Sexualidad y muerte: Dos estigmas clínicos. Mónica Biaggio
o mala, útil o dañina”. (5)
Esta propiedad al principio es atribuida al Otro materno, quien puede dar o no dar. Este juicio, que es la bejahung, mítica y primordial, inscribe lo que no hay. Se trata de la afirmación de la castración del Otro materno, momento lógico anterior a la operación de la represión primaria, a que opere la verdrängung.
Si la afirmación, esa bejahung, no opera, tenemos la verwerfung; es decir la forclusión, y entonces eso que no fue inscripto, afirmado, retorna bajo la forma de la alucinación.
Este primer momento lógico, el de la bejahung, es anterior al lenguaje, es imperio del yo placer purificado o, para decirlo de otra manera, es el momento de la desmezcla pulsional, puesto que el cuerpo no ha sido recortado, no hay pérdida del objeto allí aún. En un segundo momento lógico, se trata de la ausstossung aus dem Ich, que implica la expulsión fuera del sujeto de todo aquello que no se inscribe. Y es esto lo que constituye lo real, aquello que queda por fuera de toda simbolización. Así, y como producto de esta operación, deviene la Aufhebung, que significa preservar, superar. Dice Di Ciaccia: “El símbolo surge allí donde la Cosa es anulada”. (6) Es que esa afirmación primordial y mítica es la inscripción de esa primera marca significante que produce la pérdida de la Cosa, pero al mismo tiempo inscribe un plus de goce. Pérdida de la Cosa en el lenguaje que es otro nombre de la castración materna. Es decir, separación, distancia y ausencia. Hiancia que permite constituir el aparato psíquico y que la escribimos como la barra significante. No olvidemos que esta época de la enseñanza de Lacan es la que de la mano de los estructuralistas piensa el inconsciente estructurado como un lenguaje.
La negación, Verneinung, viene a nombrar lo que fue ausstossung; es decir, expulsado vía el mecanismo de la Aufhebung, que al mismo tiempo que anula, conserva; y el juicio de existencia, que es lógicamente posterior al juicio de afirmación, se articula con la negación secundariamente para decir lo que soy o no soy. Para decirlo de otro modo, la castración del Otro materno como operación lógica se inscribe para la neurosis vía la afirmación primordial. Esta afirmación es reprimida, pero algo se conserva y algo se anula. Pasa a la estructura del lenguaje mediante la negación; es un paso de sentido.
Así, por ejemplo, cuando el paciente dice: “Ahora usted pensará que quiero decir algo ofensivo, pero realmente no tengo ese propósito”, lo comprendemos: es el rechazo, proyección, de una ocurrencia que acaba de aflojar.
O bien: “Usted pregunta quién puede ser la persona del sueño. Mi madre no es”. Nosotros rectificamos: “Entonces es su madre”. Nos tomamos la libertad, para interpretar, de prescindir de la negación y extraer el contenido puro de la ocurrencia. Es como si el paciente hubiera dicho en realidad: “Con respecto a esa persona se me ocurrió, es cierto, que era mi madre, pero no tengo ninguna gana de considerar esa ocurrencia” (7), agrega.
Traté de transmitir cómo desde la constitución del aparato psíquico hay algo traumático que no tiene inscripción. Agujero en el que se aloja el sentido obturando el acceso al propio goce.
Por otra parte, en lo ominoso también eso real se inmiscuye. Unheimlich designa aquello que debió permanecer oculto y salió a la luz. Lo familiar que es al mismo tiempo extraño. A nivel del lenguaje, el Un introduce la negación, pero conserva en la misma su carácter afirmativo. Dice Freud en su texto “Lo ominoso”, del año 1919: “Si esta es de hecho la naturaleza secreta de lo ominoso, comprendemos que los usos de la lengua hagan pasar lo «Heimlich» {lo «familiar»} a su opuesto, lo «Unheimlich»”, (8) y esto es a través del prefijo Un que es la marca de la represión. Y luego de un largo desarrollo, dirá que lo siniestro tiene que ver con: “… la puerta de acceso al antiguo solar de la criatura, el lugar en que cada quien ha morado al comienzo”. (9) Por eso cuando el soñante dice: “Ya estuve ahí”, la interpretación autorizada es el vientre materno. Esto alude a lo real, eso que acontece en un momento mítico y que puede irrumpir en lo simbólico bajo la forma, por ejemplo, del déjà vu.
El exceso que no pudo ser simbolizado, que no fue atrapado por la represión y en cambio fue Aufhebung, para el neurótico implica uno de los posibles tratamientos de lo real, porque es el modo en que se presenta en lo simbólico. No es lo real puro, podríamos decirlo así.
Lo traumático en el ser hablante está determinado por ser sexuado y mortal, ahí su soledad más radical. Frente a esta soledad, como decía Laurent, viene el objeto transicional winnicottiano, el osito de peluche, o para decirlo en términos de Lacan viene eso que se agrega, que es el objeto a. Se agrega y queda enmascarado por el Otro. Y es por eso por lo que solemos culpar al Otro de nuestro goce. Como digo siempre, esto no quiere decir que en más de una ocasión los otros tengan que ver en lo que nos pasa. Pero siempre tras esa inculpación, se aloja el propio goce.
Solo de lo real no hay responsables. Porque lo real irrumpe y el parlêtre queda indemne frente a ese real. Y vaya paradoja, porque justamente muchas veces frente a esto real, del que el sujeto nada tuvo que ver, escuchamos en el consultorio cómo se culpan o se reprochan el no haber hecho las cosas de otro modo, pensando que podrían haberlo evitado. Como si se tuviera el poder de detener lo real cuando aparece.
No se puede detener, pero está el oso de peluche que puede ser lo que cada uno encuentre para vestir eso real.
Las ceremonias, las fiestas o los rituales mortuorios vienen a vestir eso. Es así porque el hombre muere, pero no es solo un hecho biológico. Como dice G. Agamben en El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad, con relación al concepto de Dasein heideggeriano: “El Dasein es, en su estructura misma, un ser-para-el-fin; es decir, para la muerte, y, como tal, está siempre en relación con ésta. –Y cita a Heidegger– «Siendo para la propia muerte, este muere ficticia y constantemente hasta que llega a su deceso. La muerte así concebida, no es, obviamente, la del animal; es decir, que no es simplemente un hecho biológico. El animal, el solo-viviente no muere, sino que cesa de vivir»”. (10)
La muerte en el hombre alude más a lo simbólico. Es la lápida, la escritura de su nombre en la tumba que indica que alguna vez vivió. La muerte biológica en cambio es el cesar de vivir.
Por eso el drama de Antígona: cuando muere su hermano da la vida para que Creonte le dé sepultura. Ella abogaba por las leyes de los dioses y en cambio despreciaba las leyes de los hombres, y es de acuerdo con las leyes de los dioses que se ve compelida a enterrar a su hermano, para que su alma no quede vagando. Así habla Antígona casi al final de la tragedia de Sófocles: “En cuanto a ti, Polinices, por observar el respeto debido a tu cuerpo, he aquí lo que obtuve... Las personas prudentes no censuraron mis cuidados, no, porque, ni se hubiese tenido hijos ni si mi marido hubiera estado consumiéndose de muerte, nunca contra la voluntad del pueblo hubiera sumido este doloroso papel. ¿Que en virtud de qué ley digo esto? Marido, muerto el uno, otro habría podido tener, y hasta un hijo del otro nacido, de haber perdido el mío. Pero, muertos mi padre, ya, y mi madre, en el Hades los dos, no hay hermano que pueda haber nacido. Por esta ley, hermano, te honré a ti más que a nadie (…) El caso es que mi piedad me ha ganado el título de impía, y si el título es válido para los dioses, entonces yo, que de ello soy tildada, reconoceré mi error; pero si son los demás que van errados, que los males que sufro no sean mayores que los que me imponen, contra toda justicia”. (11)
Como Antígona, en este país madres y abuelas buscando a sus nietos desaparecidos. Sus hijos fueron arrebatados de la segunda muerte, esa que paradójicamente inscribe lo que alguien fue en vida.
Leía a propósito de lo imposible de decir el tercer libro de la trilogía de Primo Levi. Para los que no saben, fue un escritor italiano de origen judío sefardí. Resistió al fascismo y sobrevivió al Holocausto. Es conocido sobre todo por las obras que dedicó a dar testimonio sobre dicho Holocausto, particularmente el relato de los diez meses que estuvo prisionero en el campo de concentración de Monowice. Escribió relatos, poemas y novelas. La última trilogía fue: Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados. Luego se suicidó en 1987, tenía 67 años.
Paradójicamente,