2020 (antes y después). Eduardo Cavieres Figueroa
los inicios de la nueva centuria a partir de nuevas actitudes respecto al acontecer que rápidamente, en pocos años, había pasado desde la indignación a la perplejidad. Escribió, en el 2018:
El siglo XXI se estrenó con la convulsión de la crisis económica, que produjo oleadas de indignación, pero no ocasionó una especial perplejidad; contribuyó incluso a reafirmar nuestras principales orientaciones: quiénes eran los malvados y quiénes éramos los buenos, por ejemplo. El mundo se volvió a categorizar con nitidez entre perdedores y ganadores, entre la gente y la casta, entre quién manda y quién padece a los que mandan, al tiempo que las responsabilidades se asignaban con relativa seguridad. Pero el actual paisaje político se ha llenado de una decepción generalizada que ya no se refiere a algo concreto, sino a una situación en general. Y ya sabemos que cuando el malestar se vuelve difuso provoca perplejidad. Nos irrita un estado de cosas que no puede contar con nuestra aprobación, pero todavía más no saber cómo identificar ese malestar, a quien hacerle culpable de ello y a quién confiar el cambio de dicha situación25.
Innerarity no solo daba cuenta de que lo improbable estaba sucediendo, desde el Brexit hasta la elección de Donald Trump, lo que era señal de no saberse con seguridad sobre el funcionamiento de la relación entre ciudadanos y políticos, una auténtica «caja negra» de la democracia, sino también se refería, entre otros problemas, al ocaso de la voluntad política en manos de una globalización que cambia al mundo sin dirigirse a la voluntad, sino apelando a deseos como el enriquecimiento, la comodidad, el instinto de conservación o el miedo: una forma global que multiplica las libertades individuales restringiendo, al mismo tiempo la libertad política; una oferta de aperturas ilimitadas, pero sin alternativas. En síntesis, una focalización del Estado en cuestiones de seguridad acomodadas a la sumisión a las lógicas del mercado globalizado y, en paralelo, reforzando su intervención sobre los ciudadanos y restringiéndoles en materias económicas y sociales.
En mi propio caso, estudiando parte de estos problemas, siempre desde el punto de vista de las relaciones Europa-América Latina, como sucedió con la mayoría de los chilenos, el llamado estallido social de octubre del 2019, me sorprendió y me sacó de estas otras reflexiones al observar, particularmente, que las razones del conflicto eran valederas, pero que estaba en juicio los procedimientos y acciones de otro movimiento social que no tenía un rostro, una fisonomía y desde el cual día a día se descolgaba un grupo más radical cuya función principal era el enfrentamiento y el plantearse directamente a toda realidad que representara en alguna forma, aun cuando fuese mínima, al sistema económico y a los desarrollos del mercado sobre el Estado. La diferencia con los movimientos europeos y con otros que estaban dispersos y en forma muy dinámica a través de gran parte del planeta, era que tenían en común la indignación social, pero no se trataba de perplejidad, sino más bien de anarquismo y de manifestarse más en la acción que en las lógicas del razonamiento político y social que pensábamos todavía estaba vigente. La democracia representativa ya no era argumento y rápidamente se demostró débil y sin respuesta. Como todo shock social, en gran parte de la sociedad chilena sí hubo perplejidad: ¿qué estaba ocurriendo?, ¿se avanzaba por el camino correcto para alcanzar una mejor sociedad? Lo visible era destrucción, cierre de cientos de tiendas menores, incendios de grandes supermercados, cadenas de farmacia, más de alguna industria; pérdida de puestos de trabajo; destrozo de infraestructuras urbanas y también un largo etcétera. El capítulo no se cerró y aún permanece abierto. Fruto de la situación, pero no desde una perspectiva coyuntural y tampoco encerrado en los límites de nuestra propia historia y sociedad nacional, es que vertí mis reflexiones en un libro, Octubre 2019, publicado a comienzos de este año. En él, me interesó escribir sobre un tiempo más extenso y relacionar nuestras propias experiencias de las últimas décadas con lo que igualmente vino sucediendo en Europa, en particular Europa Central o del Este y también en América Latina. Por doquier, el triunfo del mercado sobre el Estado fue principal responsable, caracterizado en el neoliberalismo o simplemente economía de libre mercado, de la disociación política de los más jóvenes, del sentimiento de abandono de los mayores, de la pérdida de relaciones de protección por parte del Estado, de la desconfianza en el mundo político y de los políticos e, incluso, del fuerte debilitamiento de los valores de la democracia26.
Mi interés por la historia actual ha estado siempre. Los requerimientos de especialización de la vida académica me han llevado también por los caminos de ámbitos historiográficos que, en mi caso, también fueron siempre muy abiertos. La historia demográfica, la historia económica, la historia social, la historia de las mentalidades, la historia social de la cultura, si bien tuvo expresiones definidas en estudios monográficos y focalizados, no impidieron tener miradas más universales, el mundo del Pacífico, el mundo del Atlántico, que, además se vieron favorecidas por una docencia permanente en universidades latinoamericanas, americanas y europeas. Particularmente, ya cercano a las dos décadas ininterrumpidas de participación en docencia e investigación en el Instituto Universitario de Investigación en Estudios latinoamericanos, IELAT, de la Universidad de Alcalá, me permitió, junto a mi colega y amigo el Dr. Pedro Pérez Herrero, dedicarme con mayor énfasis al análisis del presente y a sus siempre intricadas relaciones con el pasado que no permiten soslayar las preocupaciones por lo que viene. ¿Qué significan las Universidades en el mundo actual? ¿Qué papel juegan la historia, la historiografía, los historiadores en las certidumbres e incertidumbres de los jóvenes hoy? ¿Cómo estamos instalados en este presente sin comprenderlo realmente? ¿De qué manera nos sentimos partícipes de un mundo académico fraccionado por las diversas valoraciones de los diferentes sectores del conocimiento y cómo, en nuestro caso, pensamos, o no, que tenemos reales capacidades para contribuir en la formación social con responsabilidad y en términos de un real altruismo científico? ¿Hasta qué punto estamos comprometidos en el estudio de temáticas que no solo nos dejen orgullosos de nuestros logros, sino también puedan contribuir realmente al esclarecimiento de las dudas sociales actuales? Es muy extenso el listado de preguntas que se pueden enumerar y pocas las respuestas profundas que se pueden exhibir para aportar a estos tiempos de confusión y casi inexistencia de una conciencia y comprensión de la historia.
Con Pedro Pérez Herrero, Director del IELAT, hemos realizado una serie de estudios, seminarios, publicaciones, sobre estos temas, pero centralmente decidimos desarrollar un Programa Universitario de Estudios Hispano-chileno con asientos en el IELAT, Universidad de Alcalá y en el PEI*sur, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y allí materializar nuestras inquietudes a través de diversas actividades entre las cuales destacamos la realización de un Coloquio anual, interdisciplinario, sobre problemas del pasado, que siguen siendo centrales en el presente y que nos permiten obtener algunas orientaciones respecto a lo que es posible prever como realidades futuras. Universidad y Empresariado; Globalización y crisis de los Estados Nacionales; La Informalidad en la Historia y el presente, Historia y Prospectiva han sido grandes temas analizados y publicados en años anteriores. En cada uno de ellos, mi participación ha estado relacionada con los muy cercanos referentes entre la historia europea y latinoamericana.
Mi convicción, que seguramente deben tener muchos de mis colegas, es que no me interesa el pasado por el pasado. Vivo en presente y mi interés es el presente, pero no lo puedo ni medianamente entender sin recurrir al pasado. Por ello, el pasado es funcional al presente y no viceversa. En segundo lugar, entiendo la modernidad como un gran período iniciado en la transición del término cronológico de lo que llamamos Edad Media y que se extiende hasta el mismo día de hoy en que escribo. Esta modernidad no se ha resuelto y la globalización actual es una especie de superestructura que no alcanza a cubrir en términos eficientes y humanos a más allá de un 40% de la población mundial. El atraso, la sobrevivencia, las guerras de exterminio de quienes se consideran enemigos, la mortalidad infantil por carencia de alimentos, el ejército de personas adscritas a ocupaciones informales, con un individualismo que no es exitoso, sino se sufre, no nos habla de una humanidad efectivamente moderna, sino solo inserta en los diferentes límites de la modernidad. Indudablemente hay que aceptar que, en números gruesos, ha habido adelantos muy importantes. No es necesario, por el momento, detenernos en ellos.
Apelando, por tanto, a mis conocimientos, siempre limitados, de la historia moderna occidental es que no tengo grandes dificultades para acercarme a los diversos procesos y realidades de las sociedades de antiguo régimen, preindustriales, industrializadas,