Arca e Ira. Miguel Andrés Rocha Vivas

Arca e Ira - Miguel Andrés Rocha Vivas


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las gotas se deslizan lentamente abrazando tanto al vegetal como a la tierra.

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      Estudios recientes proponen que los Cynomys pueden hablar. Yelloswtone.

      I: Imaginate, vos, todo lo que nos perdemos por no ser lo suficientemente insectos. Las sutiles visiones que tendrá una hormiguita sobre la tierra bebiéndose las gotas de rocío.

      A: O la pequeña lombriz tomando un baño de humedad sobre los fragmentos de dos gotas que se han enamorado súbitamente bajo tierra.

      I: Agua enamorando el polvo.

      A: O polvo enamorado de agua.

      I: Y ese polvo es la tierra, che… y es la lombriz medianamente ciega mas sensible.

      A: La lombriz es una cámara nupcial y audiovisual al mismo tiempo.

      I: Y el agua tiene todo el tiempo del mundo desde siempre.

      A: Y el poeta pensando que eran gotas efímeras.

      I: Yo me lo puedo imaginar acurrucándose.

      A: O acostándose completamente sobre el suelo y más bello aun si es una joven con los cabellos largos como raíces.

      I: Y el agua son sus cabellos y las gotas de rocío son sus ojos.

      A: Sus hojas de la imaginación. Un cielo abierto de sol y de luna.

      I: Ya me viene a la memoria la ilustración de un cuento que me leyeron cuando aún era muy niño.

      A: ¿Cómo era?

      I: Recuerdo una doncella de largos cabellos sentada al lado de un estanque con los pies descalzos medio sumergidos en el agua. Tenía la expresión de una tarde plácida. La comodidad del silencio. La eterna sencillez de la belleza.

      A: Me hiciste recordar un poemita que escribí una vez.

      I: ¿Te lo sabés?

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      Nuestras formas se encuentran en las raíces de la tierra. Andes Centrales.

      A: ¿Cómo no? Tal vez lo escribí mientras recordaba un sueño o pasaba el tiempo cerca a un pozo junto al cual solía acampar solo para ver de noche las estrellas fugaces. Y claro, por el puro placer de levantarme con el sonido de una quebrada vecina:

      Cuando la vi / bañaba sus pies / en la cascada.

      I: Y ¿viste?, los poemas breves casi siempre dejan más a la imaginación y esa es en gran parte la magia de la literatura.

      A: Sí, porque en realidad no la vi. O tal vez me la imaginé.

      I: Pero, che, ¿cuál sería ese límite, en el poema, entre realidad e imaginación?

      A: Ciertamente ese límite no es tan claro. Quizá ni siquiera exista tal límite. Porque ahora que lo pienso, tal vez sí la vi. Era una chica que me gustaba. Ella tenía unos amigos pesados dados a consumir unos hongos mágicos que crecían en los bosques cerca de una cascada.

      I: ¿Y esos pibes te incomodaban?

      A: Sí, porque decían consumir los hongos como si fueran drogas o alcohol, fuera de contexto, con una actitud muy irrespetuosa. Ella me parecía algo vulnerable. Como su ambiente estaba tan enrarecido, nunca me aproximé a ella más allá de algunas palabras. Tiempo después supe que un día llegó a estar tan intoxicada con los hongos, que se cayó en la cascada.

      I: ¿Una cascada pequeña, supongo yo?

      A: No tan pequeña. Por lo menos 20 metros de caída libre. Y lo más increíble es que ella sobrevivió. Se alejó de sus amigos. Pero nunca la volví a ver.

      I: ¿Por qué, che?

      A: No lo sé. No tenía su teléfono. Luego se mudó. Lo cierto es que un día llegué a esa cascada y me la imaginé allí, bañando sus pies en el agua. Lo extraño es que ahora no sé si escribí el poema antes o después de su caída. Lo cierto es que de ella sólo me quedaron esas 16 sílabas.

      I: Si lo pensás bien, esas sílabas son efímeras como las gotas de rocío. Pero si te acostás sobre la hierba y la recordás, ella siempre estará ahí, con los pies en la cascada, seguramente tranquila y feliz como esta tarde, y como en la ilustración del cuento de mi infancia.

      A: Hablando sobre la infancia: ¿A qué edad aprendiste a montar en bicicleta?

      I: A una edad tardía, che. A mi viejo le aterraba que a mis hermanos o a mí nos pisara un automotor.

      A: Algo semejante me pasó a mí.

      I: Vivir en ciudades en donde los conductores se creen dueños del espacio público, y manejan como si fuera el día del apocalipsis, eso es una tristeza para uno de pibe. Porque te cohíbe, ¿viste?

      A: Y también cohíbe a los adultos mayores. Incluso a cualquiera que tenga la dignidad de caminar, pues en cualquier momento arrollan a un peatón pasando una calle.

      I: Fijate, yo el otro día vi un tipo al que se le notaba su odio por los ciclistas urbanos. Ir en una camioneta 4x4 lo hacía sentirse más. E iba irguiendo los dedos índices por la ventanilla mientras les pitaba y les gritaba boludos a los ciclistas que iban por la misma vía de los autos.

      A: ¿No habían ciclo-rutas?

      I: No, che, por ahí les tocaba lanzarse sobre la vía, y tenían el derecho, y yo iba en un taxi mirando a lo lejos la escena del acoso sobre las ciclistas de un tipo chiquito en un auto grande.

      A: Uno de los mejores años de mi vida fue cuando me movilicé casi por completo en bici. Transitaba a través de un bosque. Iba y venía en bici del trabajo y de la biblioteca. Aunque un día me caí en una curva, por una boludez, como dices tú, al hablar por teléfono mientras pedaleaba. Sin embargo, me di cuenta de que disfrutaba mucho el equilibrio dinámico de ir en bici, pues aún con una contusión inguinal seguí pedaleando los días siguientes hasta la noche de mi cumpleaños. Celebramos en un vagón de tren adaptado como restaurante. No había dolor capaz de quitarme el gozo de ir a cenar con mis amigos y con mi esposa, en bici, a un vagón de tren. Una suerte de viaje inmóvil que anunciaba que debía parar por unos días de pedalear...

      I: Sí, che, los trenes y las bicicletas suelen irradiar la magia libre del desprendimiento. Son símbolos del inconsciente, ¿no creés?

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      Hillcrest Circle.

      A: El tren es un símbolo del inconsciente y hasta diría que del sistema nervioso autónomo. Mientras que montar en bicicleta es una forma de estar tan presente, tan relajadamente alerta, que siento que montar en bici es una de las formas más bellas y lúdicas de la vigilia.

      I: Es que el tren te va llevando a dimensiones usualmente desconocidas. Es su ritmo adormilante. El fuego que emite como un grito de vida. La gente con la que uno se encuentra montando en tren…

      A: Una vez viajando en un tren de tercera clase en la India, se subió al vagón un abuelito con un señor y una chica joven. Comenzamos a hablar porque me ofrecieron comer una especie de arroz con leche.

      I: Siempre alguien ofrece algo de comer en un tren. Es todo un motivo.


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