Arca e Ira. Miguel Andrés Rocha Vivas
Francisco de Asís las comparó con los pensamientos: volátiles, móviles y cambiantes por naturaleza. Sí, las aves nos enseñan sobre la impermanencia. Por momentos, la hembra quetzal se queda tan quieta, y su mirada es tan fija, que es imposible distinguirla de la totalidad del árbol. Resulta fascinante el contraste entre su quietud y el oleaje de las extremidades. El macho suele exhibir las dos largas plumas de la luenga cola. Esas plumas gemelas marcan la hora del paraíso del que nadie nos ha expulsado. Son las manecillas del eterno presente. Y aquí estamos hablando ahora, en presente, desde la belleza. Como bien sabe Duermeautopistas, que le bate su cola a flores sobre las que no se atrevería a orinar.
I: Che, ese pecho rojo del quetzal, aunque no lo he visto, y quizá porque no lo he visto, me hace pensar en un corazón grande. También me imagino el pecho del héroe que se ofrece a la muerte para salvar a su pueblo, como lo soñaba José Martí hasta que él mismo se encontró en el campo de batalla con la otra mitad de su ideal… y cayó, dicen, debido a tres disparos.
A: Y, sin embargo, el quetzal posee una cabeza pequeña y un pico moderado que no detenta la agresividad de aves grandes como el águila, o pequeñas como el colibrí.
I: El quetzal me parece ideal para el cuento de una pasada encarnación del buda. Si ese jataka no se ha contado es porque el Buda histórico caminó en India y Nepal y no en Costa Rica, México, Honduras, Nicaragua o Guatemala.
A: En nuestros países de la América Central, el quetzal es lo que llaman un ave endémica.
I: ¿Y no sentís, che, que los ideales terminan por deformar la realidad?
A: Claro. Muchos ideales desaparecen o decepcionan justamente porque se conforman de acuerdo con lo que queremos ver y no con lo que vemos. Pero, por otro lado, también es cierto que es posible ver de muchas maneras. Las miradas del mito y la poesía son formas de ver desde el interior hilando ontologías relacionales. Una dimensión de la empatía profunda hacia todo, y con todo, se expresa en la forma en que nos relacionamos de manera no dualista, es decir, dejándonos tocar e interpelar por lo que a la vez que vemos: somos. Pero no estoy hablando de identidad, usualmente separadora. Hablo de la empatía profunda y libre que no nos priva de la objetividad, sino que nos permite una contemplación más plena, y sobre todo éticamente mejor situada en tanto más comprometida, sensible y desapegada.
I: Me hacés pensar en la interdependencia sobre la cual insiste el karmapa. Si no sentimos esa empatía por el pájaro, y por los demás, no llegaremos a descubrir en nos/otros un sentido profundo de compasión. Pensá que no es esa compasión que hemos mal aprendido: la del pobrecito al que tengo que ayudar. Se trata en parte de la compasión como sentir con y a veces padecer con; la generosa y honesta empatía entre diferentes en el trasfondo de un horizonte en común que no anula las desemejanzas. El mismo cielo y la misma tierra para todas. Mapu es una sola. Lo que le pasa al quetzal le pasa al bosque. Lo que le pasa al bosque le pasa al agua. Lo que le pasa al agua nos pasa a nosotros a través de una infinita y sorprendente serie de inter-relaciones. Tampoco podés sentir empatía con los demás y tratarte mal. Así que implica reconocer la propia belleza más allá de la impermanencia.
A: Maravillarse con el quetzal significa honrar la vida misma. No se trata de vernos a nosotros mismos, sino de ver al quetzal y en tal sentido vernos con el quetzal. Y con cada estar. Es tan sencillo como no acaparar todo el aguacate para nuestro guacamole. Compasión es consentir.
I: La compasión también es belleza, y en tal sentido espejo y armonía profunda. A la vez es emoción y un sentimiento que te tomá del todo. También un círculo más profundo de la mirada y sobre todo del sentir en espiral. Compasión es lo que permite que una famosa gurú del sur de la India bese las llagas de los leprosos; y también que pase tantas horas abrazando gente que no conoce. Compasión es lo que permitió que una famosa monja católica al norte de la India haya dedicado tantos esfuerzos en servir a los leprosos, tuberculosos y desechados por la sociedad. Compasión es la mano del niño que recoge al polluelo que cayó del nido; y el perro de la calle que no soportás ver flaco y enfermo y sentís que lo tenés que alimentar.
A: La compasión también es una forma sensible de la inteligencia. Las personas que dedican su vida a entender y compartir la vitalidad del bosque, llegan a escuchar al árbol grande aconsejar al pequeño, y se maravillan ante la magnificencia de la vida y sus delicadas relaciones. Su sentir con el bosque, el océano, la montaña, el río, el lago, el pantano o el desierto, los mueve a proteger esos lugares en donde quieren que los distintos seres sigan viviendo a su manera, a la vez que las personas puedan seguir humanizándose gracias a esas relaciones de intercambio, asombro, aprendizaje y respeto.
I: La dimensión del mundo por lo común es la escala de nuestra propia sensibilidad, pensamiento y dicen incluso que de nuestro lenguaje. Si te encerrás en una torre tarde o temprano el mundo adquirirá la forma de tu confinamiento. No habrá otra ley que la de tu ego y la de tu tribu. Los horizontes que no alcancen tus ojos se convertirán en una periferia que vos, o los que te sigan, aprenderán a temer, y en los peores casos: a someter.
A: Mis hermanas y hermanos son quienes plantaron árboles de aguacate para el quetzal, aunque no se los hubiera pedido, justo allí en donde otros acapararon el guacamole.
I: Me hacés pensar en esa historia que cuenta nuestro querido Tagore. Iba en una embarcación sobre el río. De repente, un pez enorme saltó tensándose desde el agua. A él lo conmovió tanto esa visión que sintió arrobamiento poético. Simultáneamente, el timonel del barco pasó saliva y expresó su deseo de comerse el pez… Si lo pensás bien, es una tremenda parábola de la vida. El poeta ve con reverencia al pez que le brinda color, emoción y maravilla. El salto del pez se convierte en símbolo e ilumina su día. El maquinista ve en el pez un síntoma de su carencia: el pescado que desea y que no se puede comer al tiempo que pierde la belleza del momento. El hambre es una carencia y a la vez una necesidad. Cuesta creer que quien se preocupa sólo por las riquezas, y por qué comerá, pueda ver en el pez algo más que un bocado suculento.
A: En estos tiempos en que tantas universidades prescinden de las humanidades, no pocos ven al poeta como una persona idealista, lo cual significa: poco práctica. La poesía es una forma de ver y sentir, y en semejanza al mito es expresión de conciencia simbólica. Si la abuela mítica no advirtiera que tal bosque posee sus peligros en la serpiente, el jaguar y los espíritus, prevalecería del todo la mirada utilitaria sobre el bosque NN destinado a servir como materia prima. Como dice Zurita: sin poesía el mundo volaría por los aires en minutos.
I: Ahora se necesitan mutuamente el sentipensar de la ciencia, el mito, la poesía y las artes. Cuando “la” ciencia supera el modelo mecanicista, utilitarista y desacralizador del empirismo y la categorización hiperclasificatoria, le es posible dialogar con el asombro del mito y la poesía. El ver mítico suele develar las fuerzas destructivas y creativas de la naturaleza en los seres y en el mundo. La poesía, en apariencia menos concreta que la ciencia y el mito, suele sugerir y entrever donde la creencia afirma y la ciencia describe. Si continuamos viendo el mundo como la oportunidad de atrapar el pez, y no gozamos con la aparición del pez libre en nosotros y en los otros, el río y la vida se nos escaparán como agua entre las manos.
A: Como todo en el mundo depende de todo lo demás en el mundo, sólo que en diferente medida, la mirada asombrada y conjunta del poeta, el científico y el narrador nos invita a vivir en empatía y con compasión. La generosidad y abundancia de la vida es tan infinita que el hambre no sólo será saciada en lo físico, sino en lo espiritual. Seremos la energía de ríos que confían en el sentido de la desembocadura en el mar. Saltaremos como el pez al transformarnos en lluvia y continuar fluyendo en interminables partículas dadoras de vida.
I: En su estresante aceleración, la humanidad descorazonada, vive desfasada. Pero aún podemos retornar las manecillas al ritmo del corazón y de la tierra.
A: Si el quetzal no fuera un ideal de belleza, al tiempo que una aspiración práctica al tejido de vida, nos confundiríamos con el ruido