El Dogok y las guerras Noxxis. Danilo Járlaz

El Dogok y las guerras Noxxis - Danilo Járlaz


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      —El nombre del pueblo que les está atacando —contestó Radabat. Tosió un poco más. Luego escupió saliva negra, hacia un lado. Aunque le perturbó ver salir eso de su interior, no hizo comentarios al respecto.

      Los campesinos se miraron entre sí.

      —No sabíamos que se llamaban así —le confesaron.

      —Tú, habla ¿Qué es lo que está ocurriendo aquí? —dijo Radabat sin mucha amabilidad.

      —Ogtus y Azuruma, poderosos daraflame han ordenado a sus tropas saquear las aldeas de los bosques más allá de las Montañas Tenebrosas, en la Región Verde. De allí traen consigo a vírgenes, mujeres y niños para hacerlos esclavos, prostitutas o sacrificarlos para las dos estatuas de rognian y yawfen en Punón —explicó el aldeano.

      —¿Ogtus se ha reunido con Azuruma? —dijo Radabat como si no lo creyera. Volvió a toser— ¡Maldita sea! –dijo, escupiendo una vez más.

      —Los daraflame luchan contra los poderosos Hasheran y Benjámitel, líderes del pueblo entederi que habita al otro lado del río Gihón, en la Región de Kahana desde hace poco más de cien años, mi señor —explicó el aldeano, extrañándose de que Radabat no lo supiera.

      Radabat no pudo creer lo que había escuchado ¿Cien años habían pasado? ¿Cómo es que no había muerto en esa caverna? ¿Por qué Kashimir le había abandonado a su suerte? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué eran esos recuerdos? ¿Qué había ocurrido con las bestias tenebrosas que había diseñado? Por los egatrones que había visto labrando la tierra, tal parecía que ahora las bestias iban libres por todo el Valle Negro. Una serie de preguntas sin respuesta comenzaron a explotar dentro de la mente de Radabat, tanto que se olvidó por un momento de dónde se encontraba.

      —¿Qué… qué hará con el salvaje, señor? —preguntó el aldeano con mucho cuidado, viendo que Radabat divagaba en sus pensamientos. Radabat se limitó a darle una mirada tan amenazadora como respuesta, que el campesino retrocedió dos pasos.

      —Lo que yo haga con él no es de tu incumbencia —contestó el daraflame. Entonces el campesino se arrodilló a sus pies, al igual que todo el resto de los campesinos que observaban.

      —¡Perdone usted, gran señor! ¡Gracias por salvarnos de los zuluh que ha mencionado! Los daraflame nos han abandonado a nuestra suerte y nos usan como carnada para matar a los guerreros de los zuluh. Ellos vienen hasta aquí buscando venganza por lo que le han hecho a sus aldeas del gran bosque y nosotros no tenemos nada que ver con este asunto. Kashimir deja libre a sus bestias en las praderas cercanas y estas matan a los nuestros y a los zuluh por igual. Si usted no hubiera llegado… —el aldeano levantó la cabeza en ese momento y miró a Radabat a los ojos—nosotros ahora estaríamos muertos ¡Gracias! ¡Muchas gracias, gran señor! —Radabat terminó de atar al zuluh encima de su egatrón, dándole un violento movimiento final a la soga negra.

      —De nada —respondió Radabat indolente. Acto seguido, volteó y comenzó a caminar hacia el Sureste.

      —¡Mi señor! ¡Hacia donde se dirige se encuentra el imperio de Ogtus y Azuruma, y en los campos acechan las bestias de Kashimir! —dijo el aldeano como si le advirtiera.

      —Es precisamente a donde me dirijo —respondió Radabat sin detener su paso, ni voltear atrás.

      —¡Un momento, gran señor! —llamó el aldeano. Radabat se detuvo, pero no volteó. Hubo un incómodo momento de silencio, entre los aldeanos y Radabat.

      —¿Cuál es su nombre? Nos ha salvado y queremos honrarle —dijo el aldeano.

      —Ustedes no pueden honrarme —respondió Radabat tajante.

      —Déjenos intentarlo, gran señor —suplicó el aldeano. Radabat una vez más se tomó una pausa antes de responder.

      —Hores —respondió Radabat— mi nombre es Hores —Y dicho esto, se perdió en las praderas alejándose en el horizonte, caminando a un lado de su egatrón, con el zuluh inconsciente como su prisionero, encima de su bestia.

      Desde aquel día la aldea no se llamó más como su antiguo nombre. En vez de eso la renombraron como “Hores” y el mismo día le construyeron un templo y una escultura que muestra a Radabat caminando de espaldas, junto a su egatrón y al zuluh inconsciente sobre él. En la escultura hay un grabado que hasta el día de hoy dice lo siguiente:

      “Este es Hores.

      El que salvó nuestra aldea de la muerte.

      Construimos este altar como agradecimiento al dios no conocido”

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