Corazones nobles. José Antonio Domínguez Parra

Corazones nobles - José Antonio Domínguez Parra


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concurrido por un grupo de muchachos entre los que se encontraba Cristobilla el Pellejero. Era así llamado por ser su padre el carnicero del pueblo, donde solo se vendía carne de cabrito y de cordero. Cuando lograba reunir un buen fardo de pieles, las cargaba en sus mulos y eran transportadas a la cercana población de Ronda, donde obtenía un excelente precio. Debido a esa tarea, le quedó el mote de Pellejero a toda la familia.

      Cristobilla, como todos le llamaban, era alto, delgado y guapetón, aunque casi un niño pues solo tenía diecisiete años y ni un solo pelo en la barba. Desde su posición, no le quitaba a María ojo de encima. Según su hermana Isabel, estaba locamente enamorado de María. Sin embargo, no tenía el valor de acercarse a ella para entablar una posible relación.

      En este caso, no era su familia quien lo impedía, pues él no atendía en absoluto los consejos y advertencias de sus padres y familiares. Su gran temor era el ser rechazado por aquella preciosidad que lo estaba volviendo loco.

      María, inteligente y suspicaz, conocía de sobra esos sentimientos y además, eran de su agrado. Solo que a ella, Cristobilla, le parecía demasiado niño.

      En el mismo momento que María, agarrada del brazo de su hermana y de su prima, iniciaron la marcha hacia casa, volvió la cabeza y le dedicó una sonrisa que hizo estremecer al muchacho.

      Llegó la tarde y por consiguiente la hora del baile. María, arreglada, se miraba al espejo y luego se colocó una flor en el pelo que su prima había cortado para ella en una maceta del corral. Fue entonces cuando su hermana se le acercó y mostrándole aquel coqueto frasco de cristal, derramó sobre el cuello de María una buena dosis de perfume, dejando un delicioso aroma en toda la casa. Luego, tanto Catalina como Paca, también se perfumaron aunque en menor medida que María.

      Iniciaron el camino hacia el local donde se encontraba la cruz, muy cerca de su casa. Mientras se acercaban, se oían las canciones y las palmas, y con ello el ajetreo del baile.

      Cuando ya se disponían a entrar, empezaron a entonar la canción que dos días antes escuchaba desde su ventana y que cada noche, era repetida varias veces.

      Eres más tonto que aquel

      que llevó la burra al agua

      y la dejó sin beber…

      Cuando las tres se incorporaron al grupo, algunas de las muchachas dejaron de cantar para hacer algún comentario sobre la inesperada llegada. Casi todas se morían de envidia al ver sobre todo a María con aquel bonito vestido y despidiendo un olor que sorprendió a todos.

      Cristobilla, que se encontraba en una esquina, se quedó con la boca abierta al ver a María, quien a su llegada le miró a los ojos. Seguía la canción y dos parejas se movían de un lado para otro al son de las palmas y la melodía. María cantaba y se movía disfrutando con aquel momento. Estaba deseando que alguien la invitara a bailar y en su deseo, miraba a Cristobilla que parecía haberse quedado congelado.

      De pronto, Isabel, la hermana de Cristobilla que detectó el deseo de María y sobre todo el de su tímido hermano, entonó la canción preferida de María.

      Te creíste niño tonto

      que yo por ti me moría

      si no me he muerto por otro

      que más cuenta me tenía.

      Morenito ven aquí (estribillo)

      morenito ven acá

      morenito ven aquí

      que te quiero de verdad (bis)

      que te quiero de mentira

      morenito ven aquí

      morenito de mi vida.

      Nada más empezar la canción, María no se pudo contener y se lanzó en pos de Cristobilla, lo tomó de la mano, lo sacó a la pista y empezaron a bailar. Cristobilla, al sentir las manos de María fuertemente apretadas, cálidas y finas, casi sufre un desmayo. Él parecía no estar en el baile, sino en una nube, hasta que terminó la canción que fue repetida varias veces, por iniciativa de Isabel. Al dejar al muchacho en el lugar donde en un principio se encontraba, María le dijo al oído que estaba muy guapo. El pobre casi se muere de la emoción con el piropo que le dedicó la mujer de sus sueños. Su hermana Isabel sonreía al ver la cara de felicidad de su Cristobilla, que aún no se había repuesto de aquella agradable sorpresa.

      María no paró de bailar en toda la noche con unos y otros, aunque repetía una y otra vez con Cristobilla, que recibía constantes guiños de sus amigos, que ya daban por hecho que pronto habría un nuevo noviazgo que celebrar en el pueblo.

      El baile era siempre iniciado y terminado por la persona encargada ese año de la organización. A veces, había hasta tres cruces repartidas por el pueblo, pero ese año, debido a las lluvias, solo quedó la de Josefa Flores, pero daba gusto contemplar lo bien organizado que estaba.

      En el caso de esta celebración de la cruz, la iniciativa de salir a por una pareja no era uso exclusivo de los hombres, en muchas ocasiones, eran las mujeres las que salían en busca de su compañero, aunque los cambios eran continuos.

      Ese tipo de bailes consistían en agarrarse las manos cruzadas y hacer giros en mitad del espacio que quedaba entre hombres y mujeres y de una punta a la otra del local.

      A veces, el baile lo hacía una sola persona y antes de terminar la canción, señalaba con el dedo a la que seguiría, y así hasta que todos desfilaban por el espacio para ese uso.

      Cuando el baile lo hacía una sola persona, consistía en dar pequeños saltos y llevándose a la vez una mano vuelta sobre la frente mientras la otra hacía lo mismo pero sobre la espalda a la altura de la cintura. Sin duda alguna era el preferido de todos, entre otras cosas porque tenía la oportunidad de elegir a la persona que más era de su agrado.

      Aquella noche, María se llevó la palma. Los muchachos entusiasmados por la fiesta y atraídos por la extraordinaria belleza de María, se la disputaban sin importarles las regañinas de sus padres, que siempre se enteraban de todos los movimientos ocurridos en esos bulliciosos días de fiesta.

      Llegó el verano y la relación entre Cristobilla y María parecía del todo encarrilada. Isabel, la hermana de Cristobilla, era la más entusiasmada de todos, consiguió aplacar a sus padres, quienes aceptaron de buen grado dicha relación. En todo el pueblo daban por hecho que el noviazgo se formalizaría en breve, sin embargo María, a pesar de gustarle mucho el muchacho, no quería dar ese paso, encontraba a Cristobilla demasiado aniñado para ella. A veces daban largos paseos, y en ocasiones y a solas, María le permitía que le cogiera la mano.

      La mayoría de las veces el único tema de conversación entre ambos consistía por parte del joven en manifestaciones de declararse locamente enamorado de ella. Siempre se mostraba muy nervioso e inseguro ante la presencia de una mujer que a él mismo le parecía muy superior. Ella conocía esas debilidades a la perfección, pero jamás intentó hacer algo que pudiera herir al guapo y simpático joven.

      Durante los días de las fiestas patronales a finales de agosto María estuvo a punto de sucumbir a Cristobilla, debido a su insistencia y porque además era el único del pueblo que le agradaba.

      Pasadas las fiestas y casi a mediados del mes de septiembre, María se había decidido en aceptar la petición del muchacho. Él lo tenía muy bien aclarado con sus padres, y ellos se mostraban entusiasmados con la idea, más que nada por la tremenda ilusión de su hijo.

      Sin embargo, el destino le iba a dar un rumbo muy distinto e inesperado a esa unión. Nadie, podía imaginarse lo que ocurriría a partir de entonces.

      Un día caluroso, pero con el cielo amenazando tormenta, apareció en el pueblo un médico inglés, acompañado por dos personas del mismo país. Se presentaron en el Ayuntamiento para mostrar un permiso expedido por el gobierno civil para recorrer el término municipal. Se trataba de un famoso científico de la Universidad de Oxford, muy interesado en las abundantes plantas con propiedades medicinales que tanto abundaban en ciertas zonas del término municipal de Igualeja. Terminada la reunión con el alcalde, se


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