Corazones nobles. José Antonio Domínguez Parra

Corazones nobles - José Antonio Domínguez Parra


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de los alegres bailes.

      El cuerpo de la casa fue limpiado a fondo. Junto a la chimenea se colocó el altar donde lucía una bonita cruz de madera, sobre un fondo de yedras, bien colocadas para ese fin. Las flores repartidas alrededor del altar, en recipientes llenos de agua, para aguantar algunos días en buen estado y desprendiendo su delicioso aroma. El suelo totalmente cubierto del oloroso mastranto y de juncia. El olor que desprendía el lugar, llegaba hasta el final de la pequeña plazoleta del Puente, como era llamada.

      Ya por la tarde, más de treinta jóvenes de ambos sexos esperaban la llegada de D. Miguel Cansino para bendecir la cruz y el local, donde el resto del mes, solo habría alegría y baile.

      El cura llegó tarde, como siempre, al lugar donde era esperado. El nutrido grupo y muchos curiosos se encontraban impacientes, más que nada para poder iniciar los deseados bailes donde año tras año salían nuevos noviazgos.

      Los numerosos candiles y mariposas de aceite iluminaban el espacioso local. D. Miguel, después de contemplar el espacio para los bailes y disfrutar de aquel intenso y agradable olor, se volvió hacia los jóvenes y les dio una buena reprimenda, acompañada de consejos para un buen cristiano, a sabiendas de que su discurso no sería en absoluto obedecido. Luego, bendijo la cruz y se marchó.

      Una vez solos la impaciente juventud marchó al interior de la casa, colocándose hombres a un lado y mujeres a otro. En ese momento, tocaban palmas y entonaban las populares canciones que invitaban al baile y les hacían tan felices. En esos días salían a flote esos sentimientos de amor, guardados en el corazón y reservados para tan esperado momento.

      Catalina seguía sumergida en sus sueños. Se encontraba junto a su prima Paca al lado de la chimenea sin dejar de observar a su hermana que con sus dieciséis años, rebosaba belleza y alegría.

      María, miraba por la ventana de la calle y escuchaba las canciones que el grupo de jóvenes cantaban una y otra vez mientras bailaban…

      Eres más tonto que aquel

      que llevó la burra al agua

      y la dejó sin beber

      porque la pila bosaba.

      Fuego carbón maquinista (estribillo)

      fuego que se para el tren

      fuego carbón maquinista

      no lo puedo detener.

      De tu ventana a la mía

      me quisiste dar un beso

      y a mí me dio una vergüenza

      que me caló hasta los huesos

      fuego carbón maquinista…

      Mientras oía los alegres cantos, María con la cabeza fuera de la ventana movía el culo al son de las palmas que se escuchaban a lo lejos, sin darse cuenta de que era observada.

      Por un momento, las dos mujeres parecían haberse intercambiado los pensamientos. Ambas querían lo mejor para María y en aquellos días, ocurría algo que a ella la podría llenar de alegría. Sin embargo, no quisieron hacer comentario alguno delante de María.

      Al día siguiente Catalina, después de llevar al horno dos grandes haces de leña y una tabla de pan de María la Pajarita, marchó a casa de Pilar Galindo para hacer una buena limpieza.

      Pilar Galindo, le mandó sacar un montón de ropa de un viejo arcón y la apiló encima de la cama. Luego, entre ambas fueron seleccionando algunas prendas para lavarlas y plancharlas. Dos de los vestidos los regaló Pilar a Catalina, aun siendo de los más nuevos. Se quiso deshacer de ellos debido a un cuerpo bastante voluminoso, no apto para lucir aquella ropa.

      En cuanto terminó el trabajo en aquella casa, sus ojos brillaban de alegría pensando en el uso que le daría a los dos vestidos que rechazados por Pilar, en sus manos se convertirían en algo extraordinario para su hermana María.

      Ya a punto de marcharse, tuvo el atrevimiento de pedirle algo a la señora Pilar, le costaba mucho decidirse, pero tenía que echarle valor.

      Pilar se disponía a darle lo acordado después de varias horas de trabajo y de tirar al río los orines y otras cosas del matrimonio.

      —¿Te ocurre algo Catalina? —Pilar Galindo, notó que se encontraba nerviosa, dubitativa y algo sonrojada.

      —¡Verás Pilar! —le dijo—, hoy no quisiera dinero.

      —¿Se puede saber qué es lo que quieres? ¡Estás muy rara hoy! ¿Te encuentras bien?

      —¡No Pilar!, solo que hoy en vez de dinero, me dieras un poco de esa colonia que usas los domingos.

      Pilar Galindo no pudo aguantar la risa. La tomó de la mano y se la llevó a su dormitorio. Se dirigió a un mueble de madera frente a la cama, y que momentos antes Catalina lo dejó brillante, y abrió una de las puertas donde se apilaban una buena cantidad de colonias que su marido le traía cada vez que salía de viaje.

      —¡Anda mujer!, puedes elegir la que quieras. Si además necesitas que te aconseje, llévate este, cuando lo abras, te darás cuenta de por qué te lo recomiendo.

      Catalina, con mucho cuidado, tomó entre sus manos aquel bonito envase, que contenía un tesoro, y ella quería para su hermana.

      Cuando ya se marchaba, Pilar Galindo que sentía un aprecio especial por las tres jovencitas, llamó a Catalina diciéndole que se le olvidaba algo. Sin decir nada más, Pilar le abrió la mano y depositó en ella el importe de su trabajo.

      —¡Que disfrutéis mucho preciosas! —le decía mientras Catalina se marchaba escaleras abajo.

      En esos días todas las chicas del pueblo lucían sus mejores vestidos y la que podía, se perfumaba. Pilar, adivinó las intenciones de Catalina y le proporcionó algo que nadie en el pueblo tenía.

      Catalina, con los dos vestidos bajo el brazo y la colonia en el bolsillo, corrió hacia su casa loca de contenta. Nada más entrar, abrazó a su hermana pequeña y casi llorando le dijo que sería la más bonita del baile. Paca acudió de inmediato y tomó los vestidos, muerta de risa, mientras María no entendía nada de lo que estaba pasando.

      —El domingo iremos las tres al baile, le dijo a María. Ahora no tengo tiempo que perder, he de hacer unos arreglos para tu nuevo vestido y hoy es viernes.

      Hasta altas horas de la noche estuvo Catalina acompañada de Paca, a la luz de dos candiles, que iluminaban lo suficiente para que las dos mujeres pudieran hacer los arreglos al vestido que iba a ser lucido en el cuerpo de María.

      Uno de esos vestidos, el más nuevo y bonito, era de lunares rosas sobre un fondo blanco y finalizado con un encaje también rosa. Catalina le quitó con mucho cuidado el encaje y luego, le hizo unos picos dejando esa parte del vestido algo más corta.

      También le quitó la parte de arriba, para hacer un bonito juego con parte del otro vestido. De esa manera se perdería uno de ellos, pero de ambos saldría uno nuevo y precioso, que nadie en el pueblo se podría imaginar y además, no lo podrían relacionar con los modelos de la señora Pilar Galindo.

      Esa noche se acostaron cansadas, pero muy satisfechas de su trabajo. Al día siguiente y una vez realizado su trabajo, le harían la prueba a María para dejarlo totalmente acabado y listo para el domingo.

      María, cuando se vio probando aquel precioso vestido, que le hicieron entre su hermana y su prima, estaba ansiosa por lucirse con él y sobre todo presentarse con aquel modelo en el baile que la tenía sin dormir. Sin embargo, no le dijeron nada sobre el perfume, eso, sería una sorpresa.

      El domingo, después de finalizar la misa, los jóvenes se reunieron en la plazoleta de la iglesia e hicieron comentarios sobre los días de baile y el deseo de seguir esa misma tarde hasta cansarse.

      María, su hermana Catalina y Paca, salieron casi las últimas de la iglesia ya que se quedaron un rato rezando delante del altar, por el alma de sus madres, como era costumbre en ellas. Frente a la puerta de la iglesia, había un altillo, donde una parra empezaba


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