Arca e Ira. Miguel Andrés Rocha Vivas

Arca e Ira - Miguel Andrés Rocha Vivas


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una pauta como la del saludo. El visitante es considerado entonces como ignorante y termina por pasar desapercibido. El intento de cercanía deviene en su opuesto. Hay culturas en donde un saludo implica un contacto mucho más cercano. Un abrazo fuerte o que se haga sentir está reservado en nuestras sociedades para los amigos y los familiares. Imaginate qué diría la jefa si todas las mañanas la abordaras con un intenso abrazo de buenos días.

      A: En la distancia está el poder. Entre más objeto o empleado eres, es mucho más factible que te puedan dar órdenes. Uno a los amigos y a la familia no le da órdenes.

      I: ¡Aunque casos se ven, che! Como cuando un esposo le dice a su mujer: ¡Aquí se hace lo que yo obedezco!

      A: ¡ Jaaa! Y el chiste también funciona al revés.

      I: Como las historias sobre nuestros trenes que no acabamos nunca de contar.

      A: Volviendo al tren, cuando lo vimos venir a lo lejos, corrimos para llegar a la base de la montaña. Nos encontramos con una carretera poco transitada. Para llegar al tren alcanzamos a tomar un taxi colectivo que pasó caído del hanan pacha. Para ayudarnos a llegar a tiempo, el conductor iba tan rápido cuando pasó por las calles de piedra de Ollantaytambo, el antiguo asentamiento inca, que saltábamos como en un juego de niños y nos reíamos a carcajadas.

      I: Me los puedo imaginar golpeando el techo del taxi con la cabeza y apretujándose con esa señora suerte que venía en el taxi.

      A: Te puedo imaginar corriendo para llegar a tu tren sin saber expresarte ¿en qué lengua?

      I: En árabe. Estaba de viaje al norte de los montes Atlas y necesitaba tomar ese tren para llegar a un puerto en el Mediterráneo. Cuando llegué a la estación me percaté de que por un retraso del tren tendría más de una hora para embarcarme. Entonces me animé a entrar en un bazar para relajarme y buscar un té de menta después de semejante carrera. Después de todo es muy parecido viajar en África y en Latinoamérica. Y no es porque seamos un tercer mundo, como nos dicen quienes quieren sentirse superiores en estos tiempos de deshumanización.

      A: A nosotros nos pasó que el tren entró en marcha recién encontramos el asiento en el vagón. Fue cuestión de minutos. Luego pasó una mamacha ofreciendo infusiones con hojas de coca. Al verla, una rubia con los labios pintados como si fuera para una fiesta, se erizó desviando las pestañas y le respondió con un nou tan acuchillante que habría dado para esa indian le negara la entrada a la casa de sus antepasados. ¿O será que los incas sólo viven en las postales?

      I: La mina habrá pensado que le ofrecían cocaína. O algún alucinógeno…

      A: Uno pensaría que una persona que viaja a los Andes, y en particular a visitar Machu Picchu, debería saber que es muy diferente la hoja de coca al veneno aquel…

      I: En este mundo del turismo extractivista mucha gente lo que quiere es tomarse la foto en unos cuantos monumentos públicos y enviarla inmediatamente a sus contactos en las redes. Hay gente que se va al Polo para que le den unos cuantos likes. Pero pasan del cool al cold.

      A: Ayer escuché por vez primera otra palabra fea, pero relativamente comprensible en este mundo de masas: turisfobia. Escuché en la radio que Machu Picchu había llegado a su límite de visitantes. Igual le está pasando a Venecia e incluso a Agra, la población cercana al Taj Mahal. Está sucediendo en muchos de esos lugares que dicen que tienes que ver antes de morir.

      I: A los que crearon esa campaña les ha ido muy bien. Preferiría no subirme al tren que nos lleva sólo por llevarnos; al agitado avión del vivir por vivir y viajar por viajar. Como uno de esos turistas que pasan por un país del que llaman tercer mundo pidiendo descuento a los vendedores en la calle, buscando dondequiera un starbucks y hospedándose en hoteles 6 stars.

      A: El quetzal huye de las miradas vanas y vive lejos de autopistas y trenes. En la intimidad de la vida florece una belleza a la que no nos llevará ningún tour, y cuyo único guía es el corazón.

      I: Lo comparto plenamente porque he tenido la verdadera fortuna de dejarme guiar por tal maestro. Aunque también me he equivocado. El canto de las sirenas es muy fuerte, che.

      A: Lo sé; no necesitamos superhombres. Cuando visitamos con mi esposa los bosques de lluvia en el Pacífico costarricense tuvimos la fortuna indecible de ver al quetzal libre: ¡dos veces!

      I: Contame, Arca.

      A: Cuando se va llegando a las cimas en donde se levantan los bosques de lluvia, ah, los vientos de principios de año te refrescan y te van otorgando incontables bendiciones gracias al rocío de nubes que se desvanecen sobre tu piel ¡por puro placer!

      I: ¿Querrás decir que llovía?

      A: No exactamente. Eran más bien chubascos, permanentes chubascos que nos parecían interminables, diminutas caricias.

      I: Como esas hojas que el jardinero riega con su mejor agua. La que el sabio escoge para su té.

      A: Para contemplar el quetzal no fue necesario pensar, ni siquiera desear verlo fervientemente; tan sólo considerar en silencio que nos gustaría verlo. Verlo como la primera vez, una semana antes, cuando le tomamos algunas fotos en el bosque.

      I: Contame un poco más sobre el quetzal.

      A: El quetzal vive en los bosques húmedos cerca de los árboles de aguacate cuya carne verde y dulce constituye más de la mitad de su dieta. Cuando entramos en la reserva forestal, un guía nos indicó un camino, pero la intuición nos dijo que fuéramos en sentido inverso. Cuando doblamos en el sendero nos encontramos con una pareja de italianos y un ornitólogo local. Nos hicieron señas para que nos aproximáramos en silencio. Luego nos compartieron amablemente el lente del telescopio a través del cual observaban un quetzal sumergido en el oleaje de las ramas frondosas mientras las largas plumas de su cola se balanceaban como las manecillas del reloj más preciso y precioso del mundo… Mira, llevo la imagen conmigo.

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      I: La fotografía que me mostrás parece proyectada sobre el escenario de un teatro de sombras. Me hace soñar con las sombras… Espero que las manos del artista aprendan la lección de los sueños: los pájaros son sus manos. Y sus manos pájaros que cantan al despertar.

      A: El quetzal no sólo es un ave. Es un ideal de belleza.

      I: Bel – zal.

      A: Llamamos ave al quetzal porque esa es la palabra que hemos aprendido, y la clasificación mediante la cual podemos asimilar su existencia. Pero ni la palabra, ni mucho menos la taxonomía, son capaces de explicar la atracción que ejerce el quetzal sobre nosotros.

      I: Tampoco podemos explicar por qué usamos la palabra che, hasta que entendemos que significa gente. O como en mapudungun: gente de la tierra, gente con la tierra, gente tierra.

      A: Es que el quetzal ideal es en cierta forma un espejo de nosotros mismos. Quien es capaz de matar al quetzal para quitarle las plumas no sólo traiciona el ideal, sino que se deforma a través de la negación del mismo: pues lo que le arranca al quetzal se lo arranca a sí mismo.

      I: En un poema de Nezahualcóyotl, la pluma del quetzal es una de las expresiones más sublimes de la belleza en esta tierra. Y, sin embargo, tarde o temprano se desgarrará, como el cuerpo. La pluma del quetzal es una metáfora de la transitoriedad, inclusive de lo más hermoso y aparentemente más real. El poeta no puede aferrarse a nada. Todo lo tendrá que dejar. Y tan sólo dejará sus cantos, sus flores, sus preguntas e imágenes poéticas.

      A:


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