2020 (antes y después). Eduardo Cavieres Figueroa

2020 (antes y después) - Eduardo Cavieres Figueroa


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una tetera silbante. “¿Qué haces?”, le preguntaron. «No puedo soportar las locomotoras de vapor», respondió. «Pero esto es una tetera, no una locomotora». «Sí, ya lo sé, pero hay que matarlas cuando todavía son jóvenes»…”15.

      En nuestro último capítulo, utilizo un par de veces el ejemplo de la reina roja que ha sido incorporado en El pasillo estrecho, la última publicación de Acemoglu y Robinson. Se refiere a un pasaje de Alicia en el país de las maravillas, en el cual la Reina se encuentra con Alicia y la invita a correr. Alicia lo hace, pero pronto se da cuenta que mientras más se mueve, no se aleja del punto de partida por lo cual pregunta qué es lo que sucede y su compañera del momento le explica que en su país, si quieres efectivamente desplazarte, debes esforzarte a lo menos el doble. Los autores interpretan la anécdota como lo que sucede entre Estado y sociedad y son del parecer que esta última viene siempre detrás del primero por lo cual no puede ubicarse en un plano de igualdad. Sugieren, por lo tanto, que para cambiar lo que se ha venido registrando históricamente, la sociedad debería marchar al mismo ritmo y velocidad que el Estado.

      El Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, recordando la crisis subprime de fines de la primera década de este siglo XXI, señalaba que “si no bastó la crisis financiera de 2008 para darnos cuenta de que la desregulación de los mercados no funciona, debería bastarnos la crisis climática: el neoliberalismo provocará literalmente el fin de la civilización. Pero también está claro que los demagogos que quieren que demos la espalda a la ciencia y a la tolerancia solo empeorarán las cosas… —y agrega— la única salida, el único modo de salvar el planeta y la civilización, es un renacimiento de la historia. Debemos revivir la Ilustración y volver a comprometernos con honrar sus valores de libertad, respeto al conocimiento y democracia”16.

      Sintetizo todos los ejemplos anteriores. Al siglo XVIII, los principios fundamentales de la Revolución francesa no fueron del todo originales, pero se les universalizó. Ellos contienen el espíritu de toda una tradición que ha atravesado la historia universal desde tiempos remotos y que hemos descrito, desde diferentes puntos de vista, a partir del fundamento de la naturaleza del hombre y de los derechos de la sociedad antes que los poderes del Estado. Aun cuando podamos observar muy lentos avances a través de los siglos, hasta ahora han fracasado en sus intentos utópicos: la igualdad, reconoce, por cierto que como criaturas divinas (o biológicamente humanas) todos tenemos las mismas potencialidades de desarrollo sobre las diferencias individuales; la libertad, que surge de lo anterior y que da el derecho a ser libres en lo físico y en lo espiritual; la fraternidad que está ejemplificada en el amor y la preocupación por los demás y que fue y ha sido una conducta permanente en las comunidades más pobres. La cesión de los derechos a esta entelequia institucional, en sus diferentes formas, el Estado, ha sido también una carta de confianza respecto al cumplimiento de esos principios. Vemos en el capítulo II de este libro el desarrollo del Estado durante los siglos XIX y XX y cómo, bajo diferentes interpretaciones, intereses, conflictos entre ellos, proyectos de grupos socio-económicos, políticos, militares, en definitiva, incluso, se han registrado no solo pequeños pasos positivos en defensa de los a veces mal llamados “ciudadanos”, sino también muy importantes retrocesos sociales explicados por los resultados del complejo ajedrez del poder y las malas decisiones gubernamentales. Y sin embargo, el Estado, a pesar de sus debilidades, sigue y ha vuelto a ser fuerte.

      Aquí entran nuestras imágenes anteriores. En el siglo XIX, la identidad nacional, los símbolos y la historia nacional, los proyectos políticos y militares de la sobreviviente monarquía, o de los conservados rasgos feudales de los nobles, o de los edificantes discursos de los nacionalistas que prometían un gran futuro para sus ciudadanos en oposición de la existencia de los otros, permitieron que la sociedad siguiera a sus líderes hasta el momento, cual la rana, en que el agua ya hervía y no había posibilidad de reaccionar. Ha sucedido algo parecido durante el siglo XX: con motivos y justificaciones siempre a tomar en cuenta, y también para discutir, las guerras mundiales enfrentaron, en primer lugar, a trabajadores, campesinos, clases medias bajas, de diferentes nacionalidades, pero de igual condición; es decir, a quienes siempre pedían justicia respecto a sus Estados, pero que se encontraron defendiéndolos en el drama bélico. La tetera de Berlín, fue la locomotora que guió y sigue guiando los caminos de la historia contemporánea, de la historia reciente y de la que vendrá, con una sociedad que ha entregado sus derechos esenciales y que no tiene fuerza alguna para equilibrar las potencialidades y sobre uso de las capacidades tecnológicas y de los nuevos y peligrosos derroteros anunciados por la inteligencia artificial.

      ¿Nos sirve el ejemplo de la reina roja propuesto por los economistas Acemoglou y Robinson? La sociedad debe avanzar junto con el Estado, no detrás de él. Esto significa valorar, por ejemplo, el rol de los partidos políticos, cuando ellos existen en forma plural y se acogen a las reglas del juego democrático. Pero, al mismo tiempo, no seguirles en sus intentos puramente individuales o del grupo en el sentido de volver a sentirse como depositarios de un poder que les permite que nada pueda regularles en cuanto desempeñan dicha posición por un número de años determinados. La sociedad no solo debe sentirse lo suficientemente guiada por sus representantes políticos, y ejercer sus presiones respecto a un gobierno que no los representa, sino también ser capaz de controlar a sus propios representantes políticos. Por ello, hoy se discute tanto respecto a un paso más adelante: la transformación de un sistema de democracia representativa a otro de carácter más directo17. Un sistema con mayor conciencia histórica, con mayor conciencia política. Como lo señala Stiglitz, una vuelta a la historia y una vuelta, incluso, a la comprensión de la Ilustración y sus valores.

      Con motivo, y en medio de la pandemia, más que por sus efectos epidemiológicos sino pensando más bien en una crisis económica para algunos sin precedentes y, con ello, la reaparición de bolsones de pobreza no conocidos en las últimas décadas, las discusiones respecto al futuro político y social han vuelto a tener un lugar de privilegio entre filósofos, intelectuales, cientistas sociales, historiadores. Por una parte, la revalorización del Estado, bastante debilitado hasta hace poco tiempo, junto a los políticos que lo representan a través de los aparatos gubernamentales e institucionales, ofrecen todo tipo de especulación respecto a sus formatos y a sus renovados poderes. Por otra parte, esta misma situación, llevada a nivel global, anuncia, otra vez para algunos, el fin del sistema capitalista y de la economía de mercado y su reemplazo por otro tipo de organización en que la sociedad más que ser actor relevante en esas transformaciones, ocupará nuevos roles dispuestos por el nuevo Leviathán, el Gran Hermano, el nuevo dictador.

      Todavía, el camino no está pavimentado para ningún modelo en particular, aun cuando se podría reflexionar en torno a algunos de sus materiales.

      Sobre estos temas, el periodista Braulio García Jaén nos introduce al pensamiento del filósofo italiano Luigi Ferrajoli. Como referencia general, nos señala que cuando la figura del padre, por las más diversas razones, ha perdido el ser garantía de seguridad, reaparece el Estado como el garante último de la vida de los ciudadanos. Para Ferrajoli, ello se advierte en el cómo los Estados europeos, cada uno en forma independiente de sus vecinos, cerraron sus fronteras para luchar contra el coronavirus. ¿Fue un retorno a la soberanía nacional? Para Ferrajoli, se trataría de una respuesta racional y realista al mismo dilema que Thomas Hobbes afrontó hace cuatro siglos: «la inseguridad general de la libertad salvaje o el pacto de coexistencia pacífica sobre la base de la prohibición de la guerra y la garantía de la vida». Frente a ello, para el filósofo italiano, debería venir un nuevo orden mundial en que el sujeto constituyente no sería un nuevo Leviatán, sino los habitantes del mundo: «la unidad humana que alcance la existencia política, establezca las formas y los límites de su soberanía y la ejerza con el fin de continuar la historia y salvar la Tierra». La destrucción del medio ambiente, el clima, el hambre o la seguridad de los migrantes parecían los problemas más urgentes hasta la pandemia. La pandemia cambió el orden de las cosas; la Constitución europea fracasó por la prevalencia de los nacionalismos, por la presencia de líderes como Salvini en Italia y Orbán en Hungría. No existen pueblos unitarios ya que su voluntad es, en definitiva, la voluntad del jefe. Por ello, “una Constitución no es la voluntad de la mayoría, sino la garantía de todos. La Constitución mundial obligaría a proteger la igualdad, el derecho a la no discriminación o la salud. Derechos que pertenecen a “la esfera de lo no decidible”


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