El Dogok y las guerras Noxxis. Danilo Járlaz

El Dogok y las guerras Noxxis - Danilo Járlaz


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de la sonrisa triunfante y malvada de Kashimir, temió.

      —¿Eso cree el señor de los espectros? —respondió el rálag con una voz distorsionada y grave.

      La bestia de Kashimir se abalanzó sobre Radabat y de un zarpazo extrajo y absorbió parte de la esencia de su espíritu. Radabat sintió un dolor tan intenso al recibir el ataque, que ni aun en la carne volvería a experimentar cosa semejante.

      La Presencia Oscura rió y se desvaneció entre ellos.

      Entonces los otros cinco espíritus atacaron al rálag para defender a Radabat que comenzaba a desmaterializarse como si una brisa le arrancara su cuerpo volátil.

      Pero el rálag de Kashimir era invencible para todas las otras bestias que habían recibido los espíritus y luego de vencerlos y luchar contra todos ellos al mismo tiempo, los devoró a todos uno a uno.

      Entonces Radabat invocó con sus últimas fuerzas al fuego oscuro y los minerales de kuru comenzaron a formar una enorme criatura cuadrúpeda con una impresionante armadura protegiendo casi todo su cuerpo.

      Pero el rálag no solo quería acabar con las bestias tenebrosas de los espíritus de las tinieblas, sino que también quiso devorarlos a ellos mismos, pero Radabat ya había invocado a la séptima bestia tenebrosa: el egatrón.

      Entonces no solo Radabat, sino que los otros cinco espíritus también entraron en la bestia que había invocado Radabat, y se volvieron hacia el rálag que poseía Kashimir y le enfrentaron.

      —¡Ustedes no pueden vencerme! —rugió el rálag abalanzándose sobre el egatrón, pero este solo abrió su hocico para liberar una enorme descarga de fuego negro que cubrió por completo al rálag de Kashimir dejándolo reducido a una gigantesca estatua de dara, el mineral del fuego negro.

      Al instante, todos los espíritus de las tinieblas salieron del egatrón de Radabat y huyeron de ese lugar en diferentes direcciones, temiendo que el rálag de Kashimir volviera a despertar y los devorara.

      Pero Radabat se quedó ante la estatua y la contempló por largo tiempo a través de los ojos del egatrón, antes de irse.

      Y la bestia de kuru llamada egatrón, la que había petrificado al rálag con su fulgor oscuro, le siguió hasta lo profundo del Valle Negro donde viven los nimrod.

      Todo pareció desvanecerse en la dimensión en la que habían entrado.

      Todo lo que pudo ver fue oscuridad.

      Y la muerte se preparó para la guerra, porque supo que vendrían a cazarla.

      Fhin.

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      Las Guerras Noxxis

      Prólogo

      ¿Qué es lo que hay en tus recuerdos, hijo del pacto?

      ¿Qué es lo que atormenta tu alma?

      Radabat despertó en la cueva sobresaltado luego de escuchar aquellas palabras en un susurro escalofriante. Ya no era un espíritu de las tinieblas, su cuerpo con carne aún seguía con él. Estaba empapado en un sudor frío y al levantarse del suelo notó que la fogata de fuego oscuro que recordaba haber encendido con Kashimir se había desintegrado. Miró a su alrededor y notó que Kashimir no se encontraba con él.

      Afuera era de día y ya no quedaba ningún atisbo de la lluvia. Todo lo contrario, parecía incluso que estaban en otra estación del año. ¿Cuánto tiempo había estado tendido en esa cueva? Se puso de pie, pero al hacerlo su cuerpo se tambaleó, cayó de rodillas. Era como si sus músculos estuvieran dormidos y necesitaran un poco más de tiempo para despertar de un largo sueño. Tuvo relampagueantes recuerdos de lo que había presenciado en la visión de la que acababa de despertar. Volvió a ver los ojos furiosos del rálag frente a él, los gritos de las cinco bestias tenebrosas luchando contra el rálag… el egatrón saliendo de entre los minerales de kuru, a su rescate. Sintió escalofríos.

      Y luego, vio imágenes distorsionadas de un pasado lejano que quería olvidar, pero no podía: una serpiente emplumada entre los valles y montañas. Una niña ensangrentada entre sus brazos. Un grito encolerizado. El mismo dolor de aquel recuerdo que creía haber olvidado, volvió a atravesarle el pecho. Eran recuerdos de mucho antes de haberse convertido en un daraflame… de su vida anterior a Radabat.

      —¡Kashimir! —llamó Radabat, su voz hizo eco en el interior de la cueva mientras hacía enormes esfuerzos para ponerse de pie; sus músculos aún no le respondían del todo— ¡Kashimir! —insistió con rabia. Pero nadie le respondió, ni vio atisbo alguno del daraflame. En vez de eso, un egatrón adulto, tan grande como el que había visto en la visión del fuego negro, salió de lo profundo de la cueva y reverenció a Radabat.

      Radabat acarició la cabeza de la imponente bestia tenebrosa y sintió de alguna forma que la conocía de antes. Recordó la visión, este animal le había salvado, pero… ¿no había sido solo una visión en su mente? Entonces varios cachorros de egatrón salieron de la cueva tras el egatrón adulto y jugueteaban a sus pies, Radabat contó seis cachorros. Entonces, Radabat vio su reflejo en un charco de agua a la salida de la cueva y notó que tenía una abultada barba en toda la cara y el mentón. Su cabello también había crecido bastante ¿Barba? ¿Cuánto tiempo había estado allí tumbado?

      Comenzó a toser, una tos seca que le provocaba dolor en la garganta. No entendía nada de lo que le estaba sucediendo.

      El daraflame montó al egatrón adulto y salió triunfante de la cueva. Los cachorros de egatrón le siguieron de inmediato. Una vez fuera, divisó la aldea a la que estaba intentando llegar con Kashimir antes de entrar en la caverna, pero no pudo evitar darse cuenta de que era muy diferente a como él la recordaba, o al menos lo que había visto de ella, desde lejos. Una vez más se lo cuestionó ¿cuánto tiempo había estado dentro de la cueva? ¿días? ¿meses? ¿años? Y si había sido aparentemente tanto tiempo ¿por qué no había muerto de hambre o de sed? Y peor aún ¿por qué ya no sentía hambre ni sed?

      Ya en la aldea, vio con sorpresa, que varios hombres de piel muy oscura llegaban también. Usaban taparrabos, estaban descalzos, tenían el cabello verde como algas marinas, armados con lanzas y boleadoras. Su arribo a la aldea no fue para nada amistoso, comenzaron a dar muerte a algunos aldeanos que labraban la tierra sin dar el menor aviso. Los salvajes de cabello verde comenzaron a quemar las cosechas, matando a otros egatrones que estaban amarrados a yugos con arados y rastrillos.

      Radabat se enfureció al ver lo que ocurría y atacó montando en su propio egatrón a los salvajes. Los indígenas invocaron como contraataque plantas carnívoras que surgieron de la tierra y que eran similares en forma a pulpos con hojas de color verde. También varias raíces que crecían de la tierra a una velocidad impresionante ataron a los cachorros de egatrón, paralizándolos, pero Radabat invocó el fuego negro y lo lanzó contra los indígenas de pelo verde, en devastadores ataques. Junto con su egatrón, redujo a los indígenas y a sus plantas carnívoras hasta que solo uno quedó con vida.

      Era un flacucho salvaje de cabellera verde y piel oscura, que malherido intentaba en vano arrastrarse de vuelta a las montañas, para huir.

      Radabat bajó de su egatrón y caminó hasta él con toda calma, levantó su cabeza agarrándole del cabello verde, el cual sintió suave y húmedo como césped entre los dedos. El salvaje gritó de dolor.

      —¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué atacan esta aldea? —pero el indígena respondió en una lengua que Radabat no conocía. Entonces el daraflame le tapó la boca al salvaje con una mano y mirándole a los ojos, dentro de su mente le dijo:

      —¿Cuál es tu sangre, indígena? ¡Sé que hablas lengua común!

      —Zuluh —fue todo lo que le respondió al aterrorizado muchacho.

      Radabat le soltó el cabello y le dio un fuerte puñetazo en la cabeza, dejándolo inconsciente al instante. Enseguida


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