Corazones nobles. José Antonio Domínguez Parra

Corazones nobles - José Antonio Domínguez Parra


Скачать книгу
ocurre Catalina?

      —¡El niño está muy malito! ¡Debe tener una calentura muy grande! ¡Llama enseguida a Jacinta!

      —¡Dios mío! —decía Catalina llorando amargamente.

      En pocos minutos, aparecieron Paca y Jacinta que aún se encontraba casi dormida y muy nerviosa.

      —¿Qué le pasa a Juanito?

      Catalina no podía hablar, el nerviosismo y el llanto se lo impedían.

      Jacinta, observó al niño, le tocó la frente y le quitó la camisa con la que dormía, fijándose en las pequeñas pupas que aparecían en la cara y por todo el cuerpo. Una vez repasado cuidadosamente el cuerpecito de Juan, se dispuso a tranquilizar a las dos asustadas mujeres.

      —¡Bueno muchachas!, no hay por qué asustarse con el estado del niño. Creo que ha cogido el sarampión. A partir de ahora y durante unos cuantos días, tendrá fiebre y salpullidos. Hay ya unos cuantos casos como este en el pueblo, es una enfermedad que se contagia muy fácilmente y como sabréis, el niño se ha estado bañando junto a otros muchos amiguitos en ese pequeño charco mientras las madres lavaban la ropa. Ahora voy a mi casa a por unas hierbas que la bendita madre de esta criatura tuvo a bien dejarme ya clasificadas y que en estos momentos, le van a servir a su precioso hijo.

      Poco después, apareció con un cesto lleno de tarros repletos de las necesarias hierbas recolectadas por María años atrás y una mujer pidiéndole ayuda para su hijo con los mismos síntomas de Juanito.

      Catalina se fijó en los envases que en otro tiempo, la hermana que destrozó su corazón al morir, se encargaba de preparar. Hasta ahora, no se había dado cuenta de los nombres tan raros que figuraban en los diferentes tarros. Debajo de esa rara escritura, figuraba su uso. Catalina fue leyendo las distintas propiedades mientras Jacinta ponía al fuego un pequeño cazo con agua. Luego, leyó, para eczemas, picores, tranquilizantes y una buena relación de usos con los que se aliviaban mucha gente del pueblo. Todo ello, lo aprendió su hermana del alma de unos libros heredados de sus antepasados y de los que ahora eran ellas las cuidadoras. María, siempre los tenía a mano y sabía de memoria cada una de las distintas plantas que figuraban y hasta los nombres raros con los que María los señalaba en los envases.

      Jacinta, sacó unas raíces secas del tarro más grande y las depositó en el cazo ya con el agua hirviendo.

      —¿Tenéis miel? —preguntó.

      Paca enseguida descorrió una pequeña cortina que tapaba su pobre despensa, sacó el bote de miel que le habían regalado y se lo dio a Jacinta.

      Después de hervir las raíces, las apartó del fuego y las dejó enfriar. Luego, colocó una olla con agua para continuar hirviendo más plantas.

      Una hora más tarde, el niño dormía tras haber ingerido una taza del líquido con miel y untado su cuerpo con una crema para los salpullidos.

      Leonor Jiménez, la mujer que llegó junto con Jacinta, estuvo todo el tiempo observando y escuchando lo que en esa casa, a la que tanto había ofendido, se estaba haciendo y cuyos remedios, luego serían aplicados a su propio hijo. Parecía estar avergonzada por la cantidad de injustos comentarios que le dedicó junto con otras mujeres. Ahora, esas hierbas que María se dedicaba a recoger, iban a conseguir que su hijo se curara quitándole muchos sufrimientos. Jacinta, una vez terminada la cura de Juanito, se marchó con Leonor Jiménez. Por el camino le recordaba que esas personas no eran tan malas como ellas pretendían hacerlas.

      La mujer no respondió a esa ironía de la curandera, conocedora de tantos y malvados chismes como se habían comentado contra esa familia, siendo ella una de las promotoras.

      Paca, mucho más tranquila que su prima, se encargaría de seguir con el tratamiento que Jacinta le explicó.

      Catalina se marchó a realizar las tareas diarias, esa mañana no quedó tiempo para ir a por la leña, durante la tarde no habría posibilidad de descanso, tenía que acudir al campo y hacer el trabajo que quedó pendiente desde la mañana.

      Durante doce días, el niño tuvo que soportar los picores aunque bastante aliviado con la pócima que Jacinta le proporcionaba de vez en cuando. El niño, apenas si se quejaba, su forma de aguantar se parecía a la de una persona mayor. Las caricias y atenciones de sus dos tías, lo estimulaban de tal forma, que el niño parecía querer contentar a las dos con su heroico comportamiento.

      Una vez pasado el mal trago del sarampión, Juanito, parecía haber dado un estirón, el pelo se le volvió más rubio y el bello rostro heredado de su madre y los ojos del inglés, consiguieron que el niño, fuera la envidia de todo el pueblo.

      Catalina adoraba a su sobrino y cuando se refugiaba en sus brazos, a ella le volvían los recuerdos de su hermana y como siempre se esforzaba en recordar algunos momentos de su vida.

      A su memoria acudían aquellos instantes en que tanto ella como Paca, no permitían que María les ayudara en las duras tareas que las dos tenían que hacer a diario. En cambio le pedían que acudiera a clase con D. Juan Molina y continuar con sus libros, recoger plantas y flores que con tanto esmero hacía y guardaba una vez seleccionadas.

      Por su mente pasaba la vez que el cabo de la Guardia Civil, se presentó en su casa acusándola de hacer prácticas de brujería, empujado por las continuas mentiras de muchos vecinos que luego se servían de su tarea a través de Jacinta. Ese día, coincidió que les visitaba D. Juan Molina quien se comportó como un alto militar en defensa de la joven. El cabo, salió escaldado de aquella visita que, con tan malas intenciones, acudió a realizar.

      Entre otras cosas, le recordó D. Juan que su esposa acudía a ella para aliviarse de los dolores en los días que sufría la menstruación y él mismo, en una ocasión, solicitó su ayuda cuando tuvo un fuerte dolor de riñón y Jacinta, le sirvió de enlace para obtener las hierbas necesarias que aliviaron sus dolores y posterior curación.

      Rogelio Durán, cabo de la Guardia Civil de Igualeja, salió avergonzado de aquella casa tocándose el bigote y dispuesto a dejar bien calladas a todas esas personas que acudían al cuartel con calumnias y mentiras sobre aquellas personas por el simple hecho de sentir un profundo desprecio hacia ellas.

      Pocos días después de aquella frustrada visita del cabo de la Guardia Civil, a Catalina le fue ofrecido el trabajo de limpiar las dependencias del cuartel tres días a la semana. Ella aceptó de buen grado pues necesitaban ese dinero para seguir mejorando sus vidas.

      A partir de aquel momento, la gente empezó a respetar a las tres muchachas y aplacaron sus malvados comentarios hacia una chiquilla que solo quería trabajar.

      Una tarde, en la que Catalina y Paca se encontraban sentadas en el corral cosiendo unos rasgones en los vestidos que usaban para el trabajo y el niño jugueteaba con la perrita, Paca, se acordó de Jacinta y preguntó a su prima si ella la había visto.

      Catalina no respondió, enseguida soltó la aguja y el hilo y salió corriendo hacia la calle. Llegó a casa de Jacinta y sin llamar, abrió la puerta y llegó hasta el dormitorio donde encontró a la anciana en la cama en un estado lamentable.

      —¡Por Dios Jacinta! ¿Qué te pasa?

      —Me encuentro muy mal Catalina. Hace dos días que no puedo levantarme. Al momento, llegó Paca alertada por el repentino comportamiento de su prima cuando le preguntó por Jacinta.

      Catalina se apresuró a destapar a la enferma que, en esos días, se había hecho sus necesidades en la cama.

      —¡Prepara una palangana con agua y trae unas toallas que Jacinta guarda en aquel arcón. Saca también uno de los vestidos y luego me ayudas.

      Las dos primas levantaron con mucho cuidado a Jacinta y, ya desnuda, la sentaron en una vieja hamaca junto a la cama.

      Mientras Catalina se dedicaba al aseo de la anciana, Paca desmanteló la cama, enrolló las sabanas y las depositó en el corral, donde unas gallinas y tres gallos reclamaban algo de comida.

      Enseguida las puertas del corral se encontraban


Скачать книгу