Arca e Ira. Miguel Andrés Rocha Vivas

Arca e Ira - Miguel Andrés Rocha Vivas


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Y mirá, che, que todo eso va ligado con eso que llaman la tendencia selfish. Las personas se toman esas fotos a sí mismas. Pero como hay que figurar en las redes sociales, necesitás un mejor disfraz o algún lugar exótico que genere más likes. El turista selfish puede disfrazarse de aquello que miraba. Él y el otro forman uno solo en el ego plástico de las poses fotográficas.

      A: Es curioso porque ahora uno ve a muchos turistas cargando esos mini-trípodes para poderse tomar las selfies tan de moda.

      I: Todo cambia. Con el trípode convencional, el etnógrafo o el fotógrafo de naturaleza fotografiaban con cierta distancia y estabilidad esa otredad encarnada tanto en las llamadas sociedades primitivas como en eso que llaman paisaje: landscape.

      A: Literalmente, tierra y escape en las raíces lingüísticas comunes. O tierra para escapar.

      I: En ese sentido, el turista selfish sería hasta más sincero, si lo mirás bien. Al tipo o la tipa les importa ponerse allí, en la mitad del mundo, sonreír, y luego publicar rápida o instantáneamente la fotografía en la red.

      A: Ésta no es una época de oriente y occidente sino del self, del ser que más bien es I, yo, la cara plana moviéndose a su antojo. No importan los hemisferios, sino el ego puesto en la mitad, en primera plana, relativizando cualquier lugar, diferencia, historicidad.

      I: El selfish es aquí, ahora, en vivo y en directo, yo aquí, yo allá, yo arriba, yo abajo, yo, yo y yo.

      A: Pareciera ser que la otredad pasó a un plano superficial. Y sobre todo: mercadeable. La otredad puede ser obviada o incorporada. Casi todo el mundo está en alguna plataforma, ¿no? Es un mundo de igualdades virtuales y de desigualdades cada vez más abismales.

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      Educación para el arriba social y hacia el espacio... vacío.

      I: Y allí está el peregrino que no pretende volverse otro. El viajero sentado tomando mate con una familia austral mientras disfruta ese amargo de la yerba para asincerar-se más; para aprender al escuchar alguna historia, y para contar las suyas… si tiene la oportunidad.

      A: Sí, porque todavía se puede viajar sin reservar todo por internet. Echarse a andar con la vida, como los pies en el río, sin reservas predeterminadas para llegar al mar.

      I: Sí, che, tomate un matecito más. Sé que te parece un poco amargo, pero esta caminata nos ha permitido con/versar.

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      Las ballenas son viajeras por naturaleza y poseen su propio lenguaje. San Francisco, California.

      Ira: 5 minutos tardé ese día. El tren casi se va, che. No es lo mismo viajar en África que en Latinoamérica. Estuve a punto de llegar a tiempo, pero me perdí por no saber la lengua de ese país. Se volvieron grandes los minutos. Y ya sabés: la vida es eterna en 5 minutos.

      Arca: Sobre todo cuando uno va de afán. Recuerdo una carrera semejante para llegar al tren que nos llevaría junto con mi esposa a la mítica Machu Picchu. Durante el día caminamos a través de las montañas guiados por un amigo de Cusco. Pero lo que nos había prometido como una caminata de 3 horas se convirtió en una travesía de 9 horas. Cuando nos asomamos desde los impresionantes andenes incas de Huchuy Qosqo, pudimos contemplar la inmensidad sinuosa y desgastada de los Andes centrales en toda su desgarradora magnificencia.

      I: Seguro habrás visto esos nevados que llevan ch’ullus o gorros cónicos sobre la cabeza.

      A: Te confieso que al contemplar esos grandes nevados por vez primera, aún era un adolescente. Cuando me dijeron en Perú que los llamaban apus o señores, los imaginé tan ancianos que al mirarlos sentía tanto respeto como ante ciertas cabezas canosas.

      I: Pensá que la vida nos va cubriendo con una nieve invisible que se acumula en cabeza y cara como diciendo: “¡Sacúdanse!”. Y otras veces nos canta: “Mientras estén vivos y sensibles están jóvenes, pero necesitan la experiencia”.

      A: Así es Ira. Humildad es lo que aprendemos de esas grandes montañas nevadas. Rodeados de esas señoras y señores uno regresa a la verdadera escala de ser humano. Es decir, formar parte del todo y no ufanarse en esa pretendida superioridad ilusoria que se experimenta caminando sobre grandes edificios y bajo monumentales construcciones sobre-humanas.

      I: Me hacés recordar al karmapa, Ogyen Trinley Dorje, quien en uno de sus libros cuenta sobre la sensación de agobio que le produjo caminar en calles de ciudades con“estrechos cañones (...) como si los edificios se inclinasen sobre él”. Mirá que antes de tener que huir de ese Tíbet de tierras espaciosas y cielos abiertos, amenazado por la delimitante colonización china, el futuro karmapa de la orden Karma Kagyu era sólo el hijo de una familia nómada que acampaba en pleno contacto con la tierra al ritmo de las estaciones.

      A: A mí a veces me duelen los pies por tener que caminar sobre el asfalto. A veces me hace tanta falta la sensación de caminar descalzo que debo buscar el pasto para sentir la tierra y luego tenderme a contemplar el cielo bajo las ramas de un árbol. O tan sólo para leer bajo su sombra algún libro inspirado por el buen amor.

      I: Algunas de las pinturas que más admiro son las de los antiguos pintores chinos, japoneses y coreanos en donde se ve a una o varias personas caminando o reposando en medio de la inmensidad de árboles, riscos y montañas. Yo me digo: la humanidad en su verdadera medida.

      A: En su escala real. Como en el verso de Wang Wei: “Una colina vacía y ningún hombre”.

      I: No necesitás ser un gigante para ser una gran persona. Recordemos las reflexiones sobre el tao de Lao Tsé cuando desde la plenitud del abismo, la no acción y la experiencia nos enseña que lo pequeño prevalece y que lo blando es más fuerte que lo duro.

      A: Nada como sentir esa fuerza contenida del abismo, hembra misteriosa del tao, al asomarse al filo de las montañas. Como cuando nos paramos con ella al borde del abismal anden andino y supimos que para alcanzar el tren teníamos que caminar deprisa y con gran agilidad, cual pumas o ukumaris, entre esos sinuosos caminos en cuyas grietas respiran las piedras rumi.

      I: Sobre los incas se especula mucho, pero nadie podrá negar esa atracción que sentían por los abismos. Aquellas ciudades construidas al límite, de frente al vacío, bajo las cimas nevadas. Aquellos caminos o ñan en donde si das un paso en falso te hundís en la profundidad. El sonqo corazón late fuerte mientras el viento wayra te llena de vida. ¿No te parece una forma de arquitectura insoportablemente hermosa, che?

      A: Trémula, diría, por su cercanía al abismo, pero a la vez tan sólida como esos grandes bloques de piedra que encajan unos con otros a modo de fichas para armar. Mucho se ha escrito sobre las pétreas formas macizas de la arquitectura inca. Yo escribiría sobre las maneras en que esas rocas sólidas se tejen entre simas y cimas. Es decir: una historia del vacío en la arquitectura andina; pues los incas canalizaron parte de los hallazgos creativos y científicos de numerosas culturas precedentes: chavín, paracas, nasca, moche, wari-tiwanaku.

      I: Cuando llegás a la cima del Huayna Picchu, el cerro tutelar de la ciudadela, por pura fuerza de gravedad te sentás o recostás sobre la piedra y sentís que eres parte de una inmensidad. Un punto en el todo; como el punto azul de la tierra vista desde el espacio.

      A: Tal inmensidad macro nos mira con indiferencia. Yo vi una


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