2020 (antes y después). Eduardo Cavieres Figueroa

2020 (antes y después) - Eduardo Cavieres Figueroa


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comienzo está el miedo y, al final, el temor o la intimidación, En palabras de Hobbes, “Este es el proceso de generación de ese gran Leviathan, o para hablar más reverentemente, de ese dios mortal, al cual debemos, por debajo del dios inmortal, nuestra paz y nuestra defensa”2.

      En esta breve síntesis del Leviathan, Ginzburg no solo escribió mirando hacia atrás, sino igualmente lo hizo, en el 2008, mirando hacia adelante:

      Vivimos en un mundo donde los Estados utilizan la amenaza del terror, la ejercen y a veces también la sufren. Un mundo de aquellos que buscan el control de las venerables y potentes armas de la religión, y que utilizan la religión como un arma. Un mundo en que los enormes leviatanes se agitan de manera convulsiva, o se agazapan esperando que les llegue su hora. Un mundo no demasiado diferente del que Hobbes interrogó y teorizó.

      Pero algunos podrían sostener que Hobbes no solamente puede ayudarnos a imaginar el presente sino también el futuro: un futuro lejano, no inevitable, pero tampoco imposible. Pues podemos suponer que la actual degradación de nuestro medio ambiente continúa, hasta alcanzar niveles hoy inimaginables. Hasta el punto que la contaminación del aire, del agua, y de la tierra podrían llegar a amenazar la supervivencia de muchas especies animales, incluyendo a la especie llamada homo sapiens sapiens. Al llegar a ese escenario, un control global y que abarcará en profundidad todos los espacios del mundo y todos los niveles de la vida de sus habitantes podría convertirse en algo inevitable. La supervivencia del género humano impondría un pacto parecido al que fue postulado por Hobbes, y en el que los individuos terminarían renunciando a su libertad en favor de un super–Estado represivo, de un Leviathan infinitamente más poderoso que todos aquellos que pudieron existir en el pasado. En este mundo, las cadenas de la sociedad encerrarían a todos los mortales dentro de un nudo férreo, pero ya no para luchar en contra de la “naturaleza impía” como lo escribió Leopardi, el poeta italiano, en su poema La Ginestra, sino, por el contrario, para correr en ayuda de una naturaleza que entonces se encontraría frágil, maltrecha y herida.

      Un futuro hipotético que esperamos nunca se torne realidad3.

      I. El estado natural del hombre fue un concepto, una idea, una utopía que se trasladó desde antiguo traspasando cada frontera del mundo occidental para hacerse nuevamente fuerte en la segunda parte de la Europa medieval. Para la época, y para el tema, contamos con una importante obra que pese al tiempo transcurrido desde su primera edición, no ha dejado de ser autoridad en la materia e incluso ha debido de ir complementándose en algunas de sus ediciones posteriores. Nos referimos a En pos del milenio, el estudio de Norman Cohn que analiza en profundidad las teorías, creencias, discusiones, movimientos sociales de todo tipo, rebeliones, utopías que se generaron a través de siglos a partir de pensar que la entrada al segundo milenio era la puerta decisiva a los fines de los tiempos y que ya no había que esperar el paraíso celestial sino que conformar el paraíso terrenal. Una de las ideas centrales, heredadas de griegos y romanos fue la noción de «Estado de Naturaleza» como un estado de cosas en el que todos los hombres eran iguales en posición y riqueza, nadie era oprimido ni explotado por otros, que se caracterizaba por una universal buena fe y fraternal amor y también, a veces, por una total comunidad de bienes e incluso de esposas4.

      Sigamos a Cohn. Entre sus fuentes clásicas, se encuentra la versión del mito que da Ovidio en su Metamorfosis y que ejerció gran influencia sobre la especulación comunista de la Edad Media. En la primera Edad de Oro, destaca Cohn, antes de que Saturno fuera desposeído por Júpiter, «los hombres cultivaban la buena fe y la virtud espontáneamente, sin leyes ni restricción alguna. No existían ni el castigo ni el miedo, ni era necesario leer frases amenazadoras escritas en placas de bronce.... Virgilio, mostrará a Saturno en Italia intentando re-establecer su Edad de Oro en términos locales. El pensamiento patrístico cristiano incorpora de la filosofía estoica la noción de un Estado de Naturaleza igualitario. En el centro de esta teoría se encuentra la distinción entre el Estado de la Naturaleza, derecho natural, intención divina, y el estado convencional, originado y sancionado por la costumbre. Para la mayoría de sus representantes, la desigualdad, la esclavitud, el gobierno coercitivo e incluso la propiedad privada no formaban parte de la intención original de Dios y solo habían aparecido como fruto maldito de la Caída. La naturaleza humana, corrompida por el pecado original, necesitaba restricciones que no podían encontrarse en un orden igualitario5.

      Aun así, la enseñanza de la Iglesia perpetuó la idea de que la sociedad «natural» era igualitaria. En la Ciudad de Dios, de San Agustín, encontramos expresada la misma opinión con mayor claridad:

      El orden de la naturaleza lo ha prescrito y Dios ha creado así al hombre. Porque dijo: «Domine en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en los ganados, y en todas las fieras de la tierra, y en todo reptil que repta sobre la tierra». Al crear al hombre a su propia imagen, como ser racional, Dios quiere indicar que el hombre es señor solamente de los seres irracionales; no pone al hombre por encima del hombre, sino de las bestias... La primera causa de la servidumbre es el pecado, por el que el hombre queda sujeto al hombre con las ataduras de su condición... Pero por la naturaleza en la que Dios creó originalmente al hombre nadie es esclavo ni del pecado ni de otro hombre cualquiera.

      Para Cohn, más sorprendentes son algunas afirmaciones de San Ambrosio, obispo de Milán, en quien la tradición formulada por Séneca encuentra su más vigorosa expresión:

      La naturaleza ha producido todas las cosas para todos los hombres, para que sean tenidas en común. Porque Dios ordenó que se hicieran todas las cosas de modo que el alimento fuera completamente común, y que la tierra fuera común posesión de todos. La naturaleza, por consiguiente, creo un derecho común, pero el uso y la costumbre crearon un derecho particular... 6.

      Hacia 1270, Jean de Meun, laico del barrio latino de Paris, buen conocedor de la literatura, trató el tema en su Román de la Rose, la obra vernácula más popular de la literatura medieval lo que permitió que una teoría social que había sido familiar solo a los clérigos cultos se hiciera accesible a un gran número de laicos. Fue una anticipación, en varios siglos, de la segunda parte del Discours sur l’inegalite, de Rousseau. En paralelo, en todo caso, ya desde el siglo XI se encontraban, en todas las regiones más desarrolladas y populosas de Europa, grupos de laicos que vivían en comunidades casi monásticas, con propiedad en común, con o sin la sanción de la Iglesia. El modelo provenía de Hechos IV 32, 33 que relata la experiencia de la primera comunidad cristiana de Jerusalén respecto a sus bienes. En todo caso, nos advierte Cohn, incluso las sectas heréticas que florecieron a partir del siglo XII, no estuvieron tan interesadas en la «nivelación» social y económica y, hasta casi el fin del siglo XIV, se diría que solo unos pocos sectarios, intentaron extraer de las profundidades del pasado y proyectar en el futuro el igualitarista estado natural. No obstante, el intento de recrear la Edad de Oro no dejo de tener importancia y dio lugar a una doctrina que se convirtió en mito revolucionario al ser presentado a los pobres fundiéndose con las fantasías de la escatología popular7.

      Hablamos de un tiempo convulsionado y con la peste negra en el centro:

      Se ha sostenido que los tres grandes levantamientos de campesinos en el siglo XIV —Flandes entre 1323 y 1328, la Jacquerie de 1358 y el inglés de 1381— solo pretendían objetivos concretos de naturaleza política y social. En realidad esto no parece tan cierto en el caso de la revuelta inglesa, como por lo que se refiere a sus precursoras en el continente. Aunque también aquí la mayoría de los insurgentes habían sido empujados simplemente por injusticias concretas que les movían a pedir reformas específicas, todo indica que no faltaron las esperanzas y aspiraciones milenaristas. Y desde un punto de vista sociológico esto no puede sorprendernos. En la revuelta inglesa, los miembros del bajo clero y, en particular, algunos apóstatas y gentes que habían incurrido en irregularidades canónicas desempeñaron un importantísimo papel; y, como hemos visto, tales hombres siempre estaban dispuestos a asumir la función de profetas de inspiración divina, encargados de dirigir a la humanidad a través de los trastornos pre-ordenados de los Últimos Días. Al mismo tiempo una peculiaridad de esta revuelta consistió en que fue tanto urbana como rural. Impulsados, al parecer, por su fe en la benevolencia y omnipotencia del rey, los campesinos de Kent y Essex marcharon sobre Londres; pero cuando llegaron allí también se levantó el populacho de la ciudad, impidiendo que las puertas


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