Arca e Ira. Miguel Andrés Rocha Vivas

Arca e Ira - Miguel Andrés Rocha Vivas


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Lo clave de esa imagen simbólica es que el ser humano sea el sacrificado, y no el llamado animal. Es ciertamente una crítica a las prácticas reinantes entonces de sacrificar animales a la divinidad.

      I: Que un hombre que se llamaba a sí el hijo de Dios sea sacrificado, en vez de un animal, y que no ponga resistencia violenta y además ofrezca su sacrificio por los demás, incluso por sus verdugos, allí está en parte del terrible e inspirador misterio del cristianismo.

      A: Es muy fuerte, ¿verdad? Y capaz de con-movernos por tantos siglos.

      I: Cuentan que la relación de san Francisco con los animales era de mutualismo, comprensión y amor. Dicen que los pájaros se le aproximaban sin miedo y los animales feroces se rendían ante su generosidad de espíritu y de corazón.

      A: Una utopía y quizás una deuda que siempre nos acompaña, porque no sólo nos hemos creído más, sino que nos hemos impuesto a gran escala. Desplazamos a los demás animales.

      I: Estamos acaparando el agua dulce y dicen que podría llegar el momento en que hubiera más plástico que peces en el mar. Un cristo simbolizado con un pez de plástico ayudaría a concientizar a millones que creen más en el más allá que en el más acá.

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      Restos de plástico marino. Archipiélago de San Blas.

      A: Y es que los animales marinos confunden a veces el plástico y llegan a comérselo.

      I: ¿Vos querés decir que al igual que nosotros también los demás animales ya están comiendo comida chatarra?

      A: Y no sólo eso. Ahogándose con petróleo en los frecuentes derrames de crudo.

      I: Y nadie responde, che. Parece que la crisis planetaria se nos ha salido de las manos.

      A: Es algo lo que uno puede hacer (reciclar, comer conscientemente, no usar plástico, evitar al máximo el uso de combustibles fósiles, aprender a decir no). Con todo, el problema más grande son las grandes corporaciones extractivistas. Esas empresas son unas descaradas; sólo presentan sus caras humanas contratadas en las propagandas con las cuales buscan convencernos de su responsabilidad social y de nuestras supuestas necesidades de consumo.

      I: Comer chatarra; consumir todo lo que se pueda hasta donde se pueda para ser más y más felices.

      A: Y es todo lo contrario.

      I: Cada vez estamos más vacíos, che, infelices y desorientados en este mundo del “todo” es posible.

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      Imagen de un súper ego civilizatorio. Atlas. Centro Rockefeller, Nueva York.

      A: Hace unos años, cuando vivía temporalmente en Norteamérica, invitamos una poeta y machi, médica tradicional del pueblo mapuche. Lo primero que nos dijo que le había impactado era esa sensación de absoluto que producían los aeropuertos. Vuelos de todos los lugares del mundo, comidas de toda la tierra, libros, objetos y productos de todo el orbe planetario. Además, la gente tan físicamente diversa y atávicamente tan parecida. Tantas lenguas y el inglés. Las pantallas de un millón de computadores, teléfonos celulares y tabletas con acceso a la infinita información y comunicación del internet y las redes virtuales las 24 horas. Todo el mundo con la posibilidad de tener todo en cualquier momento sin usar dinero sino tarjetas de plástico. Pensé en la ilusoria sensación de un absoluto al alcance de todos y también sobre el escapismo tan artificial entre las personas y sus mundos virtuales.

      I: El todo creado por el hombre a su imagen y semejanza.

      A: La seguridad de nuestros nidos sociales y lechos humanos se desvanece cuando uno tiene la oportunidad de sumergirse en la naturaleza, es decir, en los espacios no creados esencialmente por el hombre, aunque haya podido intervenir en la configuración del paisaje.

      I: Vos te referís a las selvas, los desiertos, los mares, las montañas…

      A: Sí, claro, pues aunque hayamos intervenido de una u otra forma en la creación y destrucción de bosques, la desertificación y la aparición de grandes masas de agua al alterar los ríos, no se puede decir que este planeta haya sido creado por nosotros… ni menos aún que hubiera sido creado exclusivamente para nosotros: los supuestamente “elegidos”.

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      Los animales nos miran preguntándose por nuestro comportamiento.

      I: Es sobrecogedor cuando caminás en la selva en la noche; sobre todo si estás solo, ¿viste? ¿O qué me decís de la sensación de sentirse uno chico ante un árbol o una montaña?

      A: Es hermoso y duro a la vez porque nos pone en nuestro lugar. Nos devuelve a la escala que merecemos, con y desde, en vez de sobre y para.

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      Invierno en el bosque.

      I: Pienso que algunos boludos que suben a las inhóspitas cimas de los Himalayas tienen a veces cierto complejo de inferioridad que buscan compensar con una suerte de complejo de superioridad. Si nos eleváramos, al menos sobre los dedos de los pies, quizá veríamos el blanqueamiento de los corales y con ello el verdadero reto de las transformaciones individuales y colectivas para exigir parar de inmediato toda empresa contra natura.

      A: No sé si el lenguaje psicoanalítico nos ayude en este caso, pues parte de la psicología también continúa circunscrita a una escala humana que por momentos nos niega tanto la trascendencia como la inmanencia. En cambio, al entrar en contacto con las fuerzas naturales que nos definen, y al tiempo nos superan, a veces sentimos que llegamos ante un humilde templo bajo la sombra de una montaña boscosa cubierta de nieve y rodeada de nubes en su cima. Lo primero que puedes hacer es pedir permiso para entrar, agradecer por la oportunidad de estar ahí, quitarte los zapatos y guardar silencio como un gesto mínimo de expresar el respeto y el asombro que experimentas. Llegas ahí y no piensas más en llegar a la cima. En cambio, los análisis y las tipologías psicológicas quedan afuera, como los zapatos, y entonces tienes la oportunidad de compartir una taza de té o visitar los jardines y estanques adyacentes. Ahora bien, para penetrar en el bosque, o subir la montaña, no basta con la fortaleza física; hay que conectarse con un campo de gravitación que pasa por tu ombligo. Bajar la cabeza ante el bambú y la guadua. Recuperar su flexibilidad así como la del niño, el gato y la de la hierba que pisamos con los pies desnudos. Y la cual se levanta cuando no la vemos.

      I: ¿Te acordás, che, del poema que una vez leímos en Kokinwakashü, uno de esos antiguos libros japoneses?

      “¿Por qué pensé/que las gotas de rocío/eran efímeras? Sólo porque yo/ no yazco sobre la hierba.”

      A: ¡Es un poema muy bello!

      I: Sí, porque casi siempre estamos viendo desde arriba o para arriba. Estar parados ya es estar arriba. Nos es demasiado difícil abandonar, sino es para dormir o para acoplarnos, esa verticalidad; ese estar sobre dos pies que nos ha convertido en homínidos extra-vagantes.

      A: El homo erectus con sus dos brazos libres para crear o destruir, en vez de apoyarse en cuatro patas sobre el suelo, como los demás. Pero también esto somos.

      I: Y es lo que tenemos que asumir, che. Pensá en esa linda imagen sobre el imaginar de una o varias personas tendidas sobre la hierba mirando hacia el cielo. ¡Hacia arriba plenamente abajo!

      A: El poema japonés comparte una reflexión


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