Corazones nobles. José Antonio Domínguez Parra

Corazones nobles - José Antonio Domínguez Parra


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un buen jornal.

      Los ingleses, se encontraban comiendo en la posada de Frasquita en la calle Cortadero cuando apareció Catalina cargada con una pesada tabla de pan que olía a delicias. El médico inglés se levantó de la silla ante aquel delicioso aroma que destilaban los panes de la tabla, depositada encima de una mesa. El inglés le sacó unas fotos y luego preguntó a Catalina por aquel interesante trabajo. En el transcurso de aquella conversación, salió a relucir el tema del trabajo que ellos se disponían a realizar en el pueblo, durante una larga temporada.

      El médico se quedó muy sorprendido cuando Catalina le dijo que su hermana conocía todas las plantas medicinales que se criaban en los alrededores, y además también sabía sus nombres, incluso unos muy raros, que ella pronunciaba pero no se podían entender.

      El inglés dejó de comer, muy interesado en poder hablar con su hermana lo antes posible y si pudiera ser, contratarla para servirles de guía al conocer los lugares por donde pensaban desplazarse y aprovechar sus valiosos conocimientos del tema que les trajo a Igualeja.

      Catalina se quedó dubitativa y algo nerviosa con las intenciones de aquel desconocido. Hubo un momento en que pensó negarse y no atender aquella atrevida petición, que le parecía un tanto descabellada.

      La posadera, atenta la conversación por ser muy curiosa y también tratando de ser cortés con el huésped, se dirigió a Catalina para animarla y de esa forma quedar bien con el extranjero.

      Catalina mientras recibía su salario por el trabajo del pan, era aconsejada para que accediera a la petición de aquella persona tan educada.

      El inglés por su parte muy simpático y cortés, no dudó en presentarse a la joven Catalina.

      —¡Señorita!, mi nombres es Thomas Wilson —dijo alargando la mano.

      Cuando Catalina le ofreció la suya, quedó casi paralizada cuando el inglés le besó su mano con extraordinaria amabilidad. Ella se puso colorada, como un tomate, y no sabía reaccionar a tan inesperada situación.

      Por fin y con la ayuda de Frasquita, la posadera se atrevió a decir al inglés que le acompañaría hasta su casa para ver a su hermana.

      —¡Somos muy pobres! —le decía al médico—, y la casa es pequeña y vieja, pero es lo que tenemos…

      —¡Señorita Catalina!, eso, no debe de preocuparle. Las personas no deben ser valoradas por lo que tienen, sino por lo que son, y usted me parece una persona adorable y muy guapa también. —Catalina volvió a sonrojarse con las palabras del inglés y la risita de la posadera.

      —En cuanto usted termine de comer lo acompañaré a mi casa, yo espero aquí sentada mientras tanto.

      —¡Nada de eso Catalina! Ya no tengo apetito y mi único deseo, es poder hablar con su hermana.

      Catalina y el inglés salieron de la casa bajo la atenta mirada de la posadera, que no se apartó de la puerta hasta verlos desaparecer. Atravesaron la calle principal, por donde discurría una acequia repleta de agua, llegaron a la ermita del Divino Pastor que enseguida fue fotografiada por el médico. Minutos después, llegaron al puente donde nuevamente el médico inglés, sacó su máquina fotográfica para hacer unas fotos al puente y al caudal, que aunque algo escaso, sí muy limpio y transparente. Al momento, ya subían la empinada cuesta que los conduciría a la humilde casa de Catalina.

      Ya dentro del hogar, el hombre se sorprendió al darse cuenta de la pobreza en la que vivía aquella hermosa mujer.

      —No podemos ofrecerle nada señor —le decía Catalina al extranjero, que se secaba el sudor de la frente con un pañuelo.

      —¡Oh, no se preocupe señorita! Tan solo pretendo conocer y hablar con su querida hermana…

      —¡María! —con voz apagada y algo de miedo, Catalina llamaba a su hermana que en ese momento no se encontraba en casa. Minutos antes, ella había marchado a llevar un plato de comida a su amigo D. Juan Molina, pero ya se encontraba de regreso.

      María se vio muy sorprendida con la presencia de un hombre extraño en el interior de la casa, pero enseguida apareció su hermana que salía del corral donde fue a buscarla.

      Thomas Wilson se quedó impresionado al ver a la jovencísima hermana de Catalina y su portentosa belleza.

      Una vez hechas las presentaciones, con el consiguiente beso en la mano a María, el inglés sacó el tema que le interesaba conocer de aquella joven, que lo dejó completamente cautivado.

      Hablaron de plantas, raíces y flores con notables aplicaciones terapéuticas y que tanto interesaban al científico.

      Poco después, María le mostró los cinco libros, algunos de los cuales le eran conocidos. Los fue repasando lleno de curiosidad y mucho cuidado. Eran ejemplares muy antiguos, pero en perfecto estado de conservación.

      Una vez formalizado el acuerdo y aceptado por ambas partes, el médico inglés se despidió de las mujeres, que no dejaban de observarlo. El médico les comentó que en unos diez días volverían al pueblo para iniciar la meticulosa búsqueda que llevaría a cabo sobre las múltiples plantas medicinales del lugar. Él y su equipo volvían a Ronda para hacer unas compras, especialmente equipo de montaña para la larga temporada que les esperaba por las empinadas sierras y los numerosos arroyos de una tierra repleta de esa enorme riqueza de plantas con propiedades medicinales, ansiosos por estudiar.

      El equipo había fijado su residencia en la Ventilla, una buena posada justo en la carretera que llegaba hasta la costa, camino de Málaga, y lugar céntrico para sus necesidades.

      Finalmente se marchaba habiendo quedado citados a su regreso en la sede del ayuntamiento.

      Cuando por fin el médico se disponía a salir, llegaba Paca quejándose de un pie, había tropezado y presentaba una fuerte hinchazón, fruto de la inoportuna torcedura. Catalina se precipitó a su encuentro, asustada con el llanto y los quejidos de su prima.

      —¿Qué te ocurre Paca! —preguntó nerviosa.

      —¡Ay prima!, ¡ha sido al salir del horno!, el perro de Mariana se ha cruzado y tuve que dar un salto para no caer, pero al apoyar el pie en el suelo se me ha torcido y mira cómo se me ha puesto.

      Lo que no podía esperar Paca era que sería atendida en su casa por un médico inglés.

      El doctor Thomas Wilson mandó sentarla en el mismo escalón de entrada a casa. María ya tenía en la mano un tarro con un ungüento, que puso sobre la parte dolorida.

      —Esto le bajará la hinchazón y aliviará el dolor, le dijo al doctor haciendo uso de sus conocimientos.

      Thomas Wilson sonreía con la decisión y seguridad mostrada por aquella bella jovencita. Luego, él vendó el tobillo de Paca con un trapo limpio que Catalina extrajo de la vieja alacena.

      Mientras el médico terminaba el vendaje del pie, Catalina preparaba una tila, ya que Paca se encontraba demasiado nerviosa entre su accidente y la presencia de aquel médico desconocido, y sin saber por qué se encontraba allí.

      —A partir de ahora, solo necesitas descansar y no apoyar el pie en el suelo. Dentro de unos días volveré y te protegeré el tobillo con una venda elástica, es un producto que traigo de Inglaterra y muy necesario para la tarea que nos espera. Un caso como este nos puede ocurrir a uno de nosotros en cualquier momento y por ese motivo hay que estar prevenido.

      Una vez estuvo la accidentada bien atendida, el médico decidió marcharse. Se despidió de Paca y de Catalina, a la que agradeció su estimable colaboración. Al hacerlo de la joven María, el inglés clavó sus grandes ojos azules sobre ella, de la que quedó prendado sin que hubiera ningún tipo de rechazo por su parte.

      Una vez las mujeres estuvieron solas, comentaban si no era peligroso haber aceptado el trabajo ofrecido por el extraño médico, era un completo desconocido, y además extranjero. Sin embargo, María se mostró encantada con aquel inesperado ofrecimiento, que era de su total agrado. No pensaba dejar pasar una oportunidad como esa.

      María


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