Corazones nobles. José Antonio Domínguez Parra
la madre de Catalina y María.
Muchos años atrás, la madre de las dos jóvenes era sin duda la mujer más hermosa de todo el pueblo. Su belleza y simpatía tenía en vilo a todos los mozalbetes de Igualeja y entre ellos, a Cristóbal Morales. Este, intentó por todos los medios llegar a ser su novio e incluso, se planteó un rapto, costumbre por otra parte aceptada por los habitantes del municipio. Una vez realizada la brutal acción y consumado el acto sexual, el matrimonio era aceptado por todo el pueblo y algún tiempo después se celebraba la boda que en ocasiones coincidía con el bautismo de la criatura nacida de dicho acontecimiento.
Sin embargo, Carmen optó por el peor partido de todos. Era verdad que el joven Manuel, pasaba por ser el más guapo y simpático del pueblo, aunque un poco bebedor.
Carmen, nunca hizo caso a los consejos de su madre y a los de otros familiares que les desaconsejaban aquella relación, pero ella, se decidió por Manuel. Desde aquel momento, el Cerrojo, odiaba a muerte a Carmen y a toda su familia y por supuesto, no cesaba en su empeño de buscarles la ruina, algo que más tarde consiguió.
Carmen, poseía como herencia unos bonitos huertos junto al pueblo y la casa con su corral en una esquina de los mismos y que ahora, pertenecían al hombre más vil de todo el pueblo pero con mucho poder e influencia entre los habitantes del pequeño municipio.
Pasado un año de la celebración de la boda entre Manuel y Carmen, él se dio a la bebida y era muy raro el día que no aparecía tumbado en el huerto o en los alrededores de la pequeña casa, sucio y meado. A veces, aparecía en el corral donde había un cerdo amarrado y unas gallinas que se refugiaban en el tronco de la higuera.
Nació Catalina y al año, Carmen se encontraba nuevamente embarazada. Manuel, seguía con la bebida y maltratando a veces a su bella y sensible esposa.
En una ocasión, previamente preparado bajo la astuta y maliciosa estrategia del Cerrojo, Manuel con una gran borrachera, firmó un contrato por el que vendió los huertos heredados de su mujer a Cristóbal Morales por una miseria que luego, perdió jugando a las cartas engañado por el Cerrojo y sus amistades, que firmaron como testigos de la fraudulenta venta.
A la mañana siguiente, Cristóbal Morales, se presentó en casa de Carmen estando su marido aún durmiendo por los efectos de la borrachera. Su llegada, estaba rebosante de soberbia y orgullo para tomar posesión de los huertos y de la casa que según él, pertenecía a la propiedad adquirida. Lo acompañaban el juez de paz, un hombre sensato pero tímido y siempre amenazado por el Cerrojo, el alguacil y un guardia civil que más que servir al pueblo, era su asistente.
Carmen, no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Lloraba amargamente y suplicaba al juez y al guardia civil, que intercedieran por ella. Los huertos, eran una herencia familiar y además, lo único que poseía. Sin embargo, nada quisieron hacer para remediar el desastre. El juez, temeroso pero firme, negó a Cristóbal Morales apoderarse de la casa y del corral, el documento firmado no hacía ninguna referencia a ello y por consiguiente no formaba parte del trato.
Unos días después, Manuel amaneció muerto en el cercano paraje del Hiladero en circunstancias muy sospechosas pero que nadie se atrevió a manifestar.
A partir de entonces, fue cuando la familia de Carmen se dedicó a la tarea de transportar las pesadas tablas de pan y de acarrear leña para calentar el horno.
Con una niña de poco más de un año y una enorme barriga de su segundo embarazo, Carmen, se esforzaba para cumplir sus compromisos y de esa forma, poder alimentar a su pequeña y a ella misma. Su hermana Rosario, le ayudaba con la pequeña Catalina llevando con ella a su hija Paquita, algo mayor que Catalina.
Poco tiempo después nació su segunda hija a la que llamó María, como algunos de sus antepasados. Sin apenas tiempo de reponerse, tuvo que volver a su duro trabajo por una necesidad imperiosa, si no trabajaba, no podría alimentar a sus dos preciosas criaturas.
A partir de entonces, la vida de Carmen se convirtió en un martirio. Cristóbal Morales, no cesaba de insultarla, le recordaba que si se hubiera casado con él, nada le hubiera faltado y viviría como una señora, algo que ahora, correspondía a su pareja, que aunque bastante fea, había heredado unas buenas propiedades. En ocasiones, la provocaba haciéndole insinuaciones que a Carmen le daban asco, lo mismo que su propia persona a la que siempre despreció. La sola presencia de aquel hombre, hacía enfermar a una mujer repleta de preocupaciones, viviendo en la miseria más absoluta pero llena de amor como nadie en el pueblo.
A veces, sus ojos se llenaban de lágrimas y su corazón rebosaba de alegría cuando se encontraba junto a sus dos hermosas criaturas que sonreían al sentir sus caricias. Tan solo su prima, que se mudó a vivir con ella, conocía y compartía aquellos momentos de amargura y felicidad a la vez.
Así transcurría la vida de Carmen. A veces, mientras sufría algún ataque verbal de personas sin sentimiento que la despreciaban, ella sonreía, se había acostumbrado a los desprecios. Tantas veces había llorado ante las groseras insinuaciones de algunos hombres entre los que se encontraba el Cerrojo, que Dios le dio fuerzas para superar las humillaciones y además, con esa actitud hacía ridiculizar a esas marujas cargadas de odio hacia ella sin motivo alguno.
Un día, armándose de valor y junto con su prima Rosario, cada una de ellas con una niña en los brazos, se dirigieron a la iglesia. Era una hora en la que apenas había nadie en las calles y aprovecharon para hacer una visita al párroco D. Miguel Cansino al que tenía mucho miedo por tener muy malas pulgas y las dos con toda seguridad, serían diana de su mal genio.
El cura, al verlas aparecer por la sacristía y sin esperar su visita, se levantó de la silla y entre su altura, la prominente barriga fruto de las grandes comilonas y la mirada inquisitoria, dejó aterrorizadas a las dos mujeres que debido al miedo, no podían articular palabra alguna.
—¿A qué se debe esta inoportuna visita? —preguntó el cura de muy malos modos.
—¡Queremos bautizarlas D. Miguel! —respondió Carmen sin atreverse a levantar la cabeza.
—¿Y el padre? —volvió a preguntar en tono burlón. Ellas representaban la escoria del pueblo y ese era el trato que merecían, se decía el cura para sus adentros.
Carmen, no pudo evitar que dos gruesas lágrimas se deslizaran de sus grandes ojos marrones, él conocía su historia y la pregunta, la hizo para humillar y herir a la sencilla y humilde mujer.
—¿Tenéis padrinos? —seguía preguntando.
—¡No D. Miguel!, nadie quiere ser padrino de mis niñas, tal vez pueda servir mi hermana Rosario.
El cura, se tocaba la barbilla y sonreía al ver a las dos mujeres llorando y humilladas. Pasados unos segundos, el dueño y señor de aquella situación, rompió el silencio.
—¡Está bien!, estudiaré el caso. Pero hoy no puedo perder el tiempo, venid la semana que viene y arreglaremos este asunto.
Carmen y Rosario, después de besar la mano del sacerdote, se marcharon a casa con las niñas dormidas entre sus brazos.
A la semana siguiente, 9 de mayo de 1907, las dos niñas eran bautizadas con los nombres de Catalina y María. Padrinos, Cristóbal Conejo, que ejercía como sacristán y Rosario. Una vez terminado el ritual, Carmen depositó unas monedas en un plato que el cura le puso delante. La buena mujer, había estado ahorrando durante meses a sabiendas que el cura le exigiría el pago por suministrar el ansiado sacramento a sus dos angelitos.
Carmen, se esforzaba de manera titánica dedicando horas y horas al duro trabajo que realizaba y al cuidado de sus dos niñas con la ayuda de su hermana Rosario y sufriendo las continuas amenazas e insinuaciones del maldito Cerrojo.
El día que su hija Catalina cumplía sus catorce años, ya echa toda una mujer, iban a saborear una merienda con algo que jamás las niñas habían probado, una taza de chocolate. Ese manjar que nunca estaba a su alcance, fue obra de Pilar Galindo cuyo marido viajó a Sevilla por asuntos de negocios y regresó con algunos regalos y un buen surtido de chocolate.
Cuando Carmen le llevó su tabla