo complicado de pensar o de responder. “¿Pero por qué después?” recuerdo haber insistido. “Porque así es la vida,” respondía, y ése era el final de la conversación hasta la próxima vez que me surgía alguna pregunta, para la cual la respuesta era muy similar.
Mi hermano mayor sospechaba la verdad, pero no estaba seguro, de manera que un día fuimos todos a preguntar a la niñera de su primo. Y ahí estábamos, tres niños y una niña -mi hermana menor era pequeña aún- presionando a la mujer para que nos dijera la verdad. Finalmente lo hizo. Todavía recuerdo que esa vez enmudecí y mi corazón latió fuertemente durante los largos minutos que a ella le tomó contarnos la historia, y yo definitivamente no tenía el hábito de quedarme callada. De hecho, mis padres solían decir que yo, muy probablemente, sería abogado porque no dejaba de hacer preguntas, exigir respuestas o discutir todo el tiempo cuando no me respondían o no me satisfacía la respuesta.
Al final, resultó que me convertí en una ingeniero y no en una abogado. Era muy importante para mí competir con mis dos hermanos, quienes también son ingenieros, y mostrar al mundo que nosotras, las mujeres, somos tan inteligentes y tenemos las mismas capacidades que los hombres.
De adulta me di cuenta de que mi padre había sobreprotegido a mi madre, tanto así, que no le permitió superar su trauma, a pesar de sus buenas intenciones. Ella no tuvo la oportunidad de definir y diseñar quién realmente quería ser en la vida. Mi padre ni siquiera aceptó enseñarle cómo hacer un cheque. Creo que era una mujer inteligente y pudo haber manejado su propio negocio, pero su pasado terrible y la sobreprotección de mi padre erosionaron su autoestima. Ella nunca tuvo la oportunidad de desarrollarla. Mis hermanos y yo pensamos que ella impuso inconscientemente esa forma de ser en nosotros. Incluso puedo ir más lejos y afirmar que ella sufría de “síndrome del superviviente”, lo que significa un sentimiento de culpa por haber sobrevivido a la guerra mientras perdía a su madre, a su familia y a sus amigos. Tengo la impresión de que la culpa le impedía aceptar que había sobrevivido y, aparentemente, extendió esa falta de aceptación hacia nosotros, sus hijos. Pienso que mi madre no tuvo el tiempo ni el espacio sicológico para sanarse de ese trauma.
Y así, llegó el momento en que todos nosotros nos vimos en la necesidad de alejarnos de ella. Mi hermano mayor se casó y yo hice lo mismo solo tres semanas después. Mis otros dos hermanos abandonaron el país un año más tarde. Mi hermano mellizo tenía veintidós años y mi hermana solo dieciocho cuando abandonaron Chile, para no regresar. Mi hermano mayor y yo tuvimos hijos y mucho tiempo después ese mismo hecho nos facilitó el reencuentro con nuestros padres.
Desde que era una niña, mi madre delegó ciertas funciones en mí. Por ejemplo, ella no se sintió capaz de hablar con mi hermana de ocho años acerca de la menstruación. Veía con preocupación que mi hermana presentaba algunos síntomas de que su período podría comenzar antes de tiempo y me pidió que lo conversara con ella. Recién ahora, mientras escribo, me doy cuenta de que no recuerdo cómo fue que aprendí esas cosas, pero lo más probable es que no haya sido a través de mi madre. En una oportunidad, siendo ya mayor y viuda, me dijo que todo el mundo tenía una madre excepto ella y que necesitaba mucho una, así es que me pidió que jugara ese rol. Me sentí muy incómoda cuando oí su petición y debo admitir que sentí que a mí también me hacía falta una madre amorosa y protectora. Sin embargo, al instante me di cuenta de que, en realidad, yo ya desempeñaba ese papel desde que mi padre había fallecido. Ese día le prometí escucharla y cuidar de ella, lo que me agradeció con la voz de una niña pequeña. A partir de entonces, me comporté deliberadamente como una madre para mi madre.
Otro rasgo importante de mi madre es que tenía el hábito de amenazar con quitarse la vida, a las personas cercanas con las que se molestaba por alguna razón. Nadie tomaba en serio sus amenazas, hasta que un día tomó más píldoras para dormir que las recetadas y fue extremadamente difícil despertarla. Debo haber tenido unos ocho años en ese entonces. Me sentía molesta en vez de estar triste por ella. Más tarde, concluí que ésa era su forma inconsciente de castigarse a sí misma y a los demás por los demonios y fantasmas que la torturaban. Durante mi adolescencia, tengo recuerdo de dos o más de esos intentos de suicidio. Más tarde, cuando tenía diecisiete, estando sola con ella en la playa, comenzó a quejarse de que mi padre era un desconsiderado que inventaba viajes durante el verano, justo cuando se suponía que la familia debía estar tomando vacaciones. Fue a comienzos de nuestras vacaciones de verano y mis hermanos no estaban presentes. Parecía estar celosa de alguien, pero nunca lo dijo. Simplemente fue a su habitación y tomó muchas píldoras. Cuando me di cuenta de que no despertaba, la dejé sola mientras iba en busca de una amiga suya que veraneaba en la misma playa. Entre las dos la despertamos con dificultad.
Mi madre debe haber tenido muchos valores ocultos. Tenía amigos buenos y fieles, y crió a sus hijos educados y bien preparados para hacer frente a sus propias vidas con fuerza y dignidad. Ella falleció en el año 2006. La recuerdo con amor, ternura y admiración por todo aquello a lo que pudo sobreponerse con tan pocas herramientas: intuición, modestia, inteligencia oculta, y también, imagino, un cierto grado de manipulación.
AHORA ES TU TURNO4
Una de las cosas más importantes que he aprendido, desde que me convertí en terapeuta gestáltica y coach, es el valor que tiene una buena pregunta, hecha con profundidad. Tómate un instante para las siguientes:
• ¿Sueles hacerte preguntas regularmente?
• ¿Qué clase de preguntas?
• ¿Crees que has aprendido de esas preguntas? ¿Qué has aprendido?
• ¿Te haces preguntas acerca de ti mismo?
• ¿Has descubierto algo acerca de ti mismo después de hacerte esas preguntas?
En la sección anterior debes haber notado que te conté solo algunas cosas respecto de mis primeros años. No constituyen toda mi biografía. La historia que narré probablemente refleja algunas respuestas que he recibido en el transcurso de mi vida, así como también otras que he ido elaborando en forma personal. Todavía tengo algunas preguntas sin respuesta acerca de mí y de las personas que fueron más cercanas durante mis primeros años; también acerca de las decisiones que tomé o de aquellas que simplemente no tomé durante mi vida.
Tanto las preguntas como las respuestas pueden haber estado influenciadas por mis interpretaciones, en otras palabras, por la historia que te he contado acerca de mis primeros años. Específicamente, por los retos que he superado y aquellos que no he logrado superar, los momentos de toma de conciencia, así