2020 (antes y después). Eduardo Cavieres Figueroa

2020 (antes y después) - Eduardo Cavieres Figueroa


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futura.

      Por ello, y en definitiva, frente a estas y a otras discusiones que se plantean actualmente frente a lo que se venía produciendo y las transformaciones que serían posibles de imaginar como parte de nuestras realidades futuras, este libro se orienta, como lo señala su título, a confrontar desigualdad con libertad. Utilizamos el verbo confrontar no por los propios contenidos de los conceptos, sino porque la experiencia histórica indica que las sociedades, presionadas respecto a decidir por ellas, siempre ceden buscando los beneficios de una de ellas sacrificando la otra. No creo en el fin del capitalismo ni en nuevas versiones del socialismo anterior a 1980. Por el contrario, lo que se estima en pensar es que, las desigualdades existentes seguirán vigentes o se transformaran adecuándose a los nuevos sistemas de funcionamiento social. En cambio, todo hace suponer que las libertades se harán más frágiles, en primer lugar, por las propias decisiones de las sociedades que se verán nuevamente encantadas, esperanzadas en nuevos ofrecimientos que resultan siempre fáciles de aceptar especialmente cuando no se piensan los riesgos involucrados. Cuando la sociedad, o parte de ella, se entrega cediendo su derecho a una idea, acción, movimiento, líder, partidos no democráticos, es muy difícil que pueda recuperarlo a corto plazo y sin costo alguno.

      La reedición del ensayo del filósofo alemán Rüdiger Safranski, El mal o el drama de la libertad [2005], sobre la libertad, reaviva un dilema que lo vincula a pensadores como Hannah Arendt, Isaiah Berlin o Charles Taylor, llevó a Juan Luis Cebrián a escribir una interesante columna respecto al mismo en donde encontramos lo siguiente: “La libertad es también el origen de la diversidad, la búsqueda de la diferencia, que es preciso compaginar con el anhelo de unidad y su vocación comunitaria. Isaiah Berlin, en su memorable ensayo La traición de la libertad, señala que el conflicto que los filósofos tratan de resolver es cómo combinar la libertad individual con la autoridad que garantice la unión y el orden en una comunidad. El dilema radica en discernir las fronteras entre la voluntad de cada cual y lo que ya Rousseau definió como voluntad general, en clara alusión al Estado. En respuesta a la interrogante, otro clásico todavía en vida, el canadiense Charles Taylor, insiste en su libro La libertad de los modernos en la necesidad de construir algún tipo de sociedad política para no dejarlo todo al ensueño anarquista de «una cultura y una sociedad propicias a la libertad que surjan espontáneamente de las comunas». Cebrián, autor de la columna, argumenta que, ecléctico hasta el fin, Taylor reconoce que esto último se trata de algo teóricamente posible pero irrealizable en la práctica, y «si las condiciones de supervivencia de nuestra propia identidad solo pueden realizarse en alguna forma de gobierno representativo al que todos debamos obediencia, esa será la sociedad que deberemos tratar de crear y sostener». De modo que, si Taylor tiene razón, es improbable que el asalto a los cielos que iluminó los sueños del movimiento 15-M pueda acabar con el actual sistema. En qué medida albergue este un impulso liberalizador y reformista o acabe jugueteando con la represión en nombre de la voluntad general es el gran debate de nuestro tiempo, ahora que la deliberación se ha vuelto global gracias a las redes sociales y a los avances tecnológicos”24.

      Más que decidir, ¡aún es tiempo para reflexionar!

      PRESENTACIÓN. IDEAS Y CONTEXTOS INICIALES

      A diciembre del 2019 vivíamos la historia que siempre habíamos conocido. A nivel de intelectuales, científicos, economistas, políticos, se analizaba lo que estaba sucediendo bajo los mismos términos “normales” con los cuales hemos advertido la historia desde hace ya muchas décadas. Lo visible tenía (y por supuesto sigue teniendo) que ver con las disputas del poder político; con las presiones sociales de sectores organizados en busca de mejores condiciones de vida y aumento de sus niveles salariales, con jóvenes y estudiantes con demandas del sector que no siempre están en relación con los problemas más urgentes de las sociedades a las que pertenecen; con la búsqueda de mejores condiciones sanitarias y una mejor atención de parte de los servicios de salud pública; acceso a la vivienda, a jubilaciones dignas y así, un largo listado de problemas que a través de las décadas se desarrollan entre las promesas y los incumplimientos de los mismos. En la última década, crecían nuevos movimientos sociales, urbanos, ciudadanos; a veces bastante multitudinarios, pero sin continuidad y débiles respecto a sus cohesiones internas, lo cuales no han logrado rescatar la fisonomía de las organizaciones obreras o de trabajadores ya en fase de extinción en términos de sus roles y presencias más tradicionales. Las excepciones, con mucha fuerza momentánea, pero sin éxito en términos de mantener sus fuerzas y de alcanzar sus objetivos finales, podrían ser aquellos conocidos como los de la primavera árabe (Egipto) o los de los indignados europeos que alcanzaron gran masividad en España. A pesar de su número y no obstante su crítica generalizada y amplia hacia el sistema político, al sistema económico, al mercado y al empresariado, a la banca y a los excesos del crédito, al endeudamiento estimulado por las múltiples motivaciones hacia el consumo y, nuevamente, un largo etcétera, fueron extenuándose y aun cuando fueron capaces de agregar demandas sensibles para las mayorías más allá de sus propias circunstancias, no alcanzaron a sentirse exitosas respecto a sus objetivos mayores. Independientemente de razones válidas y legítimas de quienes asumieron la conducción o participación en los mismos, sus discontinuidades y frustraciones llevaron al ya desaparecido S. Baumann a denominar a estas manifestaciones públicas como la exteriorización de un pensamiento líquido.

      También se habían agregado nuevas acciones y requerimientos de sectores definidos a partir de sus definiciones sexuales o movimientos feministas que, enjuiciando la historia y sus instituciones masculinas (“machistas, patriarcales) venían alcanzando una serie de logros que significaban reconocimiento de derechos y hacerles visibles respecto a su visibilidad y a recibir defensas de carácter institucional. Mayor conciencia sobre el medio ambiente, el cambio climático, la búsqueda de una economía circular, se agregaban a las discusiones respecto a los problemas existentes y a las necesidades de preocuparse por el futuro. A un nivel de conocimientos más especializados era también sensible el problema de la cuarta revolución industrial, de la automatización de la producción y de la inteligencia artificial que aumentaría los niveles de desplazamiento de trabajadores, incluso especializados.

      En términos aún más sofisticados, desde un punto de vista de la reflexión intelectual, el estar en un presente profundamente inmerso en el pasado y, por tanto, con marcadas miradas hacia experiencias sociales de tiempos considerados como ya superados, llevaban en cambio a que las transformaciones culturales producidas, la literatura, las series de TV, el cine propiamente tal, posibilitaran toda una corriente de pensamiento y de reflexión respecto a que en el futuro se comenzaran a tejer conexiones societales que recogiendo aspectos geopolíticos e imaginarios ya desaparecidos, re-establecieran anteriores vinculaciones de protección y de lazos más personales y comunitarios para enfrentar el creciente individualismo y la lejanía de las instituciones y representantes de los poderes públicos y estatales con respecto a la sociedad civil. Con todas las precisiones necesarias de realizar, aparecían, con diversos fundamentos, ideas sobre el neo-medievo, la re-feudalización del sistema político por vía de la fragmentación de organismos internacionales, etc.

      En definitiva, vivíamos (como siempre) una situación conflictiva en que el pasado seguía profundamente inmiscuido en el presente y que, por tanto, en definitiva, aun cuando no se pudiera avanzar hacia el futuro mientras este no fuese definitivamente superado, todo conducía a repensar el pasado para hacer de este las bases de la sociedad en ciernes. Pensando hacia adelante, se estaba siempre observando hacia atrás, fuese en la corta, mediana o larga temporalidad. Por lo demás, la sociedad no tenía (y hoy con muchas más razones) demasiada claridad respecto al mundo en que vivía y por ello exteriorizaba sus malestares a través de sus angustias y molestias.

      Centrado en este mundo de indecisiones, de aventurarse a romper ataduras de todo tipo, pero a buscar un ámbito de protección, centrándose en las relaciones de poder, el filósofo político Daniel Innerarity publicó, en el 2015, un libro de gran éxito, La política en tiempos de indignación y, posteriormente, en el 2018, como continuación del mismo, Política para perplejos. En esta última obra, asumiendo que se estaba en una época en que las certezas desaparecían, se preguntaba, ¿Qué tienen en común la llamada posverdad, el desprecio hacia los hechos y la facilidad con que nos rendimos a las teorías conspirativas cuyo


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